jueves, 1 de febrero de 2007

primerísimas lecturas

Después de no haber leído nada, a los 18 años pasé a querer leerlo todo. Un todo indefinido cuyo horizonte se ampliaba con cada autor del que les oía hablar con propiedad a otras personas, con cada libro que caía en mis manos y con cada visita a una librería. En medio de mis ganas de leerlo todo pasaron por mis manos desde Dickens, Gustavo Álvarez Gardeazábal, Dostoievski, Darwin, Kafka y Eduardo Galeano y Rubén Darío hasta Fukuyama, Sábato, Kundera, Adam Smith, Breton, Conrad, Dante, Whitman, Andrés Caicedo, José Martí, Vargas Llosa y Hesse, pasando por Rousseau, Patricia Highsmith, García Márquez, Sartre, Carpentier, Freud, Virginia Woolf y los nadaistas.

Aunque sabía que era imposible recuperar el tiempo perdido, sentía que abalanzarme sobre cada libro que viera o del que oyera hablar era una forma de impedir que la brecha entre lo que no había leído y yo siguiera creciendo. Siempre creí que fue justamente para lograrlo que me metí a estudiar Literatura. Y también que hacerlo fue un buen intento.


Memoria de una obsesión


Cada vez que pasaba por una librería, que pescaba algún comentario o que me sentaba a hablar con alguien mi cabeza grababa una serie de nombres de escritores colombianos hasta el momento desconocidos para mí que a partir de entonces tendría en la mira y que con seguridad leería más adelante. Sentía que si quería recuperar el tiempo perdido debía empezar por lo más cercano a mí, que era la literatura colombiana.

Entonces me fijé el objetivo de familiarizarme con la obra tanto de las figuras del pasado y del presente, como de las promesas de la literatura colombiana. Así descubrí no sólo las colecciones de autores colombianos de la editorial Oveja Negra, de Planeta y de Colcultura, sino también las revistas Golpe de dados, Puesto de combate, Huellas, La casa grande, Número y El Malpensante. Durante un tiempo me dediqué a buscar todo lo que habían escrito estos autores y a leer todo lo que encontrara. Como además de leer los libros quería tenerlos, la poca plata que tenía me la gastaba comprando todo lo que se me atravesaba por delante.

Aunque la mayoría de lo que leí mientras me duró esa obsesión con la literatura colombiana era de una calidad lamentable debido a su carácter pretencioso y fallidamente vanguardista, durante ese periodo breve pero intenso tuve la suerte de descubrir a grandes autores como Tomás Carrasquilla, José Asunción Silva, Germán Arciniegas, León de Greiff, Luis Vidales, Jorge Gaitán Durán, Eduardo Zalamea Borda, Eduardo Caballero Calderón, Klim, Alfredo Iriarte, Álvaro Cepeda Samudio, Germán Espinosa, R. H. Moreno Durán, Antonio Caballero, Tomás González y Fernando Molano.

La verdad es que aunque esta época tuvo todas las cosas aburridas de una obsesión, también tuvo todas las cosas positivas de un buen comienzo.

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