martes, 31 de julio de 2007

summertime [ 16 ] / libros para pequeños grupos de gente con intereses comunes


Con respecto a las ventajas que tienen los pequeños y medianos editores frente a los grandes grupos gracias tanto a la segmentación en nichos como a la mayor proximidad con su público, dice Gabriel Zaid:

‘Con raras excepciones, el mundo del libro no corresponde a los mercados masivos e indiferenciados, sino a clientelas segmentadas, a los nichos especializados, a los miembros de un club de interesados en tal o cual conversación. Pero no todos los editores, libreros, bibliotecarios, ven la importancia de darle forma al club; de hacer listas de su público interesado; de tener catálogos actualizados y boletines de lo que ofrecen; de atender y facilitar el contacto directo; de tomar en cuenta los gustos y opiniones de los participantes; de organizar conversaciones coherentes y animadas. Los éxitos que han tenido en esta dirección muchos pequeños y medianos editores, frente a los fracasos de los grandes conglomerados financieros e instituciones públicas que han comprado o puesto casas editoriales, confirma la idea de que organizar el mundo del libro es como organizar una conversación’.

Los demasiados libros, de Gabriel Zaid. pp. 37 - 38

Anagrama

Barcelona, 1996

lunes, 30 de julio de 2007

summertime [ 15 ] / un viaje de ida y vuelta: sobre los exiliados de la guerra civil española y el desarrollo de la edición en américa latina

Tras buscarlo por todas partes hace unos días por fin conseguí Un viaje de ida y vuelta, el libro que me había recomendado Sergio Vila-Sanjuán sobre los exiliados de la Guerra civil española que contribuyeron al desarrollo de la industria editorial en los países latinoamericanos —principalmente en México y Argentina—. En las entradas ‘barcelona, un gran centro editorial’ y ‘artistas e intelectuales inmigrantes’ ya había manifestado mi interés con respecto a este tema.


El texto de la contraportada explica muy bien el tema del libro y las condiciones en las que se produjo:


El estallido y posterior desenlace de la Guerra Civil española provocó un viaje de ida y vuelta: algunas importantes editoriales españolas se trasladaron a Iberoamérica, junto con muchos de nuestros intelectuales más destacados, impulsando un despegue de este sector sobre todo en Argentina y México. Poco después, debido al colapso de la actividad editorial en España y a los efectos de la censura, las editoriales mexicanas y argentinas tomaron el relevo en la publicación en lengua española, instalándose luego, a partir de los años cincuenta, en nuestro país.


Estos temas fueron estudiados y analizados en unas jornadas convocadas por la Sociedad Iberoamericana de Amigos del Libro y la Edición, que contó con la colaboración de la Fundación Carolina y la hospitalidad de la Casa de América, en cuya sede tuvieron lugar en septiembre de 2004. En este libro se recogen las ponencias e intervenciones que en aquella ocasión fueron expuestas.


Un viaje de ida y vuelta

Antonio Lago Carballo y Nicanor Gómez Villegas (editores)

Siruela

Madrid, 2006


Hoy empezaré a leer este libro cuyos aspectos más relevantes iré comentando durante los próximos días.

domingo, 29 de julio de 2007

lecturas de fin de semana [ 37 ] / los best sellers más célebres del mercado español

El número de julio – agosto de la revista Mercurio de la Fundación José Manuel Lara incluye un dossier sobre el best seller. En él se analizan algunas de las características de este tipo de libros que van desde las estructura del argumento hasta su comportamiento en términos de ventas y se aborda la consolidación del fenómeno del best seller español —que cuenta con figuras como Carlos Ruiz Zafón, Laura Gallego, Arturo Pérez-Reverte, Ildefonso Falcones, Julia Navarro y Javier Sierra—.


A continuación reproduzco el listado de los best sellers que más han marcado la historia del mercado editorial español y en algunos casos del mismísimo "mundo mundial"—, cuya variedad de registros llama la atención.


Los best sellers más célebres


- El retorno de los brujos, de Louis Pauwels y Jacques Bergier (1960)

- Papillon, de Henri Charrière (1969)

- Chacal, de Frederick Forsyth (1970)

- Ébano, de Alberto Vázquez Figueroa (1975)

- El resplandor, de Stephen King (1977)

- La gente de Smiley, de John Le Carré (1979)

- El quinto jinete, de Dominique Lapierre y Larry Collins (1980)

- El nombre de la rosa, de Umberto Eco (1980)

- Caballo de Troya, de Juan José Benítez (1984)

- El perfume, de Patrick Süskind (1985)

- La hoguera de las vanidades, de Tom Wolfe (1986)

- Los pilares de la tierra, de Ken Follet (1989)

- La casa de los espíritus, de Isabel Allende (1995)

- El alquimista, de Paulo Coelho (1996)

- Harry Potter, de Joane Rowling (1997)

- Las cenizas de Ángela, de Frank McCourt (1997)

- La hermandad, de John Grisham (2005)

- El código da Vinci, de Dan Brown (2005)


sábado, 28 de julio de 2007

lecturas de fin de semana [ 36 ] / rumores por confirmar sobre compra del 55 % de el tiempo por el grupo planeta

Ninguno de los dos implicados se ha pronunciado al respecto pero según anunciaron ayer varios medios de comunicación todo parece indicar que el Grupo Planeta se ha convertido en el nuevo socio estratégico de la Casa Editorial El Tiempo (CEET), al haber comprado el 55 % del paquete accionario de ésta. La siguiente imagen de la página Web de la CEET muestra el hermetismo que ha mantenido ésta frente a lo que en caso de ser cierto sería secreto a voces:



Independientemente de que la noticia sea confirmada o desmentida, el dominio de la CEET por parte de cualquiera de los dos grandes grupos multimedia españoles tiene importantes repercusiones sobre el paisaje mediático colombiano que más adelante analizaremos con más calma en [ el ojo fisgón ].


Reproduzco el siguiente artículo publicado por el diario El Colombiano, de Medellín.


Planeta, con un pie en El Tiempo

Por Natalia Estefanía Botero y Francisco Javier Arias R.

Medellín


El Grupo Editorial Planeta le ganó el pulso a su colega español, el Grupo Prisa y entró con pie derecho a la propiedad de la Casa Editorial El Tiempo (CEET), en la que se considera la movida empresarial en medios más importante de los últimos años.

En fuentes extraoficiales pero cercanas al proceso, se estableció ayer que Planeta será el socio estratégico de El Tiempo, al comprometerse a pagar, de estricto contado, unos 185 millones de dólares por el 55 por ciento de las acciones de la compañía, sobre un valor estimado de 338 millones de dólares por el ciento por ciento de la empresa.

El Grupo Prisa, también español y que ya tiene inversiones en Colombia (Radio Caracol), habría ofrecido 170 millones de dólares por el 55 por ciento de las acciones, sobre un estimado de 310 millones de dólares por la totalidad de las acciones pero, de forma adicional, ofrecía un intercambio de acciones en otros periódicos regionales en los cuales tiene participación. No se conoció si se consideraron otras ofertas, entre ellas, la del diario Clarín, de Buenos Aires, que también había mostrado interés.

Se había estimado un valor inicial de 500 millones de dólares, pero una banca de inversión aterrizó ese valor, con base en criterios técnicos, financieros y de mercado y lo hizo bajar a niveles de 300 millones de dólares.

"Estamos interesados en llegar con medios a Latinoamérica. No es que la idea nos ronde la cabeza sino que está dentro de nuestros planes estratégicos. Una de las primeras puertas de entrada y que aspiramos seriamente es Colombia", había dicho hace poco el presidente del Grupo Planeta, José Manuel Lara, en diálogo con El Colombiano.

Y agregaba: "La situación del país hoy es muy buena, hay estabilidad, hay seguridad jurídica y con una alta mejora de su seguridad ciudadana y con tasas de crecimiento del PIB envidiable. Este es un mercado muy bueno para los medios".

El negocio


Ayer desde muy temprano y hasta muy entrada la tarde, se realizó una junta ampliada de socios de El Tiempo, en la cual se analizaron las propuestas sobre la mesa y, al final, la decisión fue la de contar con Planeta como socio estratégico.

Según las fuentes, hoy habría un pronunciamiento oficial de las partes sobre esa negociación, que incluye al periódico El Tiempo como tal -el de mayor circulación nacional-, así como al diario económico Portafolio, el diario Hoy y los periódicos regionales Boyacá 7 Días, Llano 7 Días, Tolima 7 Días y la participación en las revistas Don Juan, Aló, Cambio y Credencial.

Los directivos de El Tiempo Luis Fernando Santos y Enrique Santos Calderón habían dicho desde que iniciaron la búsqueda de un socio estratégico que se trata de un fortalecimiento en el salto global hacia las comunicaciones del futuro.

No obstante, la misma información preliminar indica que el Grupo Planeta podría aumentar su participación en un futuro, por encima del 55 por ciento.

El Grupo Planeta es considerado un jugador de mucho peso en la industria editorial y creció de la mano de Editorial Planeta con inversiones en televisión, radio, prensa (diario Avui, en Cataluña, La Razón y ADN). También es fuerte en formación profesional, medios audiovisuales y formación a distancia.

La confirmación oficial del negocio y los detalles de la operación se conocerían hoy.

La agencia Efe citó informe de Caracol Radio


La agencia española Efe envió ayer este despacho sobre la comentada operación: “El grupo editorial Planeta es el nuevo socio estratégico de la Casa Editorial El Tiempo (CEET), informó la cadena Caracol Radio, que pertenece en su mayoría al grupo Prisa, principal competidor del primero en el mundo editorial. El grupo Planeta en Colombia no ha querido confirmar ni desmentir a Efe la veracidad de la información y se ha remitido a un posible comunicado de la Casa Editorial El Tiempo, que edita el principal diario nacional del país. Este grupo, además de El Tiempo, tiene otras publicaciones periódicas, la editorial Intermedio y el canal local de televisión CityTv. Sin embargo, Caracol, que felicitó a la competencia, no ha precisado si la condición de socio estratégico de Planeta en la CEET incluirá a todos los sectores del grupo. Hace unos meses El Tiempo anunció que estaba a la búsqueda de un socio estratégico y durante este período se ha mencionado con fuerza a los dos grupos españoles como interesados en esa posibilidad”.

viernes, 27 de julio de 2007

summertime [ 14 ] / etiqueta negra, de lima con muy buena calidad



Hace un par de meses conocí a Julio Villanueva Chang, el fundador y ex editor de la revista limeña Etiqueta negra, que había venido a Barcelona a dar unos cursos de periodismo. Cuando le pregunté cómo habían logrado publicar en la revista a plumas como Ryszard Kapuściński, Norman Mailer, Woody Allen, Jon Lee Anderson, Paul Auster, Martin Amis, José Antonio Marina o Juan Villoro, Julio me dijo sonriendo que le parecía curioso que la gente creyera que detrás de Etiqueta negra había todo un gran aparato de producción, que su sede contaba con lujosas instalaciones y que quienes trabajaban en ella ganaban grandes cantidades de dinero.


Asombrado, le dije que era absolutamente normal que eso pasara debido al prestigio que había conseguido la revista gracias a la calidad tanto de sus contenidos como de su producción editorial.


Actualmente la página Web de Etiqueta negra está en reparación y allí se pueden descargar sus tres últimos números —46, 47 y 48—. Como anteriormente era necesario pagar para ver en línea los contenidos de la revista, me pregunto a qué obedece el cambio y si éste será transitorio o definitivo. No conozco la respuesta a estas preguntas pero me queda la dicha de poder dedicar mis ratos libres a leer tranquilamente el trabajo que está haciendo desde Lima este equipo que a pesar de las dificultades lleva varios años apostándole a sacar una publicación de tan buena calidad.

jueves, 26 de julio de 2007

summertime [ 13 ] / las librerías recomiendan en sus páginas web

La página Web de una librería podría ser su mesa de novedades en línea. Al visitar las páginas Web de cinco librerías para ver qué recomiendan se puede ver claramente la naturaleza de cada una de ellas. Se trata de tres librerías independientes de Barcelona —La Central, Laie y Documenta— y de dos cadenas de grandes superficies de tipo generalista con sede en varias ciudades españolas —Fnac y Casa del libro—.


La Central



Común presencia, de René Char; Antenas. Regreso, de Adam Zagajewski; El sargento en la nieve, de Mario Rigoni Stern; El jardí dels Finzi-Contini, de Giorgio Bassani; Les aigües estretes, de Julien Gracq; Al oeste de Roma. La orgía. Mi perro idiota, de John Fante; El secret de Christine Fall, de Benjamin Black; Ravel, de Jean Echenoz; Poética del café, de Antoni Martí Monterde; y Assaigs: Llibre Segon, de Michel de Montaigne.


Laie (Pau Claris)




Cicerón, de Anthony Everytt; Raúl de Cambrai, de autores varios; Común presencia, de René Char; Guía de la tierra y el espacio, de Isaac Asimov; Els taxistes del tsar, de Joan Daniel Bezsonoff; Cyrano, de Tai - Marc Le Thanh y Rebecca Dautremer; Exilios, editado por Jordi Canal; y La decisión de Sophie, de William Styron.


Documenta



La mesilla de noche, de Edgar Telles Ribeiro; El perfeccionista a la cuina, de Julian Barnes; El secret de Christine Fall, de Benjamin Black; y Encyclopédie. El triunfo de la razón en tiempos irracionales, de Philipp Blom.


Fnac




La suma de los días, de Isabel Allende; Harry Potter and the Deathly Hallows, de J. K. Rowling; El puente de los judíos, de Martí Gironell; El libro peligroso para los chicos, de Conn Iggulden y Hal Iggulden; Geronimo Stilton 28. Los mejores juegos para tus vacaciones, de Geronimo Stilton; Las crónicas del límite 1. Más allá del bosque profundo, de Chris Riddell y Paul Stewart; Unos por otros, de Philip Kerr; Asesinato en directo, de Batya Gur; La Torre Oscura I. El pistolero, de Stephen King; Crisis en tierras infinitas, de Marv Wolfman y George Pérez; Seton 1. Lobo el rey, de Jiro Taniguchi; Maus, de Art Spiegelman; Terrorista, de John Updike; Horrores cotidianos, de David Roas; Gafas de sol para días de lluvia, de Mamen Sánchez; y Carnaval, de Robert Antoni.


Casa del libro



Harry Potter and the Deathly Hallows, de J. K. Rowling; La decisión de Sophie, de William Styron; Terrorista, de John Updike; El hombre que sabía demasiado, de G. K. Chesterton; La máscara maya, de Juan Martorell; y La búsqueda del absoluto, de Honoré de Balzac.

miércoles, 25 de julio de 2007

[ el ojo fisgón ] en el suplemento “culturas”, del diario la vanguardia de barcelona

En los medios de comunicación el espacio es bastante escaso y costoso. Estos tienen muchas cosas de qué ocuparse y como lo que más les interesa es la actualidad, su temporalidad suele estar marcada por la inmediatez. Es efímera.


Por eso me llena de orgullo el hecho de que hoy en el suplemento “Culturas”, del diario La Vanguardia de Barcelona, haya aparecido un breve comentario acerca de [ el ojo fisgón ] —sobre todo si quien lo escribe es Sergio Vila-Sanjuán y si mi nombre aparece al lado del de José Antonio Millán, José María Barandiarán y Subal—.


summertime [ 12 ] / los libros y la conversación


En el capítulo “Los libros y la conversación” de Los demasiados libros dice Gabriel Zaid:


‘La cultura es una conversación. Pero escribir, leer, editar, imprimir, distribuir catalogar, reseñar, pueden ser leña al fuego de esa conversación, formas de animarla. Hasta se pudiera decir que publicar un libro es ponerlo en medio de una conversación, que organizar una editorial, una librería, una biblioteca, es organizar una conversación’.


Los demasiados libros, de Gabriel Zaid. pág. 31

Anagrama

Barcelona, 1996


Cada vez que leo esta frase siento que todo ha quedado dicho y que, por lo tanto, no hay nada que añadir.

martes, 24 de julio de 2007

summertime [ 11 ] / mi estudio sobre tendencias y hábitos de lectura de narrativa contemporánea cinco años después

Todo empieza en junio de 2001. Voy a graduarme de Ciencia Política y todavía me hacen falta los últimos cursos de la carrera de Literatura —obviamente los más aburridos—. Estoy hasta la coronilla de los análisis de texto que proponen mis profesoras en clase y cada trabajo que tengo que hacer es un verdadero tedio. Tengo la impresión de que por fuera de la charla de cafetería cualquier comentario acerca de un libro sobra. Disfruto como pocas cosas la lectura del texto y todo lo que pueda decirse en relación con éste me aburre y carece de interés para mí.


Se acerca el momento de definir el proyecto de mi trabajo de grado y estoy decidido a hacerlo sobre la narrativa de Truman Capote hasta que un día me doy cuenta de la insatisfacción que me produce el hecho de que la literatura contemporánea apenas se haya mencionado por los laditos en un par de cursos de la carrera que estoy por terminar —salvo por los seminarios de “Cuatro narradores norteamericanos” y de Umberto Eco rara vez se va más allá del boom latinoamericano, al que a duras penas se llega—. Justamente de esa insatisfacción y de un creciente interés por la actividad editorial surge la idea de desarrollar a manera de trabajo de grado un estudio sobre tendencias y hábitos de lectura de narrativa contemporánea que hago a partir de las respuestas a las entrevistas y a las encuestas dadas por los miembros de una población de “lectores profesionales”. Esta población la conforman tanto autores y editores de narrativa contemporánea, como profesores y estudiantes de los tres departamentos de Literatura que hay en ese momento en las universidades de Bogotá.



Como lo dije en una entrada anterior, ‘la literatura me interesa desde una doble perspectiva: por un lado, el contenido del libro y punto —es decir, lo literario—; y, por el otro, todo lo que se mueve alrededor del libro como mercancía simbólica que es puesta en circulación y que terminamos haciendo nuestra en la medida en que deja una huella en nosotros —algo bastante extraliterario—. Esta segunda fuente de interés me suscita, entre muchas otras, las siguientes preguntas: ¿Qué nos motiva a leer un libro? ¿Qué esperamos de él? ¿Cuáles son las razones por las que escogemos un libro entre todos los demás? ¿Quiénes orientan nuestra decisión de leer una cosa u otra? ¿Qué papel juega la lectura en nuestras vidas? ¿En qué momentos leemos? ¿Qué importancia tiene para nosotros comprar libros? ¿Dónde preferimos comprarlos? ¿Qué hay detrás de una biblioteca personal? ¿Qué espacios ofrecen las bibliotecas públicas y universitarias? ¿En qué medida les sacamos el jugo a la oferta que éstas hacen? ¿Cómo se conforman las tendencias del mercado editorial? ¿Quiénes y de qué manera instauran las modas literarias? ¿Cuáles son los factores que contribuyen al éxito de un libro? ¿Qué implicaciones tiene la concentración de la propiedad en el mercado editorial? ¿Cuáles son las estrategias que deben adoptar las editoriales independientes para ser viables como empresas y sobrevivir?’


Cinco años después guardo un bonito recuerdo de los quince meses que pasé haciendo este trabajo titulado Narrativa contemporánea: ¿quién y en qué condiciones la está leyendo?, con respecto al cual hoy en día tengo algunas reservas de carácter metodológico —relacionadas concretamente con el “análisis” estadístico de las encuestas aplicadas a los estudiantes—.


El listado de las personas a las que entrevisté para hacer este estudio es el siguiente:


- Ana Roda, editora de editorial Norma

- Antonio García, escritor

- Betty Osorio, profesora de Literatura de la Universidad de los Andes

- Claudia Montilla, profesora de Literatura de la Universidad de los Andes

- Esteban Hincapié, editor de Proyecto editorial

- Héctor Abad, escritor

- Hugo Chaparro, escritor

- Jorge Franco, escritor

- Julio Paredes, escritor

- Luis Carlos Henao, profesor de Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana

- Luz Mary Giraldo, profesora de Literatura de la Universidad Nacional y de la Pontificia Universidad Javeriana

- María del Rosario Aguilar, profesora de Literatura de la Universidad Nacional y editora de editorial Norma

- Mario Mendoza, escritor

- Mauricio Contreras, editor de editorial Magisterio

- Nicolás Arango, editor de Arango editores

- Patricia Miranda, editora de editorial Planeta

- Patricia Simonson, profesora de Literatura de la Universidad Nacional

- Piedad Bonnett, profesora de Literatura de la Universidad de los Andes y escritora

- Pilar Reyes, editora de Alfaguara

- Ricardo Silva, escritor

- Santiago Tobón, editor de Proyecto editorial


Quien esté interesado en leer este trabajo puede descargarlo haciendo clic aquí.

lunes, 23 de julio de 2007

summertime [ 10 ] / el periódico el tiempo y arturo pérez-reverte: entre el dinero de planeta y el prestigio de prisa

Colombia no es ajena al problema de la concentración de la propiedad de los medios de comunicación. Sin embargo, el hecho de que El Tiempo sea el único diario de circulación nacional que hay allí es una particularidad del caso colombiano que hace aún más alarmante este fenómeno. Con el monopolio de este periódico la sociedad colombiana ha perdido en términos tanto de diversidad como de pluralismo de opiniones y puntos de vista. Sin embargo, El Tiempo mismo también ha resultado perjudicado con esta situación porque al no tener competencia ha descuidado demasiado la calidad de sus contenidos —cuya pobreza es lamentable y no cesa de crecer—.


En este momento los grupos Planeta y Prisa —que tienen una fuerte presencia en Colombia en los sectores editorial y de medios de comunicación— compiten por convertirse en el socio estratégico que comprará una parte importante del paquete accionario de El Tiempo. Un confidencial de la edición de la revista Semana que empezó a circular ayer dice:


‘Esta semana se define cuál será el socio estratégico de El Tiempo. Al cierre de esta edición la situación, iba así: la oferta de Prisa, que en un principio fue sustancialmente inferior a la de Planeta, ha acortado mucha distancia en los últimos días. Prisa no sólo ha aumentado el monto en dinero, sino que ofreció, como elemento de pago, un grupo de periódicos bolivianos cuyo valor es del orden de los 20 millones de dólares. De llegarse a un acuerdo, estos serían parte del grupo editorial de El Tiempo. Aun así, la oferta de Planeta todavía es más alta. Pero la mayoría de los socios del periódico cree que la experiencia de Prisa con el diario El País de España aporta más que la experiencia editorial de Planeta. Por ello estarían dispuestos a aceptar un precio ligeramente inferior. Sin embargo, si la diferencia no es pequeña, se irían con el mejor postor’.





Con el serio agravante de que El País es uno de los diarios más prestigiosos del mundo, El Tiempo se enfrenta al mismo dilema al que en su momento se enfrentó el escritor español Arturo Pérez-Reverte: ¿qué es mejor, el dinero de Planeta o el prestigio y la experiencia de Prisa?


En Pasando página Sergio Vila-Sanjuán cita el siguiente testimonio del mismo Pérez-Reverte:


‘Rafael Conte, muy interesado por mi trabajo, me pide que se la pase [ La tabla de Flandes ] para leerla. Un día me invita a comer a su casa, me dice que le ha gustado mucho y me pregunta: “¿quieres dinero o quieres prestigio? Porque si quieres dinero tienes que llevarla a Planeta, pero si quieres prestigio has de ir a Alfaguara”’.


Pasando página, de Sergio Vila-Sanjuán. pág. 350

Destino

Barcelona, 2003


Entre tanto me pregunto si la muerte de Jesús Polanco, presidente del grupo Prisa, retrasará la negociación del paquete accionario de El Tiempo.

domingo, 22 de julio de 2007

lecturas de fin de semana [ 35 ] / la introducción de art spiegelman a la versión en cómic de ciudad de cristal, de paul auster

Hace unos meses dije en una entrada que el cómic era uno de los temas que me gustaría explorar. Tras recibir la orientación de mi amigo Diego Patiño —quien desde hace varios años viene haciendo un trabajo interesantísimo como ilustrador— y de una bloguera de Barcelona para introducirme al mundo del cómic me animé a empezar a documentarme y hace dos semanas pasadas decidí leer Maus, de Art Spiegelman —que en 1992 se convirtió en el único cómic que ha recibido el Pulitzer Prize—.


Más adelante haré algunos comentarios sobre este cómic que me atrapó desde la primera página y que me devoré en un par de noches. Por ahora reproduzco el prólogo de Spiegelman a la versión en cómic de la novela Ciudad de cristal —la primera de La Trilogía de Nueva York—, de Paul Auster, hecha por Paul Karasik y David Mazzucchelli.


***


Todo empezó con un número equivocado...


¡Una “Novela Gráfica”! ¡Bah!


¿Cómo llamaría Peter Stillman, el chiflado buscador del Lenguaje Originario en Ciudad de cristal, a la adaptación visual de la novela que imagina en ella? ¿Un Crumblechaw? ¿Un Nincompictopoop? ¿Un Ikonologosplatt? Porque el término cómic no puede ser ya el “nombre auténtico” de un medio narrativo que entrelaza íntimamente palabras e imágenes pero que no es necesariamente cómico en su tono.


A mediados de la década de 1980, algunos bienintencionados periodistas y libreros trataron de diferenciar un puñado de libros en formato de cómic de otras obras menos ambiciosas, dando a los primeros el nombre de “novelas gráficas”. Pero aun cuando mi propio libro Maus fue responsable parcialmente de que las librerías se convirtieran en un lugar seguro para los cómics, la nueva denominación se me atragantó como una mera apuesta cosmética por la respetabilidad. Dado que las obras “gráficas” eran merecedoras de respeto y las “novelas” eran respetables también (aunque no lo hubieran sido siempre), con toda seguridad las “novelas gráficas” ¡tenían que ser respetables por partida doble!


Todo empezó con una idea destinada...


Se requirió otra década antes de que un buen número de cómics largos y ambiciosos alcanzaran el concepto de masa crítica, o, en otras palabras, hasta que suficientes obras merecedoras de atención crítica formaran en las librerías una sección en cierto modo inevitable, pero, cansado de ver mis ejemplares de Maus rodeados de libros de fantasía y manuales de juegos de rol, traté de acelerar el proceso. Y así, a principios de la década de 1990 me quejé a uno de mis editores de que, puesto que mi obra parecía destinada por la fatalidad a permanecer en el ghetto de la sección de novela gráfica, tal vez podría mejorarse su vecindario encargando a algunos novelistas serios que proporcionaran guiones para destacados artistas gráficos. Fue así como conseguí permiso para tentar a varios conocidos novelistas, entre los que se hallaban William Kennedy, John Updike y Paul Auster.


Todo empezó con algunos amigos...


Yo tenía la suerte de haberme hecho amigo de Paul Auster a finales de los años ‘80, y mis repetidas zalemas consiguieron hacerlo jugar con la posibilidad de colaborar con un dibujante. Tuvo él un vislumbre de idea: la visión de un muchacho flotando en el agua. Lo siguiente que supe de ello fue que aquel vislumbre se había convertido en su siguiente novela, Mr. Vértigo, y que él me invitaba amablemente a realizar una ilustración para la cubierta. Todos los novelistas con los que me puse en contacto se mostraban intrigados por mi propuesta, y después salían corriendo. (Updike, que en los comienzos de su carrera quiso ser dibujante de cómics, me contó que le había costado cincuenta años llegar por fin a reconciliarse con la idea de poner palabras en sus dibujos.) Pero hasta él se mostró un tanto dubitativo con mi idea, íntimamente convencido de que la expresión “más pura” de la forma del cómic exigía que el texto y los dibujos fueran realizados por la misma persona.


Fue así como languideció el proyecto, pero sólo para ser reemplazado por una idea que yo creía que era incluso mucho peor. En algún momento, Paul había sugerido que yo adaptara simplemente alguna de sus obras ya publicadas. Desdeñé la idea hasta que otro amigo, Bob Callahan, me engatusó a su vez para coeditar con él una serie de libros: adaptaciones en cómics de literatura urbana de género negro. Yo no podía imaginar quién demonios podía estar interesado en adaptar un libro en... ¡otro libro! Para poner más difíciles las cosas, el objetivo en ese caso no era crear una especie de versiones simplificadas de “Clásicos ilustrados”, sino ‘traducciones’ visuales que merecieran de hecho la atención del adulto. Ciudad de cristal era exactamente el tipo de novela que buscaba Callahan para definir la que, provisionalmente, llamaba “Neon Lit”, pero la relectura del delgado volumen de Auster descubrió que la elección parecía de inmediato asombrosamente acertada y, en consecuencia, una espléndida baza. Por sus traviesas alusiones a la novela de ficción barata, Ciudad de cristal es una obra que, en esencia, resulta sorprendentemente no visual: una compleja maraña de palabras e ideas abstractas expuestas con estilos narrativos que su autor se divierte en cambiar. (Paul me previno de que varios intentos de convertir el libro en un guión de cine habían fracasado miserablemente.)


Yo enredé a David Mazzucchelli, cuyos dibujos en el Batman: Year One de Frank Miller habían hecho gala de una gracia, una economía y una comprensión de la forma que hacían casi interesante el género del superhéroe. Los asombrosos cómics y grafismos que siguió luego publicando por su cuenta tras abandonar su línea principal en el mismísimo cenit de su popularidad, lo convertían en principio en el hombre ideal para llevar adelante el reto. Pero, tras algunos intentos, David comenzó a mostrarse desanimado: era más que capaz de contar el “relato” de la novela de Paul, pero no conseguía localizar los ritmos internos y los misterios reales que hacían que valiera la pena narrarlo. Tal vez era imposible.

Aferrándome a nuestras últimas posibilidades, visité a Paul Karasik, que había sido estudiante mío en la New York’s School of Visual Arts allá por 1981 y 1982 (precisamente, como se vio luego, en los años en que Auster estaba escribiendo Ciudad de cristal). Como profesor, yo había imaginado tareas decididamente imposibles, como la de pedir a los estudiantes que transformaran en cómics un pasaje más bien escasamente narrativo de El ruido y la furia de Faulkner. Y Karasik había demostrado reiteradamente tener talento para dar con soluciones plausibles e inteligentes.Tras explicarle nuestro apuro, recuerdo que él se jactó de ser la persona ideal para la tarea, pero hasta mucho más tarde no tuve conocimiento de su historia, que se diría sacada de Auster. Parece ser que, en 1987 (el año, resultó, en que Paul Auster y yo nos conocimos), Paul Karasik enseñaba arte en el Parker Collegiate de Brooklyn Heights. Al enterarse por entonces de que uno de sus alumnos más espabilados de once años, Daniel, era hijo del novelista Paul Auster, Karasik leyó algunos de sus libros y, por diversión, ¡desglosó en uno de sus cuadernos de bocetos unas pocas páginas de Ciudad de cristal!

Los nuevos bocetos que hizo seis o siete años después de aquel primer experimento estaban realmente inspirados. Cuando vi las páginas que recogían el memorable discurso de Peter Stillman a Quinn, me quedé boquiabierto. Era un asombroso equivalente visual de la descripción que hace Paul Auster de la voz y los movimientos de Stillman: “De un modo maquinal, espasmódico, alternando gestos lentos y rápidos, rígido y a la vez represivo, como si la operación escapara a su control, como si no correspondiera totalmente a la voluntad que había detrás”. Con su insistencia en una estricta y regular cuadrícula de paneles, Karasik localizaba el lenguaje primordial del cómic: la cuadrícula como ventana, como puerta de una prisión, como bloque urbano, como tablero; la cuadrícula como un metrónomo que mide los cambios y los arranques de la narración.

Había un problema con los bocetos: el pequeño formato final de la página de los Neon Lit no podía acomodarse a todas aquellas incesantes filas de pequeñas viñetas, sin parecer apretujada torpemente. Las escrupulosas compresiones (Paul Karasik había configurado la adaptación para que cada grupo de viñetas tuviera proporcionalmente el mismo espacio que el que correspondía al de los párrafos del texto original de Paul Auster) necesitaron ser repensadas para que las páginas pudieran “respirar” algo más. Hubo que ampliar también ocasionalmente algunas imágenes para guiar los ojos del lector en la congestionada cuadrícula. Y esto permitió fortuitamente que David se reintegrara también al equipo para la realización de nuevas condensaciones y configuraciones, por lo que pudo comprometer en la tarea sus formidables cualidades.

En cuanto a Auster, estoy convencido de que ha hecho gala de gran generosidad...

Paul Auster, consciente de las apreturas y urgencias que requieren las traducciones y adaptaciones, pasó un largo y provechoso día con Mazzucchelli, Karasik y yo estudiando el boceto y ofreciéndonos sus sugerencias. Generoso como siempre, se mostró complacido y deseoso de colaborar, pero creo que no se dio cuenta cabal de lo abrumadoras que habían sido las probabilidades de fracasar, ni de que el éxito que había obtenido su novela había dado lugar a otra obra importante. Hurgando en el corazón de la estructura del cómic, Karasik y Mazzucchelli crearon un extraño doble, un Doppleganger del libro original. Es como si Quinn, confrontado en la Grand Central Station con los dos casi idénticos Peter Stillman, eligiera seguir al trazado con tinta y pincel en lugar de al descripto en tipografía. El volumen que resultó, publicado por primera vez en 1994, superó todas mis ideas puristas acerca de la colaboración. Ofrece una de las demostraciones más ricas que se hayan dado hasta la fecha del moderno Ikonologosplatt en su forma más sutil y adaptable.

sábado, 21 de julio de 2007

lecturas de fin de semana [ 34 ] / 'las buenas y las viejas reseñas'


Una vez más encontramos un texto interesantísimo en el blog de la redacción de la revista Letras libres. En esta ocasión se trata de una reflexión acerca de las diferencias existentes entre los mundos anglosajón y de habla hispana en términos tanto de la actitud de los escritores consagrados frente a los que están en proceso de formación, como de las repercusiones de ésta sobre el status que tienen allí las reseñas y quienes las escriben.


Las buenas y viejas reseñas

Por Julio Trujillo


En entrevista reciente, John Updike contaba que siempre ha sido fiel al New Yorker, y que procura publicar ahí con la mayor frecuencia posible: algún cuento, por supuesto, y algún ensayo largo, pero sobre todo reseñas —las buenas y viejas reseñas—. Es probable que en el ámbito anglo esto no sorprenda tanto, pero sí en el de habla hispana. ¿Uno de los grandes escritores estadounidenses escribiendo reseñas, cómo? Me atengo a mi experiencia mexicana y un poco a la española: en general, allá y aquí se piensa que la reseña es un género menor. El reseñista sería el garrotero en el restaurante de la escritura. Esto no es una teoría sino una verdad científica ratificada por algunas excepciones (Savater reseña libros constantemente, por ejemplo). ¿Por qué se piensa que comentar un libro (una novedad) en dos cuartillas y media es bajar de nivel? Supondría distraerse de la obra propia, poner los ojos en el presente y actuar con cierta generosidad. Pero no, eso es morralla, calderilla para jóvenes talacheros. Qué subidón de nivel veríamos en suplementos y revistas si los escritores consagrados, y además buenos (distinción importante), no despreciaran el género de la reseña.


En la misma entrevista, Updike también afirma que procura leer, junto a sus autores predilectos, a escritores jóvenes, para mantenerse alerta y, dado el caso, también reseñarlos. Esto ya es pedir demasiado: que un gran escritor se detenga a comentar el libro de un joven. Sucede a veces en las presentaciones de libros, pero en ellas se esperan sólo unas amables palabras. Si reseñar un libro es como bajar de nivel, ¿qué significará reseñar a un joven? Interrumpirse, fatigarse, volver al parvulario… O tal vez creen, genuinamente, que no hay suficiente calidad (así, en general). En poesía, en México, esto es bastante claro: los poetas importantes no comentan críticamente a los jóvenes, aunque sea para regañarlos. Pueden incluso ser sus tutores o hasta sus amigos, pero a la hora de comprometer el gusto y el criterio en letra impresa, nanái: no hay nada, o casi nada. Esperan que tomemos la estafeta leyéndolos a ellos e incorporándonos a la tradición, lo cual me parece muy bien, pero debería haber más actividad a la inversa.

viernes, 20 de julio de 2007

summertime [ 9 ] / los problemas de una mala distribución

Tal vez la distribución sea una de las instancias más críticas del negocio editorial a este tema me referí en una entrada hace un tiempo. Para garantizar la buena salud de una editorial no basta con reclutar buenos autores, ni con publicar libros excelentes ni con hacer una producción impecable. Si los libros no están en las librerías o si están allí pero no se ven, pues no se venden. En síntesis, una mala estrategia de distribución puede acabar rápidamente con una buena editorial.


Algunas experiencias que he tenido en las últimas semanas al buscar un par de libros han puesto en evidencia la manera como una falla en el sistema de distribución puede convertirse en todo un problema para el lector, para el autor y para el editor:


Caso 1: Los demasiados libros, de Gabriel Zaid


Hace seis años fotocopié y leí Los demasiados libros cuando estaba haciendo mi trabajo de grado sobre tendencias y hábitos de lectura de narrativa contemporánea. Como para una entrada que estaba escribiendo necesitaba una cita de Zaid, me pareció que ésta era una buena oportunidad para comprar el libro. Me paré de mi escritorio, caminé hasta La Central de Mallorca y la dependienta malencarada a la que le pregunté si tenían Los demasiados libros me dijo: ‘Ese libro está fuera de circulación’. Le pregunté si por casualidad lo tendrían en La Central del Raval y me dijo que tal vez si buscaba en otras librerías podría encontrarlo.


Como mi mejor forma de obsesionarme con algo es no conseguirlo, salí nervioso de la librería y subí corriendo las escaleras hasta la oficina. Tan pronto como llegué me metí a la página Web de la librería Laie y llamé a preguntar si tenían Los demasiados libros. La persona que me contestó me dijo que no lo tenían y me preguntó si quería encargarlo. Sin pensarlo dos veces le dije que sí y le pregunté cuánto tardaría el libro en llegar y cómo haría yo para saber que había llegado.


Como quería tener el libro “aquí y ahora”, a la hora del almuerzo me pegué una escapadita a Abacus con la esperanza de encontrarlo. La respuesta del tipo que estaba detrás del mostrador no podría haber sido más descorazonadora. Sin siquiera mirar en el sistema, me botó una frase lapidaria: ‘Ese libro está agotado. Las últimas cinco veces que lo hemos pedido los distribuidores nos han dicho que no lo tienen en stock’.


Ese mismo día en la tarde me fui a la Fnac y cuando con un tono escéptico en el que, sin embargo, había algo de esperanza pregunté en el punto de información si tenían Los demasiados libros, la dependienta me sacó esta perla: ‘No, no está. De hecho, no lo tenemos desde 2003. Lo siento’.


Al borde de la desesperación, en el camino hacia mi casa me desvié para ir a la librería Documenta. Con su sonrisa habitual, el que parece ser el dueño de la librería me dijo que no tenían el libro y que si quería encargarlo lo tendría en una semana o diez días.


Después de llamar cada día en la mañana y en la tarde tanto a Laie como a Documenta, ayer ambas librerías me notificaron con un par de días de retraso que el libro había llegado —anoche empecé a leerlo y ya encontré la cita de Zaid sobre los libros y la conversación que tuve que parafrasear en la entrada en la que la necesitaba—.


Caso 2: Un viaje de ida y vuelta, de varios autores [Nicanor Gómez Villegas y Antonio Lago Carballo (editores)]


La semana pasada le dije a Sergio Vila-Sanjuán que desde hace un tiempo estaba muy interesado en la influencia de los exiliados españoles de la Guerra civil en el desarrollo de la edición en América Latina. Sergio me recomendó un libro que publicó Siruela hace poco y que yo no conocía. Se trata de Un viaje de ida y vuelta.


Al día siguiente de mi cita con Sergio cuando iba para la oficina pasé por La Central de Mallorca y me dijeron que allí no lo tenían pero que en La Central del Raval sí. Una vez allí busqué Los demasiados libros en la estantería en la que están los títulos relacionados con la historia del libro pero como no lo vi por ningún lado, le pregunté al dependiente de la caja dónde podría encontrarlo. Buscó en la base de datos y me dijo que el libro estaba justo donde yo había estado buscándolo. Como soy más bien distraído y poco paciente a la hora de buscar las cosas, pensé que seguramente no había mirado con el cuidado suficiente. Entonces busqué el libro por el nombre de los editores. Como no lo encontré, luego lo busqué por el título. Y como esta vez tampoco lo encontré, revisé lomo por lomo todos y cada uno de los libros de la sección.


Frustrado, le pedí ayuda a una dependienta de pelo blanco que estaba sentada en un punto de información al lado de la sección donde debía estar el libro. Revisó la base de datos, le echó un vistazo rápido a la estantería y me dijo. ‘Pues no está’. Otra vez empecé a ponerme nervioso. ¡‘Pero si el libro está en el sistema es porque sí lo tienen!’, le respondí. Sin la menor señal de irritación, la dependienta de pelo blanco zanjó la discusión de una manera tajante: ‘Eso no quiere decir nada’.


Vale. Respiré profundo, me serené, me dije a mí mismo que no era grave si no tenía el libro “aquí y ahora”, respiré profundo una vez más y decidí que al día siguiente iría a Abacus a encargarlo. En la sección de librería especializada me tomaron los datos, me dieron una constancia de mi solicitud y me dijeron que el libro tardaría unos días en llegar y que me llamarían tan pronto como lo tuvieran.


Todo esto para decir que si los distribuidores y las librerías no cumplen su función diligentemente están tirando a la basura el trabajo de autores y editores, por lo cual de nada sirve que estos hagan el esfuerzo que representa escribir y editar libros.

jueves, 19 de julio de 2007

summertime [ 8 ] / the cult of the amateur: entre el espíritu reaccionario y el populismo

Hace poco salió un libro llamado The Cult of the Amateur, de Andrew Keen, que critica de una manera bastante categórica la falta de rigor que hay en las plataformas tipo Web 2.0 que parten del principio de que los usuarios son quienes generan y emiten contenidos a los que al final puede acceder cualquier persona algo que para el autor constituye el "asesinato de nuestra cultura" y el "ataque de nuestra economía". Basta con tener un computador, algún gadget, un par de programas de edición y una conexión a Internet para abrir un blog, montar un álbum de fotos o colgar un vídeo en la red.


Supongo que la mayor parte de los generadores de contenidos de la Web 2.0 son aficionados sin mayor experticia técnica en el manejo de la escritura o de la edición de material audiovisual que simplemente quieren expresar algo y compartirlo con su pequeño círculo de amigos. Lo interesante de este asunto es que muchas veces algunas personas similares a ellos se sienten identificadas con lo que dicen esos aficionados y que con el paso del tiempo estos pueden ir desarrollando ciertas destrezas que hacen que la calidad de los contenidos que generan vaya mejorando. Es más, esas experiencias de aficionados pueden llevar al descubrimiento de vocaciones ocultas, a apostar por eso que siempre habíamos querido pero no nos habíamos atrevido a hacer o simplemente a un proceso de aprendizaje en el que cada quien aprovecha a su manera los recursos que tiene a la mano.


Se trata de una experiencia que me parece atractiva y valiosa desde donde se la mire. Lo importante es mantener una distancia crítica frente al resultado final para evitar atribuirle un valor inferior o superior al que tendría desde un punto de vista más o menos objetivo. Por otro lado, está claro que la valoración que haga un experto de un álbum de fotos o de un vídeo de un aficionado será distinta de la que haga otro aficionado. Al final muchos de estos contenidos producidos por aficionados no tienen la intención de llegar al gran público —aunque algunos vídeos caseros se hayan convertido en todo un fenómeno de masas—. Por el contrario, muchas veces son guiños íntimos entre grupos pequeños de personas que tienen afinidades ente sí —precisamente ahí está la fuerza de las redes sociales que se construyen a través de Internet—.


Sin embargo, lo anterior no significa que al cabo de un tiempo un aficionado no pueda generar contenidos que sean merecedores del reconocimiento de alguna instancia de autoridad. Porque finalmente todo el problema que plantea Andrew Keen en The Cult of the Amateur se reduce a una cuestión de autoridad.


Keen dice lo siguiente:


La Web 2.0 ‘le rinde culto al aficionado creativo: el realizador autodidacta de películas, el músico de dormitorio, el escritor no publicado. Sugiere que todo el mundo —incluso el más pobremente educado y el menos formado de nosotros— puede y debería usar los medios digitales para expresarse y realizarse. La Web 2.0 “empodera” nuestra creatividad, “democratiza” los medios, “nivela el campo de fuego” entre expertos y aficionados. El enemigo de la Web 2.0 son los medios tradicionales “elitistas”’.


No he leído todo el libro de Andrew Keen pero quiero hacerlo porque aunque en principio su planteamiento me parece bastante reaccionario y rancio, los fragmentos de The Cult of the Amateur que he podido leer hasta el momento sugieren que en él se toma una distancia crítica frente a esa idea populista de que ahora el poder es del everyman —que ya no es un consumer, sino un prosumer porque es un “proactivo”— y de que muy pronto el periodismo ciudadano llevará a los medios tradicionales “elitistas” al colapso.


El pasado miércoles 18 de abril en una entrada titulada ‘el “reportero ciudadano” y los grandes medios’ escribí lo siguiente:


‘El hecho de que hoy en día cualquier persona que tenga una cámara para tomar fotos o grabar videos y un computador con acceso a Internet esté en capacidad de producir y poner a circular contenidos que en muy poco tiempo pueden llegar a ser vistos por millones de personas no significa que los grandes medios vayan a quebrarse como consecuencia de un eventual auge de lo que se conoce como “periodismo ciudadano”, ni que un clic sea suficiente para dar el salto a la fama ni mucho menos que ahora sea facilísimo hacer lo que tanto trabajo les ha costado a Ryszard Kapuściński o a Jon Lee Anderson. Finalmente el acceso a la información de primera mano no es más que un punto de partida del cual se puede prescindir si se tiene la destreza necesaria para ganarse la confianza del público articulando relatos consistentes a partir de los cables de noticias que envían las agencias de prensa.


Lo que sí sugiere esta idea del ‘reportero ciudadano’ es que los medios tradicionales —cuya propiedad tienden a concentrar cada vez más los grandes grupos multimedia— han perdido el monopolio de la movilización de la opinión pública, sobre todo cuando se trata de temas de interés puramente local. Creo que los medios tradicionales pueden aprovechar su capacidad de acceder rápidamente a fuentes de todo tipo y de contrastar los testimonios de éstas —es decir, de procesar la información en bruto con el propósito de darle valor agregado— para seguir marcando una diferencia importante con respecto a lo que está en capacidad de producir el ciudadano de a pie. Sin embargo, para hacerlo es necesario que le apuesten al fortalecimiento de su credibilidad no sólo porque para un medio de comunicación no hay patrimonio más valioso ni fuente de prestigio más importante que ésta sino también porque cada vez tenemos más argumentos de peso para sospechar de las empresas pertenecientes a los grupos multimedia.


Si, por el contrario, continúan incurriendo en los mismos errores que los han llevado a perder su credibilidad, en el mediano y en el largo plazo los medios tradicionales corren el riesgo de ver cómo las fuentes independientes siguen ganándoles terreno en términos de capacidad de movilización de la opinión pública —sobre todo en el ámbito tanto de lo local como de la discusión especializada en torno a temas específicos—‘.


Cuando hablo de los errores que han llevado a los medios a perder su credibilidad pienso, por ejemplo, en el escándalo protagonizado en 2003 por The New York Times cuando se descubrió que una buena parte de los conmovedores y aplaudidos reportajes del periodista afroamericano Jayson Blair partían de información que éste inventaba para ganarse la admiración de sus colegas y de la opinión pública.


Si Andrew Keen está tan preocupado por el “asesinato” de “nuestra cultura”, tal vez ya sea un poco tarde para poner el grito en el cielo porque desde hace mucho tiempo “vemos” cómo ésta viene siendo víctima de la ineptitud y el despotismo de los grandes conglomerados económicos. Al fin y al cabo la Web 2.0 sigue siendo un fenómeno minoritario.