‘- Sí, eso es muy bueno, Ricardo -reconoció Foción. Ricardito Patiño estaba sonrosado, confuso de placer.
- Muy bueno-confirmó el tío Alejo. -Es que son pendejadas, los europeos tienen muy buenas cosas: el Partenón, Notre Dame, la Torre Eiffel...
- Con Lucía vamos a ir a París a fin de año, después de que nazca el niño -reveló el primo de chaleco. -En fin, a toda Europa. El Partenón, Grecia, Pisa, Jerusalén...
- ¡Ah, Grecia! -roncó monseñor Boterito Jaramillo.
- Tienen que ir al Bois -aconsejó Lulucita Pineda. -Con papá y mamá, cuando vivimos en París, vivíamos en el Bois.
Al tío Alejo le subía una risa de la barriga hacia arriba, le agitaba la papada y los rollos de la nuca, le brotaba en gotitas de sudor en la calva:
- Es que con el Partenón es fácil. Pero imagínate... pero imagínate -lloraba de la risa- imagínate un poema aquí al templo de Chapinero!
Todos rieron, contagiados de risa.
- ¡O a la iglesia de Monserrate! -dijo la tía Lucía, vagos los ojos. El tío Pablo se secó los suyos con un pañuelo, y luego se secó la calva. Ernestico Espinosa intervino:
- Es que Monserrate no rima sino con alpargate.
Todos rieron de nuevo. La prima flaca, roja de placer, rio alzando la cara: una venilla tibia le palpitaba en la garganta, bajo el collar de perlas. Su marido de chaleco quiso perfeccionar todavía más el chiste:
- ¡O con aguacate! -chilló casi, reventando de risa.
Pero el regocijo amainó. Ricardito Patiño, que había soltado risas casi obscenas, quiso lucir sus talentos de poeta a sueldo de la burguesía improvisando una cuarteta cómica:
Pobre señor de Monserrate:
en vez de palio, un mal petate;
y promeseros de alpargate
le ofrecen yuca y aguacate.
Todos rieron otra vez descontroladamente. Ernestico Espinosa, que lanzaba carcajadas perfectas de dentista, golpeó los hombros de Ricardito con potentes palmadas de felicitación, y murmuró algo al oído del yerno de chaleco y de la prima embarazada y tímida. Se derrengó sobre los hombros flaqueantes de Ricardo, con una risa que a Escobar, en su creciente cólera, le pareció fingida. Pero el idiota de chaleco reía también, dando fuertes zapatazos de la risa en el piso, y lo mismo reía la prima flaca, protegiéndose el vientre y el pecho con los antebrazos recogidos, ruborizada hasta las sienes. Se sentía mareado de rabia. Tenía razón en todo Federico, e inclusive el imbécil de Diego León Mantilla: burguesía dependiente hasta los tuétanos, hasta la risa, hasta las heces. ¿Con qué derecho se reían? ¿De qué?.
- No veo de qué se ríen -dijo con voz helada. -¿De qué te ríes tú, tío Pablo? Te gusta declamar sonetos al Partenón. ¿Pero con qué plata vas tú con tía Lucía a conocer el Partenón? Con la que sacas de tus siembras de aguacate, que te dan tanta risa. Con la plata que le sacas a una pobre gente de alpargate, que te da mucha risa, pero que es la que te recoge tu cosecha de aguacate.
- Yo siembro cebada, mijo. Y tengo vacas Holstein. No digas beberías.
Escobar se volvió acusador hacia Foción: bancos, urbanizadoras, contratos petrolíferos. Pero no pudo hablar. Foción reverberó a través de su enfisema:
- No digas boberías, mijo: tú vives de tu mamá, que vive de sus rentas.
- Eso es lo que digo, tío. Todos vivimos de lo que da esta tierra, pero ustedes se avergüenzan, les parece ridícula, indigna. No creen que esta tierra que les produce plata puede producir versos. Y al contrario: antes de producirles plata a ustedes, produjo versos. Don Juan de Castellanos la vio y dijo:
Tierra buena,
tierra que pone fin a nuestra pena...
- Es verdad -confirmó el tío Pablo. -Aquí en la Sabana tenemos muy buena tierra.
- Pero muy sobrevaluada, don Pablo -opinó el cuñado de chaleco, vehemente. -La fanegada está más cara que la mejor tierra de Florida.
No decía La Florida, sino Flórida. La prima flaca, con los ojos brillantes, desafió a Escobar:
- ¿Y usted por qué no le escribe unos versos a la Sabana, Ignacio? A ver, atrévase’.
Tomado de Sin remedio, de Antonio Caballero.