martes, 15 de mayo de 2007

el fácil acceso a contenidos digitales y nuestra sed de acumulación

La aparición tanto de formatos digitales para almacenar contenidos como de dispositivos para copiarlos y reproducirlos no sólo ha ampliado el acceso a información de todo tipo, sino que también ha aumentado nuestra sed de acumulación. Hoy en día es muy complicado pensar en un libro, una canción, un artículo o un capítulo de una serie de televisión a los que no podamos acceder gracias al intercambio de archivos —sobre todo de vídeo y audio— a través de las plataformas P2P, a la digitalización de los fondos bibliográficos de algunas de las bibliotecas más grandes del mundo, al éxito de los grandes repositorios de contenidos —más que todo bases de datos de documentos y de vídeos—, a las grandes tiendas en línea o simplemente a un contacto en cualquier lugar del mundo.


Para conseguir aquellos contenidos que en algún momento no están al alcance de nuestras manos a veces basta con poner las palabras acertadas en un motor de búsqueda o con identificar a alguien que tenga acceso directo a lo que estamos buscando para pedirle que nos lo envíe en formato digital a través de Internet. El desarrollo tecnológico y la disminución del costo del acceso a ciertos tipos de información —que en ocasiones tiende a ser nulo— han hecho que ahora consumamos contenidos más caprichosa y erráticamente que nunca: hoy en día podemos acceder muy fácilmente a los comerciales de televisión o a las canciones que marcaron nuestra infancia, a un artículo publicado años atrás en una revista o a libros que están fuera de circulación desde hace mucho tiempo —como cuando el librero bogotano Álvaro Castillo escaneó un libro cuya única edición es de 1981 y se lo envió por e-mail a Camilo Hoyos, que lo necesitaba para su tesis doctoral—.


Bajo estas circunstancias los libros, los discos o las películas tienden a perder el sentido para todo el mundo salvo para los aficionados y coleccionistas que aprecian el valor simbólico del objeto y que no se contentan con tener sólo el contenido que hay consignado en ellos. Considero que el hecho de que estos bienes culturales ya no tengan mayor valor simbólico para el gran público tiene su lado positivo, que es su capacidad de desestabilizar y debilitar a los grandes grupos multimedia que mediante el ejercicio de su posición dominante en el mercado no sólo recurren a prácticas orientadas a eliminar a sus competidores, a homogeneizar la oferta y a nivelar por lo bajo la calidad de ésta, sino que también aprovechan su rol de intermediarios para quedarse con el grueso de las regalías que genera el trabajo de escritores, compositores, directores, cantantes y actores.


El capricho ha tendido a convertirse en uno de los principales criterios que rigen nuestra racionalidad a la hora de elegir los contenidos que consumimos porque cada vez resulta más fácil y menos costoso producirlos y acceder a ellos. Debido a lo anterior actualmente corremos el riesgo de intoxicarnos y de vivir en medio del ruido —un tema al que ya me referí el 15 de marzo, en la entrada titulada ‘eliminar el ruido en tiempos de sobreproducción’ a propósito del exceso de producción de información digital del que habla el informe The Expanding Digital Universe—.


Aunque soy consciente de las facilidades que nos ofrece tener siempre una cámara digital en el bolsillo o poder descargar de Internet una canción que queremos oír ahora mismo, no dejo de sentir cierta incomodidad cada vez que me asomo a La Rambla y me doy cuenta de que eso de ver el mundo a través de una cámara dejó de ser un rasgo exclusivo de los nipones porque gracias a las cámaras digitales uno ya no tiene que pensar mucho en las fotos que va a tomar ni tiene que gastarse un montón de plata revelándolas.

1 comentario:

Camilo Hoyos G. dijo...

Gracias por la inclusión a manera de ejemplo, je je. Por cierto, y si a alguien le interesa, es el texto de Julio Cortázar del libro "París: ritmos de una ciudad", con fotografías de Alecio de Andrade. Cité un trozo en mi blog, en la entrada que tiene el mismo título del libro. El libro es verdaramente inconseguible.
Ahora bien, en materia: las ventajas de tener un libro en versión digital (documento word, pdf, etc.) A mí me sirve mucho para los trabajos del doctorado, porque me permite localizar fácil y rápidamente palabras, frases o epidosios. Por lo general, consigo el libro en versión digital, pero no por esto dejo de tener el libro físico, que es en el cual subrayo, hago anotaciones, etc. Además, la versión digital facilita, por ejemplo, tener citas a la mano, puesto que todo termina siendo un copy/paste. Recurro a muchas versiones digitales, sobre todo las que consigo en la página de "Project Gutenberg" (http://www.gutenberg.org/catalog/) ,versiones antiguas de Poe en el "Edgar Allan Poe Society of Baltimore" (www.eapoe.org), y bueno, ni hablar de las páginas mediante las cuales uno accede a artículos de revistas publicadas con anterioridad. Por lo tanto, yo considero que la versión digital es útil para el momento de la investigación, mas no para el momento que Barthes denonima "el placer del texto" que es, sencillamente, sentir placer con la lectura. Que hay que saber qué contenidos descargamos, el nombre del traductor, el año de edición, de acuerdo. Pero esto, creo yo, nunca podrá deshabilitar la validez del libro físico.
(¡Cuánto extraño, por ejemplo, los libritos de los Cd's!)