martes, 8 de abril de 2008

inventario de lecturas [ 2 ]


Mis primeras lecturas son bastante irregulares en términos de frecuencia y erráticas desde el punto de vista del criterio de selección. Tal vez sea mejor decir que no hubo en ellas ningún criterio de selección consciente y que las cosas que leí por cuenta propia antes de los 16 años las escogí orientándome por lo que había visto leer a mis dos hermanos mayores o por lo llamativos que me resultaban los títulos de los libros que había en mi casa. Así de sencillo.


La aridez del listado que presento a continuación da fe de que para mí hasta los 16 años leer carecía de interés.


Lecturas por cuenta propia antes de los 16 años:


- Versión ilustrada de El sastrecillo valiente, de los Hermanos Grimm: la primera vez que lo cogí me inventé la historia porque no sabía leer pero después lo leí y lo releí durante varios años.


- Corazón, de Edmundo d’Amicis: como no me gustaba leer, me lo leí tres o cuatro veces para que mi papá viera que de cuando en cuando hacía algo distinto a perder el tiempo.


- Colección familiar de Condorito: mi primer clásico de clásicos.


- Fragmentos de la enciclopedia El mundo de los niños: daba gusto ver en la biblioteca los lomos de los tomos, que en su interior tenían bonitas ilustraciones.


- Fragmentos de la enciclopedia Salvat: me encantaba encontrar siempre una explicación acerca de cualquier palabra que se me viniera a la cabeza.


- Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach: WTF


- Love Story, de Erich Segal: WTF


- Tiempos difíciles, de Charles Dickens: como conté la semana pasada, lo cogí de la biblioteca de mi casa después de que el profesor Ignacio Muñoz nos sorprendiera haciendo guerra de tiza en cuarto de bachillerato.


- Rayuela, de Julio Cortázar: primer intento fallido de tres. Al cuarto vino la vencida.


A pesar de que estuvo plagada de lugares comunes, tengo un bonito recuerdo de mi iniciación como lector a los 17 años. Una buena parte de lo que leí entre 1995 y 1996 —último año de colegio y primero de universidad, respectivamente— forma parte del repertorio de lecturas obligatorias de un lector adolescente del medio del que vengo.


No me cabe la menor duda de que con todo y los odiosos lugares comunes, gracias a estos pocos textos no sólo me hice lector sino que también empecé a querer vivir de los libros.





Lecturas por cuenta propia a los 17 años (último año de colegio):


- Cóndores no entierran todos los días, de Gustavo Álvarez Gardeazábal: una novela sobre la violencia política de Colombia en los años cincuenta que además de tener un argumento excelente está muy bien escrita.


- El fin de la historia y el último hombre, de Francis Fukuyama: lectura inconclusa. Un regalo de mi novia de entonces justo antes de irse a vivir a Paraguay.


- La colonia penitenciaria, de Franz Kafka: impactante y ameno.


- Pedro Páramo, de Juan Rulfo: lo leí hasta el final con la certeza de no haber entendido un carajo.


- ¡Qué viva la música!, de Andrés Caicedo: me pareció insoportable pero me obligué a leerlo hasta el final porque el criterio de algunas personas que me rodeaban y que habían convertido esta novela para adolescentes en un objeto de culto me parecía más confiable que el mío.


- La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera: un primer asomo contundente a la adultez.


- El túnel, de Ernesto Sabato: brutal desde la primera frase.


- La metamorfosis, de Franz Kafka: me costaba trabajo asimilar el hecho de que la gente que sabía de literatura considerara clásico un relato tan simple que hasta yo podía entender sin mayor dificultad.


- El proceso, de Franz Kafka: se me hizo aburridísimo pero como La colonia penitenciaria y La metamorfosis me habían gustado tanto, no me cabía en la cabeza que con esta novela no pasara lo mismo. Lo leí hasta el final a pesar del tedio que me producía la atmósfera lúgubre.


- Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez: la revelación de que la lectura podía ser una fuente de gozo absoluto.






¿Cuál es mi impresión con respecto a todos estos libros ahora que tengo 30 años? De este tema me ocuparé más adelante. Por ahora sólo diré que en algunos casos es radicalmente distinta.


2 comentarios:

stefan pohl valero dijo...

Estoy seguro que en la lista falta un texto: Técnicas de memoria avanzada...

Yo me volví adicto a la lectura con las novelas del canario Alberto Vázquez Figueroa, Ashanti, Tuareg, ¿Quién mató al embajador?, etc... las leí una y otra vez. De hecho me acuerdo que había una frase que me parecía una "perla" y que el autor no dudó en utilizar en varios de sus textos: "Amanecía, era como si un inmenso pincel diluyera con agua el negro de la noche." En fin, un día me encontré en la biblioteca de mi casa un libro de tapas verdes que se llamaba Ficciones y cuyo autor me sonaba que era importante. Por la mera vanidad de ser lector del tal Borges, me adentré en su libro de cuentos. Gracias a eso, tiempo después, estando en Cambridge, una sueca me preguntó que era ser colombiano y no tuve la menor duda en contestarle que era un acto de fe...

martín gómez dijo...

Estebitan, pues su iniciación como lector fue bastante más decorosa que la mía.

Tratándose de usted, la anécdota borgiana no podía ser menos epifánica.

Un abrazo.
Martín.