mi doble interés por lo literario y por lo extraliterario
Hace unos años, cuando empecé a leer, quería conocer hasta el más mínimo detalle de la biografía de los autores que me gustaban, tener en mis manos todo texto que hubieran escrito o que se hubiera escrito sobre ellos, leer su obra de cabo rabo y encontrar en su vida elementos que me ayudaran a entenderla. Luego, cuando empecé a estudiar Literatura, mis profesoras me enseñaron que sólo importaban el texto en sí y la crítica y que, por lo tanto, en los estudios literarios todo lo demás no hacía más que desviar la atención. Hacia la mitad de la universidad la crítica literaria empezó a parecerme insoportable y mi fetichismo por la figura del autor una necedad. A partir de entonces la idea de los autores y las obras de culto me resulta absolutamente fastidiosa —aunque hay obras de culto que me gustan muchísimo como El guardián entre el centeno y La conjura de los necios—.
Confieso que el culto al autor que se deriva de la importancia que tienen para Occidente las nociones de 'individuo' y de 'genio' es una de las cosas que más me molesta del ámbito literario. Me choca muchísimo ver a los escritores comportándose como divas y a los medios dándoles cuerda para subir a costillas de ellos unos cuantos puntos de audiencia —un jueguito que les viene muy a cuento a aquellos medios pertenecientes a grupos multimedia que también tienen negocios en el sector editorial—. En mis lecturas me tienen sin cuidado la educación sentimental o las tragedias personales del autor del libro que estoy leyendo. De la misma manera, dejé de entusiasmarme cuando me encontraba con entrevistas a los autores que me gustan porque me cansé de no encontrar opiniones que me interesaran verdaderamente. Y en cierto sentido no podría interesarme menos lo que digan los críticos sobre el autor o sobre su obra. Y digo que sólo en cierto sentido porque lo que sí que me interesa, y mucho, es el funcionamiento del mercado editorial —que, en últimas, fue y sigue siendo mi principal motivación para hacer la apuesta que representa para mí [ el ojo fisgón ]—.
En este sentido la literatura me interesa desde una doble perspectiva: por un lado, el contenido del libro y punto —es decir, lo literario—; y, por el otro, todo lo que se mueve alrededor del libro como mercancía simbólica que es puesta en circulación y que terminamos haciendo nuestra en la medida en que deja una huella en nosotros —algo bastante extraliterario—. Esta segunda fuente de interés me suscita, entre muchas otras, las siguientes preguntas: ¿Qué nos motiva a leer un libro? ¿Qué esperamos de él? ¿Cuáles son las razones por las que escogemos un libro entre todos los demás? ¿Quiénes orientan nuestra decisión de leer una cosa u otra? ¿Qué papel juega la lectura en nuestras vidas? ¿En qué momentos leemos? ¿Qué importancia tiene para nosotros comprar libros? ¿Dónde preferimos comprarlos? ¿Qué hay detrás de una biblioteca personal? ¿Qué espacios ofrecen las bibliotecas públicas y universitarias? ¿En qué medida les sacamos el jugo a la oferta que éstas hacen? ¿Cómo se conforman las tendencias del mercado editorial? ¿Quiénes y de qué manera instauran las modas literarias? ¿Cuáles son los factores que contribuyen al éxito de un libro? ¿Qué implicaciones tiene la concentración de la propiedad en el mercado editorial? ¿Cuáles son las estrategias que deben adoptar las editoriales independientes para ser viables como empresas y sobrevivir?
Ahora creo que ese hastío del culto al autor me permitió empezar a leer de una manera más desprevenida y ser más ecuánime en mis opiniones. Tal vez esa nueva actitud influyó en mi decisión de hacer mi trabajo de grado sobre tendencias y hábitos de lectura de narrativa contemporánea en lugar de escoger una obra y desarrollar un análisis de texto alrededor suyo.
Este fin de semana encontré en las Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro dos textos que considero que con un jab de derecha resuelven mejor de lo que yo podría hacerlo mi inquietud con respecto a las cuestiones del autor y de la crítica:
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“La crítica no se opone necesariamente a la creación y son conocidos los casos de creadores que fueron excelentes críticos y viceversa. Pero generalmente ambas actividades no se dan juntas, pues lo que las separa es una manera diferente de operar sobre la realidad. Ahora que he leído las actas de un coloquio sobre Flaubert he quedado asombrado por el saber, la inteligencia, la penetración, la sutileza y hasta la elegancia de los ponentes, pero al mismo tiempo me decía: ‘A estos hombres que han demostrado tan lúcidamente la obra de Flaubert nadie los leerá dentro de cinco o diez años. Un solo párrafo de Flaubert, qué digo yo, una sola de sus metáforas, tiene más cargas de duración que estos laboriosos trabajos’. ¿Por qué? Sólo puedo aventurar una explicación: los críticos trabajan con conceptos, mientras que los creadores con formas. Los conceptos pasan, las formas permanecen”.
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“Uno escribe dos o tres libros y luego se pasa la vida respondiendo a preguntas y dando explicaciones sobre estos libros. Lo que prueba que a la gente le interesa tanto o más las opiniones del autor sobre sus libros que sus propios libros. Y en gran parte a causa de ello no escribe nuevos libros o sólo libros sobre sus libros. Para contrarrestar este peligro, tener presente que una buena obra no tiene explicación, una mala obra no tiene excusa y una obra mediocre carece de todo interés. En consecuencia los comentarios sobran”.
2 comentarios:
Aunque sobren los comentarios, qué buenos son esos de J. Ramon Ribeyro, en ese libro que también yo tengo a mano, cerca...
Qué interesante tu blog sobre el mercado editorial.
Sí, sí. Siempre tan agudos y contundentes.
Gracias por tu comentario.
Martín.
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