jueves, 31 de julio de 2008

miscelánea editores, entre el descubrimiento de voces nuevas y la búsqueda de la sopresa en el pasado



‘En todo nuevo proyecto debe haber una dosis de ilusión considerable, imprescindible para ponerlo en marcha y conseguir que se afiance y se mantenga.


Miscelánea empieza con esa ilusión y además con pasión por los libros, por la lectura, por la materia que ayuda a construir los sueños y a crear mundos que nos permiten comprender la realidad: la literatura.


Esta aventura conjuga el deseo de difusión de la literatura con una exigencia de calidad. No sólo es importante lo que se nos explica, sino también, y mucho, cómo se nos explica’.


Así se presenta miscelánea editores, un nuevo sello editorial barcelonés que busca descubrir ‘voces nuevas, de diferentes países, con diferentes puntos de vista sobre lo que nos rodea y nos conforma’ y recuperar ‘las voces del pasado que todavía, y a pesar del paso del tiempo, sean capaces de sorprendernos y alentarnos en esta búsqueda curiosa que todos los lectores tenemos’.


La editora Patricia Escalona es la impulsora de este nuevo sello, cuyo primer título saldrá en septiembre próximo. Se trata de Mr. Sebastian y el Mago Negro, de Daniel Wallace. En noviembre saldrá Tigre blanco, de Aravind Adiga, y actualmente están en preparación los siguientes títulos: La hija del corregidor, de Andrea Vitali; Iniciamos nuestro descenso, de James Meek; y, “last but not least”, El libro de Daniel, de E.L. Doctorow.


miscelánea editores ya empieza a sonar por aquí y por allí y seguro que a partir de septiembre empezará a dar más de qué hablar.


Tengo la impresión de que la definición del término “Miscelánea” explica bastante bien el espíritu de este sello en el que, como podrán ver, confluyen obras y autores provenientes de diferentes tradiciones y, por lo tanto, con registros bastante diversos:


miscelánea

(Del lat. miscellaneus)

1. adj. Mixto, vario, compuesto de cosas distintas o de géneros diferentes.

2. f. Mezcla, unión de unas cosas con otras.

3. f. Obra o escrito en que se tratan muchas materias inconexas y mezcladas.


miércoles, 30 de julio de 2008

la paciente tarea de perseguir libros [ 2 ]

El programa de mi curso de “Cuatro narradores norteamericanos” incluía Un árbol de noche, de Truman Capote, que es el libro de cuentos más bonito que he leído hasta el momento —no puedo evitar releer cada cierto tiempo Niños en su cumpleaños, La botella de plata y Miriam, tres relatos que cada vez me emocionan incluso más que la primera vez—. Aparentemente ninguna librería de Bogotá tenía el libro en stock, por lo cual tuvimos que leerlo en fotocopias.


Un árbol de noche me gustó tanto, que la idea de no tener un ejemplar en mi biblioteca empezó a perturbarme. Cada vez que pasaba frente a una librería entraba a buscarlo pero poco a poco fui perdiendo la esperanza de encontrarlo. Sin embargo, entre tanto se me atravesaron por el camino otros libros de Capote como El arpa de hierba, Otras voces, otros ámbitos y Música para camaleones, que entonces tampoco se encontraban fácilmente.


Como Álvaro Castillo sabía que yo estaba enganchado a la narrativa gringa, cada vez que yo pasaba por San Librario me ofrecía libros que había ido encontrando y que había guardado para mí. Sin embargo, no había por ningún lado quien diera razón de Un árbol de noche.



En ese momento ya tenía todos los volúmenes de cuentos de Raymond Carver que existían en castellano —se los pedí a los de Círculo de lectores, que distribuyen Anagrama en Colombia, y que me los dieron como parte de pago por haber trabajado en un concurso de cuento que organizaba el periódico El Tiempo— y desde hace un tiempo habían empezado a llegar a las librerías colombianas las ediciones de Alianza de El guardián entre el centeno, de Nueve cuentos y de Franny y Zooey, de J. D. Salinger


***



Toda la semana había estado en el cierre de la revista en la que trabajaba entonces y el viernes después de hacer la última revisión de pruebas de impresión tenía que ir a una papelería a comprar materiales para hacerle un cartel de bienvenida a mi hermanita, que regresaba a Bogotá después de vivir un año en Francia. Aprovechando que estaba cerca, decidí ir a la Panamericana de la calle 72 con carrera 15 a hacer las compras.


Después de comprar moldes de letras, cartulina y globos decidí subir a la sección de libros para distraer el cansancio que llevaba encima. Tras echarles un ojo a las mesas de saldos, que era lo que había ido a ver inicialmente, pasé por las estanterías y sin estar buscándolo encontré justamente un ejemplar de Un árbol de noche en una edición de bolsillo de Sudamericana importada de Argentina que era más bien fea —sin embargo, la traducción era la misma que Juan Villoro había hecho para Anagrama—.


Estuve hojeando el libro durante un rato ansiosamente porque me parecía increíble haberlo encontrado. Sin embargo, al cabo de un momento caí en cuenta de que no llevaba ni un peso encima mío —después de hacer las compras del cartel de mi hermanita sólo me habían quedado unas cuantas monedas para pagar el bus que tenía que coger para ir a mi casa—.


Ahora que había encontrado un libro que había buscado durante tanto tiempo no iba a dejarlo escapar por el simple hecho de no tener dinero, así que decidí buscar un lugar seguro para esconderlo e ir a comprarlo al día siguiente a primera hora. Después de probar varios escondites y distintas formas de camuflar el libro, lo metí al fondo de los estantes donde estaban los manuales de jardinería.


Lo extraño es que cuando iba de salida vi en la mesas de novedades un ejemplar de Luna caliente, una novela bellísima de Mempo Giardinelli que en Colombia había publicado editorial Norma—en España lo hizo Alianza—, que llevaba mucho tiempo descatalogada y que yo había dejado de buscar después de haberla sacado de la biblioteca Luis Ángel Arango —ahora la editaba Planeta, junto con el resto de la obra del escritor argentino—. Aunque en los estantes había un par de ejemplares más de Luna caliente, en ese momento me pareció que lo más coherente con lo que acababa de hacer era coger uno y esconderlo junto a Un árbol de noche.




Ese viernes por la noche mi mamá tuvo que hacer sola el cartel de bienvenida para mi hermanita porque el estado de exaltación en el que llegué había agudizado mi torpeza para las manualidades. Al día siguiente me levanté temprano, cogí el carro de mi mamá sin avisarle y me fui por la carrera séptima hasta la calle 72 esquivando todo lo que se me atravesaba por delante.


***


Ya tenía todos los libros que me habían obsesionado durante un par de años y que me había costado mucho trabajo encontrar. Buscarlos infructuosamente durante tanto tiempo me había producido tanto desgaste, que un buen día terminé dándome cuenta de lo absurdos que habían llegado a ser mi adoración por los libros y mi apego a mi biblioteca —que sigue estando en la que era mi habitación en la casa de mis papás, supongo que cubierta de polvo—.

martes, 29 de julio de 2008

la paciente tarea de perseguir libros [ 1 ]

Todavía me emociono cada vez que descubro una nueva librería o que paso frente a una que me gusta —algo que cuando estaba en la universidad me pasaba incluso al ver sobre una mesita un libro cualquiera—. En esos momentos soy víctima de una ansiedad intensísima. Es como si hubiera un imán que me atrajera hacia la vitrina, que luego me arrastrara hacia adentro y que me mantuviera absorto hasta el cansancio. Se trata de un impulso que sencillamente no puedo controlar.


***


La lectura de Desayuno en Tiffany’s, de Truman Capote, me motivó a meterme en el mundo de los narradores estadounidenses del siglo XX. Empecé por lo más obvio: Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, William Faulkner y John Dos Passos. Luego encontré por casualidad a John Steinbeck y a Erskine Caldwell.


Aunque entonces ya estaba enganchado a la literatura gringa, creo que las estocadas finales me las dieron mi amigo Freddy presentándome a J. D. Salinger y mi profesora Piedad Bonnett poniéndome a leer a Carson McCullers y a Raymond Carver en un curso llamado “Cuatro narradores norteamericanos”.


***


Después de leer El guardián entre el centeno, Reflejos en un ojo dorado y Catedral me dije que tendría que leer y tener en mi biblioteca todo lo que hubieran escrito Salinger, McCullers y Carver —lo reconozco, en esa época yo era un fetichista de los libros—. Como en el año 2000 los libros de ninguno de ellos llegaban a Colombia con regularidad, sólo era posible leerlos sacándolos de la biblioteca Luis Ángel Arango o pidiéndoselos prestados a alguien que los hubiera encontrado antes de que la mayor parte de las buenas librerías de Bogotá se fueran a la quiebra una tras otra. Por otro lado, la posibilidad de comprarlos se reducía a tener la suerte de que en alguna librería quedara algún ejemplar de un pedido hecho un tiempo atrás —lo cual me pasó dos milagrosas veces—, a rebuscarlos en librerías de segunda mano o a encargárselos a alguien que viajara a España.




Desde entonces cada vez que pasaba frente a cualquier librería entraba y me iba directo a la sección de narrativa, donde empezaba buscando a Salinger, McCullers y Carver para luego continuar con Hemingway, Fitzgerald y Steinbeck. La mayoría de las veces no encontraba más que unas ediciones horribles de El viejo y el mar, de La perla y de Desayuno en Tiffany’s —recuerdo haberme topado con una traducción hecha en Argentina en la que el título era Desayuno con diamantes y con otra edición de allí mismo que traducía The Catcher in the Rye como El cazador oculto—. De vez en cuando se veía por ahí un ejemplar de la antología Short Cuts, de Carver, y en el pabellón de saldos que montaba la Panamericana en la Feria del libro a menudo había varias pilas de ejemplares de las ediciones de bolsillo que había publicado Seix Barral de La balada del café triste y de Frankie y la boda, de Carson McCullers —que eran rematados por el precio de dos empanadas—.


Por pura casualidad, en menos de un mes mi búsqueda arrojó resultados inesperados en dos ocasiones: primero encontré en la sucursal de la librería Buchholz del hotel Tequendama —que habían abierto hacía poco tiempo y que en ese momento estaban saldando— un ejemplar de la edición de Edhasa de Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción, de Salinger; y luego en la librería Alejandría se me atravesó un ejemplar de La vida de mi padre. Cinco ensayos y una meditación, un libro minúsculo de una colección muy bonita de editorial Norma que se llamaba “La pequeña biblioteca” y que reunía algunos de los ensayos más lindos de Carver.



***


Alguna vez alguien me contó que Álvaro Castillo, quien desde San Librario se convirtió hace varios años en el mejor dealer de libros para muchos lectores bogotanos de mi generación —dicen que incluso García Márquez y Fidel Castro le hacen encargos—, recorría todos los días distintos sitios de venta de saldos y libros de segunda para terminar al final con una bolsa que de vez en cuando incluía una que otra joya. Yo no sé si la anécdota será cierta o si será más bien una leyenda urbana pero un día encontré por accidente en la Panamericana de la calle 72 con carrera 15 —que supuestamente estaba incluida en el itinerario de Álvaro y en la que a menudo hay unos verdaderos chollos— dos libros que estaba buscando desde hacía un par de años y desde entonces pienso que si no fuera tan perezoso cada vez que pasara frente a una librería entraría a enfrentarme a la probabilidad de hacer algún hallazgo inesperado.



Pero bueno, aquí empieza otra historia que contaré en mi entrada de mañana.

lunes, 28 de julio de 2008

donde pongo el ojo... [ 45 ]


Lecturas en curso


Historia abreviada de la literatura portátil, de Enrique Vila-Matas

Anagrama

Barcelona, 1985


Mi recomendado de la semana


Le contrôle de la parole, de André Schiffrin

La Fabrique

París, 2005


Mis libros favoritos


Romancero gitano, de Federico García Lorca

Alianza editorial

Madrid, 1997


Me llama la atención


María y yo, de Miguel Gallardo y María Gallardo

Astiberri

Bilbao, 2008

miércoles, 23 de julio de 2008

reflexión sobre el "usted" y un texto de esther tusquets al respecto

En ciertas regiones de Colombia —en la andina, por ejemplo— muchas veces las personas solemos no tutearnos en situaciones en las que lo haría la gente de otras zonas del país, de otros países de Hispanoamérica o de España. Yo, por ejemplo, tuteo a mis papás —que en ocasiones nos hablan a sus hijos de “usted”— pero no a mis hermanos, ni a la mayor parte de mis amigos hombres de toda la vida ni a muchas de mis amigas de Colombia.


No sé por qué pero esta forma seca y al mismo tiempo entrañable que tenemos de tratarnos entre personas muy cercanas le extraña y también le gusta a mucha gente de otros países donde se habla castellano y en los que por defecto uno se tutea con quienes se tiene una cierta proximidad. Tanto, que algunos amigos cercanos de lugares tan distintos como México, Uruguay, Argentina y Catalunya un buen día decidieron retirarme el tuteo y empezar a hablarme con un “usted” que se les oye lo más de bonito —aunque reconozco que al principio ese nuevo trato me sonó hostil y que incluso llegué a pensar que quienes lo habían adoptado estaban disgustados conmigo—.


Esta situación la tengo particularmente presente desde el verano de 2006, cuando encontré en El País una columna en la que la editora Esther Tusquets se quejaba de la pérdida de matices que ha producido tanto en el lenguaje como en las relaciones interpersonales la tendencia a la desaparición del “usted” en España. Aunque algunos de sus argumentos en contra de la universalización del tuteo me parecen más bien rancios, alarmantes o simplemente tontísimos —yo me siento como en mi casa en los aviones de Vueling cada vez que oigo esa grabación que dice ‘abróchate el cinturón de seguridad y mantén derecho el espaldar de tu silla mientras las luces de emergencia permanezcan encendidas’—, tengo mis razones para estar del lado de Esther Tusquets en la defensa del “usted”.


Tal vez entiendan mejor todo este rollo leyendo la columna en cuestión.


Réquiem por el usted


Esther Tusquets


Cuando yo era niña, a comienzos del siglo pasado —¿cómo pueden decir algunos que la vida es corta o que pasa en un soplo?, a mí me parece interminable—, el tuteo se utilizaba con los amigos, con la mayoría de familiares, con las personas de confianza, y desde luego con nosotros, los niños. También la gente sencilla solía emplear más el tuteo. El usted quedaba reservado a las personas con las que no existían relaciones estrechas de parentesco o amistad. Marcaba una distancia, un respeto. Por eso me llamaba la atención que algunos niños tuvieran que tratar de usted a sus padres. Era el caso, bien próximo, de mi abuela paterna, a quien todos los hijos, y por supuesto los nietos, tratamos siempre de usted. No me gustaba ni pizca usar un tratamiento tan protocolario con un pariente tan próximo.


Existía otro tratamiento, el vos, que me fascinaba. Quizás porque sólo lo encontraba en el teatro y en los cuentos de hadas, y eso le confería un toque mágico. Era propio de príncipes y princesas, de damas y caballeros de otros tiempos, y carecía del matiz un punto engolado y antipático y oficinesco del usted. Descubrí con envidia que algunos niños voseaban a sus padres en catalán. Pero el réquiem por el vos debió de entonarse hace ya tiempo, porque oigo que mi nieto y sus amigos utilizan también en catalán el tuteo con sus padres.


Quedan, pues, el tú y el usted, enzarzados en una pugna donde el usted va perdiendo inexorablemente terreno. Es una batalla que iniciaron los "progres", que iniciamos los "progres", en los sesenta. Parecía una medida igualitaria, izquierdosa, un modo más de eliminar las diferencias de clase. Pero tenía un fallo irremediable: no existe mayor clasismo que dirigirse de tú a individuos que por su condición se ven forzados a tratarte a ti de usted, no existe peor clasismo que tutear a las criadas, al chófer, al camarero de un buen restaurante. No hay nada que haga tan explícita la diferencia. Mientras no exista, claro, un sistema en que el tuteo sea obligado para todos.


Si no hay una razón ideológica que lo justifique, si no se trata de que sea "políticamente correcto", ¿qué ventajas reporta empobrecer el lenguaje eliminando el usted? ¿No es preferible que haya más alternativas, mayor posibilidad de matices y de juegos? ¿Por qué no marcar en el lenguaje unas diferencias que se dan en la realidad? ¿En qué mejora la relación profesor—alumno que el chaval que ingresa en la Universidad tutee desde el primer día al catedrático? ¿Por qué la dependienta de un supermercado, la empleada de una peluquería, a las que llevo cuarenta años y a las que quizás veo por primera vez, han de tratarme de tú? ¿Es acertado que una compañía aérea —Vueling— muestre lo muy moderna que es y busque granjearse al público más joven mediante el uso generalizado del tuteo, y de tú nos hable el capitán por el altavoz y con el tú se nos dirijan a las ancianas pasajeras las azafatas de veinte años?


Comprendo que es inútil pretender que nadie me trate de vos, como a las princesas de los cuentos y a las damiselas medievales, pero me gustaría que las personas con las que no media confianza ninguna y, sobre todo, si son mucho más jóvenes, me trataran inicialmente de usted, hasta que fuera yo quien les propusiera apear el tratamiento. Porque ésta es otra ventaja de que subsista el usted: la posibilidad de que llegue el momento, a veces de alto valor simbólico, en que la persona de mayor respeto ofrece el paso al tuteo y traslada así la relación a un plano distinto y superior.

martes, 22 de julio de 2008

what we talk about when we talk about love, de raymond carver: versión original vs. texto editado *

Parece que la vida de Raymond Carver sufrió dos transformaciones fundamentales poco antes de que éste le entregara a Gordon Lish, su amigo y editor en Alfred A. Knopf, el manuscrito de la colección de relatos que más adelante se publicaría bajo el título What We Talk About When We Talk About Love [De qué hablamos cuando hablamos de amor]: conoció a Tess Gallagher y dejó de beber.


Parece también que desde entonces Carver estuvo sobrio y con Gallagher hasta el día de su muerte —que tuvo lugar el 2 de agosto de 1988—.


Parece, además, que la de Carver y Lish era mucho más que una simple relación de trabajo entre un autor y su editor.


Parece incluso que Lish era para Carver una fuente de inspiración, un apoyo y su lector ideal.


Parece, por otro lado, que una vez recibió What We Talk About When We Talk About Love Lish intervino muchos de los relatos que conforman el volumen, haciéndoles modificaciones sustanciales —dicen que a algunos les cambió el título o el final y que dos los redujo en cerca de un setenta por ciento—.


Parece, finalmente, que Carver consideraba que muchos de los relatos de What We Talk About When We Talk About Love habían mejorado sustancialmente tras haber pasado por las manos de Lish.


***



En la edición de la última semana de 2007 The New Yorker publicó algunas de las cartas que entre 1969 y 1983 le envió Raymond Carver al editor Gordon Lish agradeciéndole por haber apostado por él, por su generosa amistad y por haber sido su apoyo, pero también pidiéndole que detuviera la edición de What We Talk About When We Talk About Love.


Desde que leí sus cuentos o sus textos de no ficción reunidos en Fires y en No Heroics, Please —que Bartleby editores publicó no hace mucho tiempo por primera vez en castellano— siempre creí que el carácter de Carver tendría que ser tan fuerte y contundente como su escritura. Sin embargo, en algunas de las palabras que el mismo Carver le escribe a Lish el autor confiesa no sólo la fragilidad de su estado de ánimo sino también los defectos de su prosa.


Tras leer esas cartas que ponen en evidencia la inseguridad, la angustia y la desesperación que parecía sentir Carver incluso después de haber dejado de beber, no quise seguir queriendo encontrar la respuesta a una pregunta que venía haciéndome cada vez que pensaba en el escritor estadounidense desde que The New Yorker publicó los fragmentos de su correspondencia con Lish a raíz de la polémica que desató la intención de Tess Gallagher de publicar los textos originales de los relatos de What We Talk About When We Talk About Love: ¿qué pensaríamos hoy en día de la obra de Carver si sus relatos hubieran sido publicados tal y como él se los pasó a Lish o si por lo menos éstos no hubieran sufrido modificaciones tan sustanciales?


A propósito de la polémica que ha generado el caso Carver – Lish quisiera llamar la atención sobre dos aspectos que vale la pena tener en cuenta en todo momento:


1. en cierto sentido una obra como producto final puede ser el resultado de una negociación entre el autor y su editor en la medida en que en ocasiones éste sugiere modificar algunos aspectos puntuales del manuscrito que ha recibido inicialmente.


2. a muchos autores les cuesta trabajo dar por terminada una obra, por lo cual algunas veces hasta último momento —e incluso después de su publicación— siguen considerando que ésta aún podría mejorarse.


Para terminar, a continuación reproduzco algunos fragmentos de las cartas en cuestión que me han parecido bastante conmovedores:


‘You know, old bean, just what an influence you’ve exercised on my life. Just knowing you were there, at your desk, was an inspiration for me to write, and you know I mean that. You, my friend, are my idea of an ideal reader, always have been, always, that is, forever, will be’. (Septiembre 27 de 1977).


‘You’re my hero —don’t you know? (…) Your friendship and your concern have enriched my life. There’s no question of your importance to me. You’re my mainstay. Man, I love you. I don’t make that declaration lightly either…’. (Mayo 10 de 1980).


‘You’ve given me some degree of immortality already. You’ve made so many of the stories in this collection better, far better than they were before. And maybe if I were alone, by myself, and no one had ever seen these stories, maybe then, knowing that your versions are better than some of the ones I had sent, maybe I could get into this and go with it’. (Julio 8 de 1980).


‘Now much of this has to do with my sobriety and with my new-found (and fragile, I see) mental health and well-being. I’ll tell you the truth, my very sanity is on the line here’. (Julio 8 de 1980).


‘I’m afraid, mortally afraid, I feel it, that if the book were to be published as it is in its present edited form, I may never write another story, that’s how closely, God Forbid, some of those stories are to my sense of regaining my health and mental well-being…’. (Julio 8 de 1980).


‘If the book comes out and I can’t feel the kind of pride and pleasure in it that I want, if I feel I’ve somehow too far stepped out of bounds, crossed that line a little too far, why then I can’t feel good about myself, or maybe even write again; right now I feel it’s that serious, and if I can’t feel absolutely good about it, I feel I’d be done for’. (Julio 8 de 1980).


‘Can you put the book off until Winter or Spring of 1982 (…)? (…) No, I don’t think it shd. be put off. I think it had best be stopped’. (Julio 8 de 1980).


‘I may as well say it out now, I can’t undergo the kind of surgical amputation and transplant that might make them someway fit into the carton so the lid will close’. (Agosto 11 de 1982).



* De alguna manera en esta entrada matizo algunas de las cosas que dije en otra anterior titulada "de qué hablamos cuando hablamos de las intervenciones abusivas de un editor".

lunes, 21 de julio de 2008

donde pongo el ojo... [ 44 ]



Lecturas en curso


Elogiemos ahora a hombres famosos, de James Agee y Walker Evans

Backlist

Barcelona, 2008


Mi recomendado de la semana


Sexografías, de Gabriela Wiener

Melusina

Barcelona, 2008


Mis libros favoritos


Cuentos completos, de Juan Carlos Onetti

Alfaguara

Madrid, 1994


Me llama la atención


La noche era joven y nosotros tan hermosos, de Manuel Reguera

Barataria

Barcelona, 2007

viernes, 18 de julio de 2008

el impacto de la imagen

Es impresionante la repercusión que puede llegar a tener una ilustración —claro, ésta toca un tema sensible en un momento particularmente crítico y está en la cubierta de la edición de esta semana de The New Yorker—.



¿Qué pensará Barry Blitt, el autor de la ilustración, sobre el impacto que ha tenido esta pieza?


Recomiendo echarle un ojo a la entrada The New Yorker tropieza’, de León Krauze, en el blog de la redacción de la revista Letras libres.

jueves, 17 de julio de 2008

recuerdos de la barcelona preolímpica: ramblas, quioscos y libros

En el número de julio – agosto de la edición española de Esquire he encontrado un bonito texto titulado ‘Del pan y vino al sushi de diseño’ en el que el escritor Javier Pérez Andújar habla sobre el contraste entre la Barcelona preolímpica y la actual. Cuentan quienes crecieron en la ciudad y quienes llegaron aquí antes de los Juegos Olímpicos de 1992 que esa Barcelona cosmética y de diseño que conocimos los que llegamos hace poco, que tanto fascina al visitante y de la que hablé en una entrada anterior es algo reciente.


En su texto Pérez Andújar define en una frase contundente la transformación que ha sufrido esta ciudad: ‘En Barcelona el cambio más notable a raíz de los Juegos Olímpicos ha sido el desplazamiento de lo popular por lo masivo’.



Pérez Andújar destaca un detalle que desconocía sobre esa Rambla donde viví allí durante un año y medio y que me llamó la atención:


‘Las Ramblas eran el libre, el constante ejercicio de la lectura, pues sus quioscos estaban abiertos todos los días del año, las veinticuatro horas, y en ellos se vendían periódicos y… libros. Las Ramblas han sido uno de esos extraños sitios del mundo en que una persona puede comprarse un libro a las cuatro de la mañana, en los que un muchacho que andaba de vuelta a casa podía encontrar, en medio de la calle, una pléyade de libros económicos, de libros de bolsillo, y el caso es que resultaba muy difícil pasar junto a esos quioscos sin comprarse ningún libro.


Pero en los años ochenta los libros fueron remplazados por revistas y películas pornográficas, quizá porque la impudicia del sexo es más llevadera. Por supuesto, ya hace tiempo que no se venden libros en los quioscos de las Ramblas. Pero, además, desde hace unos meses estos quioscos han determinado cerrar a la noche, pues se ve que a esas horas no les colocan un periódico, una revista erótica, y tal vez tampoco una postal de la Torre de las Aguas, una foto de la Sagrada Familia, un retrato de Copito de Nieve, ni a la riada de turistas que baja por las Ramblas, ni a los lateros paquistaníes que los abordan con sus bolsas de plástico llenas de bebidas, y que son los dos principales grupos sociales que componen la infranqueable densidad humana de las Ramblas. A las Ramblas ya no les gusta ir a los barceloneses. Las Ramblas están más cerca hoy de Lloret de Mar, que de Barcelona. Barcelona, ciudad de Ramblas sin barceloneses, y de Ramblas sin libros, y de Ramblas sin quioscos nocturnos’.

miércoles, 16 de julio de 2008

interrogante sobre la producción editorial en italia

Siempre he creído que en Italia la producción editorial es enorme y que allí los libros son baratísimos. No sé si esto es el producto de la imagen idílica que tenía de Italia una ex alumna del colegio italiano de Bogotá con la que salí cuando estaba en la universidad o de una simple idea preconcebida carente de fundamento. Si tenemos en cuenta que Italia tiene alrededor de sesenta millones de habitantes y que por fuera de su territorio sólo se habla italiano en unos cuantos pequeños puntos de Europa del Este y África —y, claro, en el seno de las comunidades italianas que hay regadas por todo el mundo—, ¿en el caso hipotético de que la producción editorial de ese país sea enorme quién compra y lee todos esos libros que se publican?


Este fin de semana mientras conversaba con Paolo Vignolo —un economista milanés que cuando estaba terminando la universidad se fue de intercambio a Bogotá y que, para no alargar el rollo, nunca regresó del todo a Italia, ahora es profesor de Historia de la Universidad Nacional de Colombia y tiene un acento bogotano encantador— aproveché para pedirle que me diera sus impresiones con respecto al mercado editorial italiano.



La respuesta de Paolo va por partes:


En primer lugar, esa cosa que llamamos “la lengua italiana” no existe. Cada zona de Italia tiene su dialecto y en ocasiones la gente tiene dificultades para entenderse con los del pueblo vecino. El italiano oficial sería el de los telediarios, que es absolutamente soso.


En segundo lugar, la tradición conformada por Dante, Petrarca y Boccaccio dio origen tanto a una lengua literaria sobre la que se funda la cultura escrita italiana como al status literario del italiano.


Y, por último, un alto porcentaje de los libros que salen en Italia no se venden simplemente porque su publicación es el resultado de intercambios de favores, chanchullos y jugadas políticas.


¿Y entonces? No quiero quedarme con la curiosidad, así que seguiré intentando encontrar respuestas a mi pregunta inicial. Si alguien tiene pistas al respecto, le agradecería que las compartiera.

martes, 15 de julio de 2008

la feltrinelli

Aunque reconozco que la idea me resulta atractiva, la verdad es que no hago lo que podríamos llamar “turismo de librerías”. Sin embargo, cada vez que visito una ciudad las librerías siempre se me terminan atravesando en el camino. Como muchas de las cosas que voy viendo mientras paseo me dicen poco o nada, pasa de largo frente a ellas. Pero en las librerías no puedo evitar detenerme.


Hace un tiempo oí hablar por primera vez de la Feltrinelli, la librería perteneciente al grupo en el que con el paso de los años se convertiría una de las editoriales independientes más prestigiosas de Europa: Giangiacomo Feltrinelli Editore.




El domingo se me atravesó por delante en Roma una sucursal de la Feltrinelli y sin pensármelo dos veces entré a echarle un ojo. Dos aspectos de la librería me llamaron particularmente la atención:


1. la claridad con la que están definidas las secciones de la librería —literatura, policíaca, infantil, guías de viaje, manuales de aprendizaje de idiomas, libros ilustrados, poesía, clásicos latinos y griegos, ciencia ficción, fantasía, política, historia, ensayo, actualidad, ensayo, religión, filosofía, pedagogía, psicología, sociología, medios de comunicación, derecho, crítica literaria, lingüística, esoterismo, economía, management, antropología y arqueología— y la amplitud de la oferta que hay en cada una de ellas.


2. el equilibrio de la oferta entre las novedades y los libros de fondo. Paseándome por las estanterías de la Feltrinelli encontré no sólo los textos fundamentales de la cultura occidental en distintas áreas, sino también una cantidad de libros que desde perspectivas y geografías diversas han marcado el espíritu de nuestra época —cosa inusual en las grandes superficies—.


Para terminar, a continuación presento el listado de los diez libros más vendidos en la Feltrinelli:


- La solitudine dei numeri primi, de Paolo Giordano


- Firmino, de Sam Savage


- Il casellante, de Andrea Camilleri


- L'eleganza del riccio, de Muriel Barbery


- Quello che ti meriti, de Anne Holt


- Gomorra, de Roberto Saviano


- L'ombra del vento, de Carlos Ruiz Zafon


- Uomini che odiano le donne, de Stieg Larsson


- La ragazza che giocava con il fuoco, de Stieg Larsson


- Breviario comico, de Michele Serra

lunes, 14 de julio de 2008

donde pongo el ojo... [ 43 ]


Lecturas en curso


Rapport sur le livre numérique, de Bruno Patino

Ministère de la Culture et de la Communication de France

París, 2008


Mi recomendado de la semana


A paso de cangrejo, de Umberto Eco

Debate

Barcelona, 2007


Mis libros favoritos


Canto a mí mismo, de Walt Whitman

El Áncora editores

Bogotá, 1998


Me llama la atención


El Emperador, de Ryszard Kapuściński

Anagrama

Barcelona, 1989

miércoles, 9 de julio de 2008

¿por qué los británicos compran penguin classics?


Esta mañana encontré en el blog de Penguin UK una interesante reflexión de Fiona Buckland, la directora de ventas del grupo, con respecto a las razones por las que los libros de Penguin Classics se venden tan bien y por las que a la hora de comprar un clásico muchos lectores tienden a escoger la edición de esta colección en lugar de las muchas otras que hay en las librerías. Buckland explica el fenómeno a partir de dos argumentos de Dan Ariely:


1. El contexto es clave


(a) Déle a la gente muchas opciones y la conversión de echar un vistazo a comprar se reduce (¿cuántas ediciones de Orgullo y prejuicio necesitamos en las estanterías?)

(b) Para la gente es difícil definir el valor de algo en estado de aislamiento (…)


2. Creación de hábitos


Una vez empezamos a comprar algo, (digamos, café de Starbucks, o clásicos de Penguin), se vuelve mucho más fácil hacerlo una y otra vez. Se convierte en un hábito’.



Añade Buckland que ‘para mí la cuestión incluye pensar cómo traer nuevos lectores hacia Penguin Classics, así como recordarle a la gente no sólo cuánto placer ha experimentado leyéndolos sino también que más personas compran y leen Penguin Classics más que cualquier otra marca apelando de esta manera a la mentalidad de manada. Y aquí viene la parte confesional: me encanta vender Penguin Classics porque estos libros me encantan. Nunca he tenido una experiencia pobre tras escoger leer uno (quisiera poder decir lo mismo con respecto a cada libro que cojo). Si estuviera vendiendo cigarrillos, armas o discos de Céline Dion, podría sentir un conflicto moral mayor’.


Aunque es cierto que las palabras de Buckland parecen un autoelogio muy mal disimulado —cosa que no sorprende en una directora de ventas—, la reflexión que plantea sigue pareciéndome interesante y creo que todo editor debería preguntarse con frecuencia cuál es su posicionamiento en el mercado e identificar las razones que lo explican.