martes, 13 de noviembre de 2007

notas sobre el cóctel de entrega del premio herralde de novela

Valèria Macías me envía una invitación al cóctel de entrega del Premio Herralde de Novela, al cual ni por un momento se me ocurre dejar de asistir. Cómo no hacerlo después de que durante varios años tuve la costumbre de 'recorrer a paso lento los estantes de las librerías y de detenerme cada vez que a mi ojo se le atravesaba uno de esos lomos marcados con el logo de Anagrama’ y de ‘apostar a ojo cerrado por cualquier cosa que tuviera el sello de la editorial barcelonesa’.


Más que el nombre del ganador o las razones que fundamentan la decisión del jurado, en un principio lo que realmente me interesa es ir a echarle un ojo a lo que pasa en el St. Rémy —un restaurante ubicado en el número 12 de la calle Iradier, en la zona alta de Barcelona— antes y después de la entrega del premio.



En la entrada Jorge Herralde y Lali Gubern reciben a sus invitados. A primera vista distingo algunas caras. Se trata en su mayoría de algunos de los miembros más emblemáticos de “la gauche divine”, ese mítico grupo de artistas e intelectuales acomodados que surgió en Barcelona durante el ocaso del franquismo. Todavía no me encuentro con nadie conocido, así que me doy una vuelta por el salón durante la cual me toca hacer una finta para no tropezarme con Enrique Vila-Matas.


En algún momento todos los que me rodean esperan su turno para abrazar a una mujer mayor que gesticula exageradamente. Es Inge Feltrinelli, que lleva unas gafas de sol sobre su pelo de color encendido, tiene mucho maquillaje en su rostro bronceado un poco más de la cuenta y va vestida de una manera bastante colorida.


Desde donde estoy veo llegar al agente Guillermo Schavelzon, a Antonio Ramírez de La Central, a Esther Tusquets, a Eduardo Mendoza y a Beatriz de Moura, que van repartiendo saludos mientras atraviesan el salón. Un hombre de aspecto alicaído que lleva un sweater de rombos da vueltas por toda el salón, como buscando con quién hablar. Se me parece a Alfredo Bryce Echenique pero no estoy del todo seguro de que sea él.


Al resto de personas no las distingo. Deben ser editores, encargados de derechos, jefes de prensa, agentes, scouts, traductores, autores, distribuidores, libreros, gestores culturales, periodistas y figuras políticas locales. Mientras que los seniors hablan pausada y discretamente, los juniors hacen ademanes un tanto histriónicos. Van tan bien vestidos y arman tanto alboroto porque saben que son el futuro de esta industria en la que poco a poco se va produciendo un relevo generacional.


Subo a la segunda planta del St. Rémy, donde hay muy poca gente y se puede respirar mucho mejor. En algún momento una voz masculina con un timbre bastante agudo pide hacer silencio y anuncia que se va a entregar el premio —cuyo resultado se conoce desde el mediodía—. Cuando me asomo por la barandilla para ver hacia el lugar que atrae la atención de todos descubro con sorpresa que quien habla es Jorge Herralde, cuya contextura robusta todavía no acaba de encajarme con su voz —que siempre imaginé firme y potente—. El editor de Anagrama destaca que desde 2003 todos los ganadores y una buena parte de los finalistas del premio han sido hispanoamericanos, se refiere al significado que tiene el Herralde de Novela, presenta al jurado, saluda a Inge Feltrinelli y le da la palabra a un funcionario del Ajuntament de Barcelona que hace un discurso oficial —es decir, políticamente correcto y soso— sobre la importancia que tiene el premio para la ciudad. A continuación se presenta tanto al ganador como al finalista, ambos pasan al frente, se les dedica un breve aplauso y se les da la palabra. Sin embargo, el resurgir de la conversación indica que a nadie parece interesarle lo que dicen.



Más adelante me encuentro con Isabel Núñez, con Subal Quinina y Mariana, con Patricia Escalona y con una amiga mexicana que acaba de enterarse de que el finalista era uno de los reporteros de su equipo de trabajo cuando ella era editora en un periódico de Guadalajara. Isabel, Patricia y mi amiga mexicana se van cada una por su lado. A varios metros veo a Valeria Bergalli y aunque quiero ir a saludarla soy consciente de que en ese momento desplazarme hasta donde ella está es imposible.


Mientras comentamos con Mariana cómo son estos eventos en Colombia y Venezuela, Subal se ponen a hablar con alguien que cuando me sumo a la conversación me entero de que es ni más ni menos que el Llibreter. Amb la Mariana ens posem a parlar en català para hacerles un guiño cultural a Subal y al Llibreter. Aunque después de un par de frases bien dichas es imposible hablar fluida y correctamente, Mariana i jo parlem una mica mes però molt malament. ¡Quina vergonya amb els companys catalanoparlants!


Los camareros atraviesan el lugar llevando bandejas llenas de mini bikinis, buñuelitos de bacalao, pinchos de gambas y toda clase de canapés sin detenerse por donde estamos nosotros. El efecto de las copas empieza a notarse en el aumento del volumen de la conversación y en la progresiva pérdida de la rigidez inicial. El salón de abajo empieza a desocuparse y veo que el hombre que se me parece a Bryce Echenique finalmente ha encontrado con quién hablar.


A estas alturas sólo quedamos los pringaos que queremos pillar hasta la última croqueta y cerciorarnos de vaciar todas las botellas antes de irnos. De repente se bajan las luces y los camareros empiezan a recogerlo todo. Caminamos con Mariana, Subal y el Llibreter hasta los ferrocarriles de Sarriá. Mientras vamos en el tren hacia Plaza Catalunya Subal me dice que espera leer pronto mi crónica del cóctel y yo le respondo que no existe la más remota probabilidad de que la haga.


Tal vez la frivolidad de un evento social nos impida ver la importancia que tiene como fuente de legitimación de aquello que se celebra: bautizos, cumpleaños, primeras comuniones, graduaciones, matrimonios, funerales y premios literarios. Invitar a los demás a celebrar con nosotros es hacerlos partícipes de nuestros triunfos pero también la oportunidad perfecta para ufanarnos públicamente de estos.



Aunque es cierto que Jorge Herralde ha demostrado ser un anfitrión generoso con sus invitados, vale la pena destacar que ante todo es un gran editor cuyo agudo olfato le ha permitido construir a lo largo de casi 40 años su gran obra: el catálogo de Anagrama.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Benvolgut [Ojo fisgón], el teu català va ser més que correcte. Emocionant. I la teva crònica arriba tard, però allò bo es fa esperar.

Una abraçada, i moltes felicitats!!

Salut!

ps.- entre tanta personalitat vaig trobar a faltar a l'A-M. Dóna-li molts records de part meva.

martín gómez dijo...

Què va, què va... No va ser correcte però vaig fer l'esforç amb plaer.

Una abraçada per tu també.

el llibreter dijo...

La literatura serà desvergonyida o no serà. I així, amb tot; m'haguessis vist a París mirant d'encadenar dues paraules seguides en la llengua de Sarkozy davant la mirada atònita d'un llibreter que restava estupefacte davant el fet que jo estava comprant un llibre en francès!

Un plaer

Salutalcions cordials

Camilo Hoyos G. dijo...

Aquest noi si sap com escriure! Quina alegria de llegir un bon recompte de aquest success! Si si si, quina alegria!

hombredebarro dijo...

Hasta la última croqueta,hasta la última gota de vino, ese es también mi lema, aunque no me inviten al Herralde.

martín gómez dijo...

Bueno, hombredebarro, es que se trata de una consigna que se puede aplicar en todo momento y lugar, con lo cual no es necesario ir al Herralde.