martes, 3 de julio de 2007

la homogeneización de la oferta en el mercado del gran público

Hace unos días cuando estaba viendo el listado de los libros más vendidos que saca El Cultural todas las semanas creí descubrir un gazapo en los datos descriptivos de un par de libros: La sangre de los inocentes, de Julia Navarro y editado por Plaza & Janés, ocupa el tercer lugar en el listado mientras que El pedestal de las estatuas, de Antonio Gala y editado por Planeta, ocupa el octavo.


El gazapo que detecté consistía en que la editorial de ambos libros tenía que ser o Plaza & Janés o Planeta porque a todas luces era evidente que no podían ser de editoriales distintas. Quise verificar que estaba en lo cierto yendo a la página de la Fnac para buscar información acerca de los dos libros. Sin embargo, el resultado de mi búsqueda no hizo más que confirmar la información ofrecida por El Cultural.


A simple vista resulta curioso que dos sellos que compiten por un mismo segmento de mercado lleguen a confundirse por las similitudes existentes en el diseño editorial de sus libros. Sin embargo, pensándolo bien esto es lo más normal si se tiene en cuenta que, cualquiera que sea el sector, en el mercado del gran público es donde siempre hay una mayor tendencia hacia la homogeneización de la oferta —que normalmente se hace por lo bajo— porque allí se puede sacar un margen de ganancias satisfactorio vendiendo volúmenes grandes a un precio razonable como lo hacen Ikea, H&M, Dell, Seat o Zara. Vale la pena destacar que en algunos sectores en los que hay una fuerte concentración de la propiedad como el audiovisual, las telecomunicaciones y el editorial la homogeneización de la oferta ha alcanzado niveles mucho más inquietantes y peligrosos porque los bienes simbólicos que estos producen juegan un papel fundamental tanto en la educación como en la formación de la opinión pública.


Justamente en los nichos es donde mejor se puede explorar la posibilidad de ofrecer un producto cuidadosamente elaborado y donde está el potencial para hacer apuestas que, por recorrer caminos menos transitados, no sólo resulten más innovadoras —y, por lo tanto, arriesgadas— sino que también permitan desmarcarse de la competencia. Al fin y al cabo los nichos están mejor segmentados y menos saturados porque sus consumidores exigen productos que se ajusten a sus necesidades. En las entradas que he hecho sobre las fórmulas del éxito y los lugares comunes en la literatura contemporánea ya me he referido a este tema.



Pero las semejanzas entre La sangre de los inocentes y El pedestal de las estatuas no se limitan al hecho de que el diseño de las carátulas de ambas novelas sea casi idéntico. Revisando las sinopsis de ambos libros en la página de la Fnac —que son más bien argumentos de venta en prosa— encontré una serie de elementos comunes a las dos novelas:


El pedestal de las estatuas

Antonio Gala


De la jamás vista ni oída historia de Antonio Pérez, secretario y cómplice de Felipe II. De cómo se convirtió en testigo privilegiado de intrigas palaciegas y accedió a alcobas de reyes y reinas, y de cómo acabó siendo víctima de sus papeles secretos.


El descubrimiento de unos cuadernos desconocidos de Antonio Pérez, el secretario de Felipe II, permite desvelar la Historia oculta de aquellos años en España. El propio secretario reconoce, en sus últimos días, que continúa con vida gracias al arcón donde guarda copia de documentos, legajos, cartas y toda clase de pruebas que implican en asesinatos y siniestras estrategias a la monarquía, a la Iglesia y a casi toda la nobleza, desde los Reyes Católicos hasta Carlos V y su enigmático heredero. Es la confesión total de Antonio Pérez, el más temido verdugo del poder, que terminó siendo víctima de sí mismo.


La sangre de los inocentes

Julia Navarro


Las luchas de poder entre los cátaros y el control que lleva la inquisición propician que la crónica del fraile sea un valioso tesoro a descubrir. Su última frase se convertirá en un enigma a descifrar. Siglos después, antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial, el conde d’Amis, descendiente de una de las grandes familias cátaras, recibirá como legado la crónica de Fray Julián. Apoyándose en la erudición del Profesor Ferdinand, insigne medievalista francés, el conde y un grupo de hombres poderosos de ideología nazi verán en las palabras del fraile las claves para alcanzar lo que más ansían: el tesoro de los cátaros, el Santo Grial. Cuando estalla la Guerra, verá con sus propios ojos como el mundo -y el suyo en particular- se desintegra.


Fascinante trama llena de meandros, pistas falsas y enigmas, salpican esta brutal nueva novela, ambiciosa aventura escrita sin concesiones, llena de víctimas y verdugos en la que nadie ni nada es lo que parece.


A continuación presento las similitudes que permite establecer entre ambos libros el texto que utiliza la Fnac para presentarlos —el primer ítem de la igualdad corresponde a El pedestal de las estatuas y el segundo a La sangre de los inocentes—:


Sobre el tema de la novela: ‘intrigas palaciegas’ = ‘luchas de poder entre los cátaros’

Sobre un documento comprometedor como motivo narrativo de la novela: ‘cuadernos desconocidos de Antonio Pérez’ = ‘crónica de Fray Julián’

Sobre el autor del documento: ‘Antonio Pérez, el secretario de Felipe II’ = ‘Fray Julián’

Sobre el documento como algo que sobrevive al paso del tiempo: ‘copia de documentos, legajos, cartas’ = ‘legado [ de ] la crónica de Fray Julián’

Sobre los momentos históricos que cubre el argumento de la novela: ‘desde los Reyes Católicos hasta Carlos V y su enigmático heredero’ = ‘la inquisición [ y ] Siglos después, antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial’

Sobre las instancias de poder como escenario de la acción de la novela: ‘alcobas de reyes y reinas’ = ‘el conde [ descendiente de una de las grandes familias cátaras ] y un grupo de hombres poderosos de ideología nazi’

Sobre el reto que deben asumir el protagonista y el lector de la novela: ‘desvelar la Historia oculta’ = ‘valioso tesoro a descubrir' y 'enigma a descifrar'

Sobre la suerte final del malhechor: ‘el más temido verdugo del poder, que terminó siendo víctima de sí mismo’ = ‘verá con sus propios ojos como el mundo —y el suyo en particular— se desintegra’

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