martes, 2 de octubre de 2007

los clásicos: ¿tan imprevisibles como los best sellers?

La semana pasada Pierre Assouline se refirió en una de las entradas de La république des livres a la suerte que pueden tener los manuscritos que en algún momento rechazan las editoriales en medio de la avalancha de novedades que se publican cada temporada. Dice Assouline:


‘¡727 novelas publicadas en la rentrée pero cuántas rechazadas! Los informes de lectura de millones de manuscritos son el secreto mejor guardado de las editoriales. Quizás todavía más que los contratos. Porque no siempre hay de qué estar orgulloso. Por supuesto, con la distancia y el juicio de la historia literaria nada es más fácil y vano que burlarse de un lector de una gran editorial que no ha sabido desvelar una obra maestra o al menos un libro llamado a hacer época. Cuando el rechazo viene de la editorial o de su propietario, la responsabilidad se diluye; pero cuando la indiscreción mezclada con el rumor pone al descubierto la identidad del lector culpable, la mancha es indeleble. Sobre todo cuando éste mismo se ha convertido en un escritor importante’.


Assouline destaca ejemplos como el rechazo de En busca del tiempo perdido por parte de André Gide, o el de Si esto es un hombre, de Primo Levi. También son memorables casos como el de un par de editores que rechazaron Cien años de soledad y el del lector de Salamandra que en su informe dictaminó que Harry Potter ‘es aburrido, demasiado largo, de estilo anticuado; no interesa al niño actual’ al que me había referido en una entrada anterior.






A continuación Assouline cita algunos fragmentos de informes de lectura encontrados por David Oshinsky, un historiador que estuvo husmeando en los archivos de la editorial Alfred Knopf:


‘¿El Diario de Ana Frank propuesto en 1950 por un editor holandés? “Esta historia de pequeñas contrariedades familiares y de emociones adolescentes es muy débil, ninguna suerte incluso si nos la hubieran enviado hace cinco años”. ¿Borges? “Absolutamente intraducible”. ¿Jack Kerouac? “¿Es suficiente con expresar el ambiente febril de la Beat Generation ? En mi opinión, no”. ¿ Lolita de Nabokov? “Demasiado osada”. ¿Anaïs Nin? “Ningún interés comercial ni artístico”. ¿Isaac Bashevis Singer? “¡Todavía en Polonia y los judíos ricos!”. ¿Los poemas de Sylvia Plath? “No hay allí suficiente talento verdadero a ser tenido en cuenta”… Ya conocemos el fabuloso destino de la mayor parte de estos libros rechazados. Knopf podrá consolarse por siempre recordando que la mayoría de estos también habían sido rechazados por muchos de sus colegas norteamericanos antes de que él tuviera que correr el riesgo’.


Mirando hacia atrás es relativamente fácil explicar por qué tal o cual libro ha terminado por convertirse en un clásico o en un best seller. Sin embargo, quienes desempeñan distintos trabajos dentro de la industria editorial o quienes de alguna manera están vinculados con ella deben saber muy bien lo difícil que resulta prever el resultado final de una apuesta —sobre todo si se tiene en cuenta que en ocasiones existe una fuerte presión de presentar cifras de ventas espectaculares en períodos cada vez más breves debido a la sobreproducción y a la creciente tendencia a subordinar el criterio editorial a la rentabilidad económica—. Al fin y al cabo hay hechos relativamente inesperados como un comentario de un prescriptor o un premio que están en capacidad de cambiar radicalmente el desempeño comercial de un libro —lo cual en ciertos casos puede influir de manera decisiva sobre el rumbo de una editorial— y que ni siquiera una buena campaña de marketing o de relaciones públicas puede llegar a controlar del todo.


Nótese que de momento solamente me he referido a factores que dependen de la promoción, del trabajo de las oficinas de prensa, de los distribuidores, de los libreros o de la influencia de los medios de comunicación. Y es que en cierta medida la calidad literaria de un libro puede jugar un papel poco determinante en su rendimiento comercial porque el valor que se le atribuye a ésta varía según el espíritu de la época y porque es un aspecto que a menudo no está del todo asociado con el comportamiento de las ventas.


De acuerdo con lo anterior, creo que tienen razón quienes dicen que es poco probable que una obra maestra nunca salga a la luz —exceptuando los casos en los que nunca se publica por una voluntad expresa del autor que, a su vez, es respetada en la posteridad tanto por sus herederos como por los ávidos especialistas y editores—. Lo que si que es muy probable es que por distintas razones muchas obras terminen dándose a conocer mucho después de haber sido escritas —en gran parte gracias a la avidez de los mismos especialistas y editores que acabo de mencionar—.

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