jueves, 27 de septiembre de 2007

dos caras de la concentración de la propiedad en la industria editorial

Aunque me interesa abordar en términos generales las tendencias del mercado editorial, debido a limitaciones evidentes relacionadas con el acceso a la información y a mis preferencias en [ el ojo fisgón ] me he centrado sobre todo en el ámbito español y en el trabajo de las editoriales literarias independientes. Esta perspectiva me ha permitido ver la forma que adoptan en un contexto particular algunas tendencias globales propias de la industria editorial y de otras afines a ésta como la discográfica, la de la prensa escrita, la radial, la cinematográfica, la televisiva y la publicitaria —todas penetradas por el capital de los grupos multimedia y muchas veces integradas por éste—.


En algunas entradas me he referido a los efectos nocivos que produce la concentración de la propiedad en la industria editorial y he sido muy crítico con los grandes grupos multimedia, que empiezan a administrar con unos criterios basados en el rendimiento económico las editoriales independientes que compran —el agente literario Guillermo Schavelzon dice en la entrevista que le hice que ‘en la medida en que en el mundo editorial avanza el proceso de concentración en grandes grupos multimedia, va disminuyendo el número de editores que hay en cada empresa. En este contexto los editores están limitados por la dinámica propia de las grandes empresas y sufren una presión enorme por obtener éxitos de venta’—. Sin embargo, nunca he aclarado que en ocasiones las editoriales independientes pueden conservar su línea editorial tras haber sido compradas por grandes grupos.



De hecho, Mondadori siguen publicando a autores excelentes como Philip Roth, António Lobo Antunes, Cormac McCarthy, Susan Sontag, de Gore Vidal, Orhan Pamuk, J. M. Coetzee, V. S. Naipaul, Chuck Palahniuk, David Foster Wallace, César Aira y Rodrigo Fresán; en Lumen siguen apareciendo obras de autores como Virginia Woolf, Ernest Hemingway, Katherine Anne Porter, James Joyce, Umberto Eco y Joyce Carol Oates; en Seix Barral siguen editándose títulos de Carson McCullers, de Ernesto Sabato, de Octavio Paz, de Guillermo Cabrera Infante, de Juan Goytisolo, de Kenzaburo Oé, de Rubem Fonseca, de Manuel Puig, de Julio Ramón Ribeyro o de Ernest Hemingway; de la misma manera, Alfaguara sigue publicando libros de José Saramago, de Günter Grass, de Orhan Pamuk, de Mario Vargas Llosa, de Tomás Eloy Martínez, de Juan Carlos Onetti, de Rubem Fonseca, de William Faulkner, de Julio Cortázar y de Javier Marías.


El problema es que está claro que hoy en día tiende a primar la regla de que quien publica a los autores exitosos o con posibilidades de serlo es aquel que pueda ofrecer más dinero por ellos, lo cual pone en evidencia lo nociva que es la concentración de la propiedad de la industria editorial al inclinar la balanza a favor de los grandes grupos —sobran ejemplos de autores que han terminado en sellos de estos que les ofrecieron un cheque más jugoso que el que podían darles los editores independientes que los descubrieron—.

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