mi idea romántica sobre el librero y el editor
En 2004 mientras el escritor chileno Alberto Fuguet rodaba Se arrienda, le hice vía Messenger una entrevista en la que me dijo lo siguiente: “es mi opera prima y me tiene feliz. Estoy pasándola muy bien. Es como tener por fin la banda de rock”. La pasión de Fuguet por el cine y la influencia de éste sobre su obra se ven claramente tanto en sus libros de ficción como en sus textos periodísticos —de hecho, en esa época acababa de publicar una novela titulada Las películas de mi vida—.
Yo en mi adolescencia también soñé con tener una banda de rock. Es más, como en esa época mis gustos y mis convicciones eran más volátiles que nunca debo decir que también soñé con ser armador de un equipo de basketball, profesor de Humanidades, roller, ajedrecista, escalador, periodista y muchas otras cosas más según la fascinación del momento o lo que dijera la gente que me rodeaba. Después, cuando estaba terminando el colegio, descubrí la única cosa que no ha dejado de interesarme a pesar del paso del tiempo: la literatura.
A raíz de este descubrimiento luego quise ser escritor, librero y editor. Como al cabo de un par de años me di cuenta de que ser escritor era muy difícil, para mí tener una librería o una editorial se convirtió en algo tan importante como la banda de rock para Fuguet. A partir de entonces pasé una buena parte de mi tiempo pensando en lo bonito que sería montar la librería o la editorial de mis sueños —como la gente que hablaba del proyecto de abrir un bar hecho a su justa medida—.
Sin embargo, el cierre progresivo tanto de algunas de las librerías tradicionales más importantes de Bogotá como de varias colecciones literarias de las grandes editoriales colombianas me hizo darme cuenta de las enormes dificultades a las que deben enfrentarse este tipo de negocios para sobrevivir y de lo reducida que es su viabilidad en el mediano o en el largo plazo. Y aún así seguí teniendo la idea romántica de que una librería y una editorial eran las empresas que más feliz me harían porque para mí no había nada más satisfactorio que descubrir y recomendar buenos libros y autores. Tanto que durante una época asumí el riesgo de dedicarme a leer libros de los que no tenía ninguna referencia, lo cual me llevó a hacer gratos descubrimientos como Roddy Doyle, Osvaldo Soriano, Julian Barnes o Tomás González y a aburrirme leyendo a autores como Gesualdo Bufalino y Edwidge Danticat.
En [ el ojo fisgón ] he hablado sobre todo de las editoriales y las librerías, que son los dos sectores del mercado editorial cuya existencia es más evidente para el lector porque son aquellos con los que su experiencia le permite familiarizarse porque saltan a la vista más fácilmente. Como desconozco por completo el mundo tanto de los impresores como de los distribuidores y la dinámica que lo rige, desde que empecé este blog no les he dedicado la atención que se merecen teniendo en cuenta que caer en manos de un mal distribuidor o un alza mínima en el costo del papel son factores externos a una editorial que pueden acabar con su buena salud.
De hecho, es bien sabido que la distribución es una variable crítica en la actividad editorial y que por más que la calidad de su catálogo sea sobresaliente un buen editor puede quebrarse si no logra controlarla adecuadamente. En estos tiempos de auge de la concentración de la propiedad en mega grupos multimedia y de las grandes superficies es más evidente que nunca que los intermediarios son quienes más ganan en la cadena de producción de contenidos. Por otro lado, quienes montan empresas en el sector cultural muchas veces parecen no saber o no tener en cuenta que la probabilidad de cualquier proyecto, por bueno que sea, depende de una planificación y de una gestión administrativa apropiadas.
Hasta el momento he tenido la suerte de hacer distintos tipos trabajos en el sector de la edición —he editado un par de publicaciones, he sido jurado de preselección en un concurso de cuento organizado por un importante periódico y he evaluado manuscritos en editoriales de distintos tamaños— pero quizás por falta tanto de espíritu emprendedor como de recursos, lo más probable es que eso de montar mi propia editorial se quede para siempre en mi lista de proyectos pendientes.
Nota: la última foto es de Álvaro Castillo, quien desde San Librario no sólo ha orientado a sus clientes en Bogotá sino que también nos ha ayudado encontrar un sinnúmero de libros a los que jamás habríamos llegado por nosotros mismos.
7 comentarios:
Lo felicito por esta entrada tan linda, poète. Un "desmenuzamiento" de todos esos sueños literarios que tenemos (¿pero ya renunció a la de ser armador de un equipo de básket? ¡Noo!)
Justamente ahora mismo me debato entre mis nuevas vocaciones de pandillero, pentatlonista y tallador de palo de rosa.
¿Y las bibliotecas? ¿Nunca se le ocurrió ser bibliotecario?
[Mi sueño de tener una librería, que guardo para cuando me toque la primitiva, tiene nombre, ubicación y temática: Carol & Maurice, Sitges, y libros orientados a un público glbt - gays, lesbianas, bisexuales, transexuales. Los estudios de género calaron hondo en mi época universitaria...]
No porque siempre creí que los bibliotecarios tenían poco tiempo para leer. Pero luego un amigo trabajó durante unos meses como bibliotecario y además de que le quedaba un montón de tiempo para leer, a algunas personas les gustaba que les recomendara lecturas. Eso debe ser súper satisfactorio, ¿no?
En Estados Unidos es toda una rama del saber bibliotecario (lo llaman Readers' Advisory). Todo un arte. Por aquí vamos a la zaga, como siempre, pero se hace lo que se puede...
Por cierto, por si algún día te animas con lo de la librería, quizá esto te será útil...
Uy, cuando sea grande me encantaría ser eso... Me hace súper feliz dar a conocer las cosas que voy descubriendo y que me sorprenden gratamente, sobre todo cuando doy en el gusto de los demás.
Gracias por el link.
Interesante sus puntos de visto... todo se debe al amor al arte de las letras. También cree un blogg sobre perfiles, en el momento he hecho uno sobre Junot Diaz, y despué suna conversaciónd e Fugute y Villoro en la feria del libro en Bogotá. Muy bueno
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