lecturas de fin de semana [ 15 ] / '“bestsellerizarse" o morir'
Como eso de los best sellers está dando tanto de que hablar desde hace unos días, aprovecho para reproducir un artículo titulado '"Bestsellerizarse" o morir' que encontré hace un par de días en Librósfera. En él José Ángel Mañas se queja de la pésima calidad de la literatura que se está publicando actualmente y, por lo tanto, del bajo nivel cultural de las nuevas generaciones. Según Mañas, hoy en día el público sólo consume basura porque la industria editorial se rige por una ‘lógica exclusivamente mercantil’ a la cual tienen que adaptarse quienes quieran vivir de la escritura y porque nuestra atención cada vez se desplaza más hacia los nuevos medios.
Aunque considero que es cierto que bastantes editoriales publican mucha basura cuyo target es un gran público perezoso, poco exigente y con una cultura literaria muy pobre, creo que buscar textos de una mayor calidad literaria es una responsabilidad que debe asumir quien quiera leer algo que sobresalga con respecto a la oferta mayoritaria del mercado. Para eso hay muchos circuitos paralelos al del gran público y una gran diversidad de canales a través de los cuales se puede acceder a ellos. La posición de Mañas me parece absolutamente paternalista en la medida en que pone toda la responsabilidad en manos de la industria editorial y en ese sentido me parece que otra fuente importante del problema es la falta de curiosidad del gran público.
Aprovecho una vez más la ocasión para decir que no creo que las editoriales sólo deban publicar libros de un nivel literario excelente ni que todos tengamos que leer únicamente a los grandes clásicos cuya calidad es incuestionable. Soy partidario de que cada quien lea lo que le interesa y utilice las fuentes que se le antoje o que tenga a la mano para orientarse al momento de decidir qué va a leer.
"Bestsellerizarse" o morir
José Ángel Mañas
El País, viernes 11 de mayo de 2007
Hace apenas veinte años, una familia de clase media leía a Vargas Llosa, a García Márquez, a Günter Grass, a Max Frisch, a Heinrich Boll y, a lo mejor, si querían darse aires de culturetas, hasta se atrevían con James Joyce o con Robert Musil. Hoy, la misma familia lee a Dan Brown, a Dan Brown, a Dan Brown, a Dan Brown y, a lo mejor, si se pasan por el VIPS de la esquina, a alguno de los tropecientos primos hermanos que le siguen saliendo a Dan Brown. No hay más que remitirse a las listas de ventas.
Un fenómeno semejante se presta a diversas interpretaciones. De entrada, tenemos a los catastrofistas que, fieles a su personaje, se echarán las manos a la cabeza. Nos dirán que el nivel cultural no deja de bajar. Que si
Los que no tengan tantas anteojeras, por su parte, observarán que rara vez ha habido un momento de eclosión cultural e informativa tan importante, y que si bien la literatura no parece en alza, hay otros territorios —en especial informáticos— que están atrapando en sus brillantes redes a buena parte de las neuronas. Mi humilde opinión es que la inteligencia media de la humanidad en cada estadio se mantiene más o menos al mismo nivel —y, si acaso, globalmente se incrementa—, sólo que en función de las épocas se va concentrando en tal o cual dominio que resulta coyunturalmente más atractivo. En definitiva, que salvo las puntuales travesías por el desierto (y no me parece que sea el caso), lo que se pierde por un lado se gana por el otro.
Eso no quita que el declive de la cultura literaria parece incuestionable. ¿Los responsables más directos? Por una parte, la dura competencia que le hacen al libro las nuevas tecnologías en lo que a ocio se refiere (yo mismo, de haber nacido veinte años después, habría pasado más horas con
¿Significa ello que la literatura se está extinguiendo? Sólo si se deletrea con mayúsculas. Porque, pese al declive de la cultura escrita, resulta que en el mundo se editan y se venden más libros que nunca, y también es mayor que nunca el número de escritores que se pueden dedicar profesionalmente a ello. Eso tendría que ser un motivo para la alegría. Pero lo cierto, repito, es que el número no implica diversidad y que lo que se está produciendo es una progresiva bestsellerización del sector. Ello se constata doblemente. Por una parte, las propias editoriales, si uno se fija, están empezando a renunciar a sus formatos clásicos, a aquellos diseños que caracterizaban a la casa, para camuflarse en lo posible en ese mercado tan suculento y llamativo del best seller. Por otra, los propios escritores se van dando cuenta de que si no se bestsellerizan mínimamente, añadiendo un punto de comercialidad temática y de suspense, se acaban quedando fuera de juego y teniendo que dedicarse a estudiar oposiciones, cosa bastante triste, se lo concedo. Es un fenómeno que tiene un paralelismo evidente con el cine, donde cada vez son más raros los artistas que insisten en su vía de autor, sino que por lo general pasan de dirigir Los duelistas a Gladiator, de Sospechosos habituales a Superman, de Memento a Batman Begins.
Los hechos no pueden ser más claros y las consecuencias tampoco: los lectores demandan un tirón narrativo al que para bien o para mal les hemos acostumbrado, y todos los que queramos dedicamos profesionalmente a esto tendremos que plegamos antes o después. ¿Las alternativas? Ninguna: o bestsellerizarse o morir. Cada cual según su conciencia.
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