miércoles, 21 de mayo de 2008

inventario de lecturas [ 6 ]

Seguimos en la primera mitad de 1997. Durante esos meses continué leyendo a algunos de los autores que había empezado a leer con asiduidad a raíz de las reuniones de los viernes en la tarde en El café de la luna lela: Álvaro Cepeda Samudio, Edgar Allan Poe, Álvaro Mutis y Julio Cortázar.


Durante las vacaciones de mitad de año hicimos con Roberto un paseo por Cartagena, Barranquilla y Sincelejo. En Barranquilla mi tío Armando me dijo que fuera a su biblioteca y cogiera todos los libros que quisiera porque él ya los había leído y porque si seguían ahí el jején y la humedad acabarían comiéndoselos. Al final de esas vacaciones regresé a Bogotá con varias primeras ediciones de García Márquez, con los cuentos completos de Oscar Wilde, con Siddhartha y con un par de libros más de esa colección de clásicos de la literatura universal de Bruguera que venía encuadernada en cuero rojo.


Entre las cosas que leí entre junio y agosto de ese año se destacan algunas de las siete novelas que componen Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero y un libro de poemas titulado Caravansary —también de Álvaro Mutis—, algunos cuentos de Cortázar, una novela de Conrad llamada Bajo la mirada de Occidente, los Cuentos de amor, de locura y de muerte, de Horacio Quiroga, y Ojos de perro azul —de García Márquez—.


Era consciente de que me quedaba todo por leer y quería leerlo todo. Y como siempre hay que empezar por algún lado, yo decidí hacerlo por el que me parecía más cercano a mí: la literatura colombiana. Todavía no había superado a Andrés Caicedo y como entonces tenía una faceta compulsiva, decidí leer toda la literatura colombiana que se me atravesara por delante. Solía aprovechar cualquier rato libre que tuviera para visitar las librerías de segunda, los mercados de las pulgas y las ferias del libro que hacían en el Parque de los periodistas o en el Parque Santander y regresaba a mi casa con mi maleta llena de libros de las colecciones de autores colombianos de La Oveja negra y de Planeta.


Entre los libros de estas dos colecciones que compré y leí en esa época recuerdo los siguientes:


- Episodios bogotanos, de Alfredo Iriarte


- La casa grande, de Álvaro Cepeda Samudio


- Bomba Camará, de Umberto Valverde


- Nostalgia Boom, de José Stevenson


- Las puertas del infierno, de José Luis Díaz Granados (una novela sobre la que algún comentarista de libros demasiado despistado o complaciente dijo que era el Ulises colombiano)


- Chambacú, corral de negros, de Manuel Zapata Olivella


- La sed de los huyentes, de Milcíades Arévalo


- Urbes luminosas, de Eduardo García Aguilar


- Cuentos para antes de hacer el amor / Cuentos para antes de hacer el amor, de Marco Tulio Aguilera Garramuño


Un día encontré en mi casa un libro que durante un tiempo largo tuve siempre a la mano: la antología El cuento colombiano, de Eduardo Pachón Padilla. Lo interesante de este volumen era que hacía un recorrido relativamente completo por la tradición narrativa colombiana en la medida en que incluía cuentos de autores que iban desde Tomás Carrasquilla hasta Andrés Caicedo, pasando por Manuel Mejía Vallejo, Pedro Gómez Valderrama, Cepeda Samudio, García Márquez y Óscar Collazos.



En esta época caí en el hoyo negro de la narrativa colombiana posterior a García Márquez. En muy pocos meses leí un montón de novelas con pretensiones intelectuales y experimentales que generalmente me aburrían y no me interesaban. Las novelas de Mutis, Episodios bogotanos, La casa grande, Urbes luminosas y algunos relatos de El cuento colombiano son las únicas obras de autores colombianos cuya lectura recuerdo haber disfrutado. Supongo que cuando me di cuenta de que las demás me resultaban insoportables seguí leyéndolas porque estaba a la expectativa de encontrar algo valioso en ese territorio que yo quería sentir tan próximo a mí. Y supongo también que si lo hubiera encontrado les habría dado una oportunidad a algunos libros de otros autores colombianos como Alberto Duque López, Alonso Aristizábal, Sandro Romero, Óscar Collazos, Juan Gossaín o Alfonso López Michelsen que compré pero nunca leí.

2 comentarios:

Roberto Angulo dijo...

sí, que abismo...lo triste es que esos autores se quejan porque la sombra de García Márquez nos los dejó tocar con su pluma "las aguas de la universalidad", ahora que lo dice, lo que GGM les hizo fue un favor...

Me parece extrañísimo que Vallejo no llegara a nuestras manos en esa época...

martín gómez dijo...

Creo que todos esos autores se quedaron explorando perspectivas y técnicas que en otros contextos ya estaban siendo cuestionadas y revaluadas y que encontraron en García Márquez al "culpable natural" de la escasa recepción que tuvieron.

En cuanto a Vallejo hay que tener en cuenta que a pesar de que en 1997 Planeta ya había publicado la mayoría de las novelas de El río del tiempo y de que revistas como Gaceta, Número e incluso El malpensante estaban publicando cosas suyas, en ese momento seguía siendo casi un total desconocido en Colombia.