domingo, 20 de mayo de 2007

lecturas de fin de semana [ 16 ] / 'la bomba de papel'

Me dio muchísimo gusto leer el interesante artículo acerca del boom editorial que hay actualmente en Venezuela, publicado por la revista colombiana Semana durante la pasada Feria del libro de Bogotá. Durante mi infancia tuve un intenso contacto con Venezuela gracias a telenovelas como Topacio, Cristal o Señora y a cantantes como Franco de Vita, Yordano, Natusha y Ricardo Montaner. Pero luego la industria de la televisión colombiana empezó a convertirse en un polo de innovación y nuestras telenovelas empezaron a darle por la cabeza a los culebrones venezolanos. Al mismo tiempo algunas figuras locales de la música como Diomedes Díaz, Joe Arroyo, Carlos Vives y Shakira empezaban a pegar y a tener un amplio reconocimiento tanto en Colombia como en otros países. Entonces en Colombia las personas del común dejamos de mirar hacia Venezuela y de vez en cuando sólo nos enterábamos de las excentricidades del comandante Chávez.


En el campo literario venezolano mis únicas referencias son Rómulo Gallegos y Arturo Uslar Pietro, a ninguno de los cuales he leído —de hecho, del primero tenía que leer Doña Bárbara cuando estaba en el colegio pero no pude pasar de la tercera página—. Como la literatura venezolana es para mí un gran interrogante, espero que la buena salud del mercado editorial de Venezuela que el artículo ‘La bomba de papel’, de Rafael Osío Cabrices, atribuye a un cambio en los hábitos de lectura sirva para darle una mayor visibilidad a lo que está sucediendo allí en el ámbito de las letras. Sin duda alguna, en el artículo de Osío Cabrices encuentro muchos paralelismos con el boom editorial provocado en Colombia por la aprobación de la ley del libro en 1993.


La bomba de papel

Los venezolanos están comprando más libros que antes, los escritores están produciendo más y las imprentas locales no dan abasto. Es una suerte de revolución silenciosa que trae buenas noticias tanto en lo económico como en lo cultural. Distintos actores del mundo local del libro explican de qué se trata.

Por Rafael Osío Cabrices


Venezuela no ha dado, hasta ahora, un premio Nobel de Literatura. Tiene un premio Príncipe de Asturias, que la corona española otorgó a Arturo Uslar Pietri; un premio internacional de poesía Octavio Paz, el que recibió Eugenio Montejo; y ha sido sede, desde hace cuatro décadas, del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos. Pero no es vista como una potencia literaria en el ámbito de la lengua; no tiene el prestigio como nación de escritores que pueden ostentar Argentina, Chile, México o Colombia, pese a los grandes ensayistas y poetas que nacieron en ella y a la presencia de un puñado de narradores de alto nivel, como Alberto Barrera Tyszka, que acaba de ganar el Premio Herralde de Novela con La enfermedad.


Sin embargo, algunas cosas parecen estar cambiando en el país gobernado por el presidente que enseñó, en una clase de alfabetización transmitida por televisión, el verbo “adquerir”. Escritores, editores y libreros se han percatado de varios cambios: se está consumiendo más, hay más preocupación por la calidad, y hay una decidida participación de las mujeres y de los jóvenes. El solo hecho de que entre los vendedores ambulantes en los trancones de la autopista que atraviesa la capital venezolana haya tantos que ofrecen libros, dice mucho sobre cómo la palabra impresa y el objeto que la contiene ha ido alojándose en las opciones de compra de cada vez más gente, y hasta se ha hecho más frecuente ver a alguien leyendo —algo, cualquier cosa, que no sea la prensa— en el Metro de Caracas.


Más, mejor, más joven lectura


El primer dato sorpresivo se refiere al crecimiento. Hubo un primer estallido en los últimos años del siglo XX. Y hubo otro con el control de cambio, que en los primeros meses de 2003 dificultó considerablemente la importación de libros e indujo a las empresas locales y a las trasnacionales con presencia en Venezuela a editar más.


Cuando en 2002 llegó Iván Niño al cargo de gerente de compras en la cadena de librerías Nacho, la empresa tenía cuatro tiendas. A finales de 2006 llegó a treinta y una. No son establecimientos de franquicia: todos son del mismo capital y de la misma gerencia. En 2005, la cadena facturó 86% más que en 2004. El primer trimestre de 2006 tuvo 63% más ventas que el mismo periodo en el año anterior. Se vende mucha autoayuda, libros de cocina, guías de turismo y, como en el resto del mundo, las novelas de Isabel Allende, Dan Brown o Paulo Coelho, más la saga de Harry Potter. Los que leen estas cosas quieren, después, más. Así, los muchachos que se iniciaron en la lectura con las aventuras del joven mago descubrieron, gracias al largometraje El león, la bruja y el ropero, la serie de Narnia de C. S. Lewis. Solo en Nacho, se vendieron entre el 15 de noviembre y el 20 de diciembre de 2005 treinta y dos mil ejemplares de varios títulos de la serie de Narnia.


No sé si se está leyendo más —confiesa Iván Niño—, pero es claro que la gente está comprando muchos más libros que antes. Antes, un libro exitoso agotaba, en meses o años, su edición de dos mil ejemplares. Ahora, un libro exitoso como la novela Falke, de Federico Vegas, vende esa cantidad en menos de un mes y hay que rogar a la editorial porque la reponga. Es más fuerte con los libros de personajes mediáticos”. Niño remata con un dato sorprendente: después de Argentina, Venezuela es el país que tiene más librerías, en relación con sus habitantes, en América Latina.


La segunda sorpresa consiste en que en Venezuela, pese a su mala fama, siempre ha habido lectores. Diego Pampin, director general de Random House Mondadori en Colombia y Venezuela, explica que este “siempre fue un país donde se vendían muchos libros. Hace treinta años, cuando llegué de Uruguay, acá se vendían trescientos mil ejemplares de una novela de Robert Ludlum o de Gabriel García Márquez. Era un mercado, sobre todo, de best sellers, no de calidad de lectura. Lo que hay que resaltar es que sigue siendo un mercado fuerte en volumen, pero ha cambiado el nivel de lo que se está leyendo”. Pampin ubica el cambio de rumbo en la llegada al poder de Hugo Chávez y en la angustia generalizada por comprender qué originó los hechos subsiguientes, de manera que remontaron las ventas de ensayos de historia, sociología, política. “Se han ido nivelando el mercado de best sellers y el de literatura seria”.


Random House Mondadori lo comprobó en carne propia con las inversiones que ha hecho en Venezuela a través del sello Debate, una editorial española que forma parte del grupo trasnacional (a su vez propiedad del alemán Bertelsmann). Bajo la dirección del periodista Sergio Dahbar, Debate inauguró en el último trimestre de 2003 la Colección Actualidad, que luego se extendió hacia otras dos colecciones, Documentos y Otras Voces. Entre las tres, han editado desde entonces cerca de cuarenta títulos que van desde Retrato de un caníbal, el perfil de un antropófago en serie de Sinar Alvarado, hasta la “historia personal” Hugo Chávez sin uniforme, de Cristina Marcano y Alberto Barrera Tyszka, que se ha traducido a cuatro idiomas. Dentro de esta camada la editorial tuvo que reimprimir varias veces unos cuantos títulos. Han probado, con igual éxito, el editar en Venezuela y Colombia libros extranjeros dentro de esa colección, como Cuentos chinos de Andrés Oppenheimer, e incluso textos que se les oponen en el espectro político, como Los amos de la guerra, de Clara Nieto, e Irak: historia de una derrota, de Ignacio Ramonet. Unos han sido más exitosos que otros, claro está, pero en conjunto, el emprendimiento venezolano de Debate (luego extendido a Colombia, con títulos de Hugo Chaparro o Jorge Enrique Botero, entre otros) ha puesto en la calle unos doscientos mil ejemplares, una cifra muy respetable para la escala del negocio del libro en América Latina. “Siempre creí en que el periodismo vende”, cuenta Sergio Dahbar, que no deja de hacer crecer el catálogo, “y conseguimos un editor que se atreviera. Si hay quien compre periódicos, y por eso un diario vende doscientos mil ejemplares todos los días, ¿por qué no iba a haber mercado para cinco mil ejemplares de un libro que a muchos les iba a interesar por su actualidad?”. Diego Pampin agrega que “también se ha reactivado la creación: la gente se ha puesto a trabajar. Ahora los periodistas están atendiendo la avidez de los lectores que antes esperaban por un libro de Günther Walraff o Tom Wolfe”.


Dice Iván Niño, de Nacho, que el lector pretende profundizar con el libro lo que le salpica la prensa o el noticiero de radio o TV. “Eso pasa con cualquier tema: los carbohidratos, la inteligencia emocional, la política petrolera. También ha mejorado mucho la actitud hacia el escritor venezolano, sobre todo cuando este trata temas importantes con sentido del humor”. Niño cita el caso de dos fuentes de libros locales exitosos: la editorial del diario El Nacional, que distribuye masivamente títulos prácticos como recetarios o manuales para crucigramistas, así como complejas investigaciones periodísticas, y el sello Alfa, perteneciente a Alfa Grupo Editorial, que importa y distribuye sellos importantes como Tusquets y Anagrama, y además tiene las librerías Alejandría 332 a.C. y Ludens. Alfa ha estallado con libros de superación personal, una colección de narrativa erótica nacida del Premio Letra Erecta (también fundado por la editorial), otra de novelas policiales llamada Alfa Siete, y un grueso catálogo de análisis sobre la actualidad, a cargo de autores de los dos bandos en que grosso modo se han partido la sociedad y la intelectualidad venezolanas.


El nombre de Inés Quintero sale a relucir de inmediato ante cualquiera que pretenda hacer cuenta de lo que está pasando en las librerías venezolanas. Sus libros La criolla principal y El último marqués, editados ambos por la Fundación Bigott, han tenido que ser reimpresos varias veces… y se trata, nada menos, que de ensayos históricos muy bien documentados sobre dos figuras que no frecuenta la memorabilia chavista y que tampoco han recibido mucha atención de la historiografía nacional. La Fundación Bigott —que publica tanto ficción como ensayo y manuales de cultura popular— ha transitado un camino similar al de otra iniciativa cultural privada, la Fundación para la Cultura Urbana, que ha ido también levantando un prolijo catálogo de libros que se encuentran en toda buena librería y que se ocupan tanto de narradores jóvenes como Roberto Echeto, como antologías poéticas y textos de pensamiento filosófico o urbanístico. La Fundación Empresas Polar ha publicado un imprescindible Diccionario de Historia de Venezuela y un sólido fondo de agricultura y ciencias. La primera de estas instituciones es financiada por una trasnacional tabacalera; la segunda, por una casa de bolsa que ha crecido exponencialmente en los últimos años; la tercera, por el mayor holding privado del país, de cerveza y alimentos.


El reto: los nuevos lectores


¿Cuáles son las perspectivas? A la cabeza de las considerables operaciones del grupo Santillana en Venezuela, una potencia en textos escolares pero dueño también de sellos de prestigio como Alfaguara, Pablo Doberti ve el mercado venezolano como uno en el que son muchos más los libros extranjeros que los nacionales, pero donde a la vez los lectores se pierden la mayor parte de la diversidad que se imprime en el mundo. “Lo que he notado es una presión económica y anímica muy fuerte, pero hay una reinversión comercial, no de infraestructura, una recuperación en la que las editoriales españolas tratan de ver qué es lo que pasa”. Doberti está al tanto de los planes del gobierno venezolano de instalar una enorme imprenta para apuntalar sus ediciones masivas de ciertos autores venezolanos (y de extranjeros como la marxista chilena Marta Harnecker), en ese plan que va desde las misiones sociales hasta las universidades y las librerías Kuai Mare. Y el de Venezuela no es el único Estado de la región que quiere verse como un educador de las masas y un divulgador de cierto tipo de lecturas. “Hay nuevas reglas para el mercado del libro; reglas que son inciertas, que tienen aspectos atractivos y otros que requieren adaptación de las empresas. No todo lo que el Estado ha hecho es malo, y no creo que la premisa sea cantidad sobre calidad”.


Diego Pampin, desde Random House Mondadori, está convencido de que el mercado puede crecer más, pero para eso hace falta una política de Estado que estimule la lectura. En su opinión, las imprentas venezolanas deben mejorar su capacidad y su calidad, intentar equipararse con las colombianas. Tienen rezago tecnológico, en muchos casos, y carencias en personal capacitado. Se trata de un sector que mueve unos doscientos millones de dólares al año en Venezuela, constituido por pymes en un 80%, y que tiene a la publicidad, los materiales pop y los cuadernos como sus rubros principales. El libro es, todavía, un renglón menor para estas industrias, salvo en las imprentas especializadas de escala más pequeña.


Iván Niño, desde la cadena Nacho, espera el momento en que crezcan los nuevos lectores que creó Harry Potter y agrega que algo tan perjudicial para la industria como la piratería ha contribuido, también, a que haya más gente leyendo. Hay, por otro lado, ciertos movimientos en los gustos de la gente a los que conviene prestarles atención. “La autoayuda ya no manda”, dice Niño.


Ronit Kauffman fundó la librería Templo Interno en un concurrido pero viejo centro comercial de la mejor zona de Caracas, con una oferta casi exclusiva de títulos esotéricos y de superación personal. Luego se le unió el poeta y profesor Alexis Romero cuando notaron que los paseantes de ese viejo punto de Los Palos Grandes preguntaban con frecuencia por narrativa, ensayo, poesía y pensamiento de alta calidad. Romero cuenta de grupos de esposas de diplomáticos extranjeros que piden consejo en cuanto a qué leer para comprender este país, cómo se venden los libros sobre totalitarismo y las biografías de Hitler o Churchill, cómo se ha vuelto a la noción clásica de la lectura como refugio del duro acontecer diario. Han instalado un sofá para que los clientes revisen a gusto y para que conversen, para que la compra sea algo más que una operación comercial. “La gente está leyendo para no ser engañada”, advierte.