martes, 15 de abril de 2008

inventario de lecturas [ 3 ]

Creo que cuando entré a la universidad en enero de 1996 empezaba a tener claro que me gustaba leer y que esto se debe en gran parte a la lectura de Cien años de soledad en las vacaciones de fin de año de 1995 – 1996, que fue un hecho decisivo para mí. Aunque parece que Cien años de soledad era un libro de lectura obligatoria en el colegio, siempre me consideré afortunado porque a mí nunca me pusieron a leerlo y me daban nervios de sólo pensar en tener que hacerlo.


Durante mi primer semestre de Ciencia Política tuve la suerte de que me hicieron tomar un curso llamado “Legado del siglo XIX” en el que tuve que leer algunas de las grandes novelas de la Europa decimonónica: Papá Goriot, de Honoré de Balzac; Madame Bovary, de Gustave Flaubert; El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde; y, finalmente, Los Buddenbrook, de Thomas Mann. Salvo Madame Bovary —cuyo ritmo narrativo me parece un poco tedioso—, todas las novelas que leí en este curso se encuentran actualmente entre mis libros favoritos.



Me estaba convirtiendo en un lector de literatura y muy temprano me di cuenta de que si mis estudios no me dejaban tiempo para leerme una novelita o un libro de cuentos a la semana no existía el menor riesgo de que yo sobreviviera a la universidad, por lo cual empecé a contemplar la posibilidad de matricularme también en la carrera de Letras. Me sentía ahogado entre las toneladas de fotocopias de teoría e historia política que tenía que leer cada semana y mi curso “Legado del siglo XIX” se convirtió en una válvula de escape.


Ese mismo semestre uno de esos profesores charlatanes que tanto me gustaban entonces nos dio un listado de libros para que leyéramos uno de ellos y le presentáramos un ensayo al final del curso. Recuerdo que la mayoría de mis compañeros leyeron El reino de este mundo, de Alejo Carpentier, porque era el libro más corto de la lista —además, muchos ya lo habían leído en el colegio—. Yo leí Sin remedio, de Antonio Caballero, porque en ese momento me gustaba mucho el tono cáustico e iconoclasta de las columnas y crónicas que el autor escribía en distintas revistas. Me encantaba la forma como Caballero ponía al descubierto con sus frases lapidarias las mentiras del establishment y descabezaba a vivos y muertos —de hecho a finales de 1995, pocos días después del asesinato de un político de derechas llamado Álvaro Gómez, Caballero escribió lo siguiente: ‘Que lo lloren sus deudos. Pero que no vengan a llorar ahora, al amparo de su muerte violenta, a tratar de convencemos de que Álvaro Gómez Hurtado era un héroe’—.


Caballero me parecía un tipo cultísimo que tenía una prosa impecable y en su momento Sin remedio fue una lectura reveladora para mí porque nunca antes había leído una novela que transcurriera en Bogotá. Antes de leer Sin remedio me frustraba el hecho de que en poco tiempo me hubieran caído en las manos novelas y libros de cuentos de muy buena calidad que inmortalizaban ciudades como Buenos Aires, La Habana, Ciudad de México, Nueva York, Dublín, Londres, París o San Petersburgo pero ninguno que se ocupara de la ciudad en la que yo había nacido y vivido toda mi vida. Es cierto que Bogotá es una ciudad más bien fea y sin mucho atractivo para la gente de fuera pero yo le tengo tanto cariño que en ese momento no podía soportar que la literatura la ignorara de esa manera.


Debo confesar que también me atraía el estilo de vida del protagonista de Sin remedio, un tal Ignacio Escobar que a los 31 años se pasaba los días leyendo, garabateando sandeces, tomando whisky y fumando con los fajos de billetes que le daba su mamá cada semana. La novela me gustó tanto que durante los tres años siguientes volví a leerla dos veces. Todo un libro de culto para mí y para mis amigos del colegio, con quienes de vez en cuando aprovechábamos nuestra formación jesuita para hacer algún ritual ignaciano.


Sospecho que si hoy en día releyera Sin remedio me llevaría una gran decepción pero no voy a confirmarlo porque el tiempo es escaso y prefiero guardar el bonito recuerdo que hoy tengo de ese momento.


Bueno, creo que me he ido por las ramas así que volviendo al tema de la serie "inventario de lecturas" ahí les dejo el listado de mis lecturas por cuenta propia del año 1996.





Lecturas por cuenta propia a los 18 años:


- El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez: mucha tensión y desesperanza


- La lentitud, de Milan Kundera: demasiada reflexión contra muy poca narrativa


- La infancia de un jefe, de Jean-Paul Sartre: un crudo reconocimiento del yo


- Destinitos fatales, de Andrés Caicedo: la inocencia y la perdición de la adolescencia vistas por
un adolescente


- La inmortalidad, de Milan Kundera: otra historia interesante de Kundera sobre la manera como se relacionan las personas desde la infancia hasta la adultez


- Los jefes / Los cachorros, de Mario Vargas Llosa: sorprendentemente contundente la prosa del joven Vargas Llosa


- Crimen y castigo, de Fiódor Dostoyevski: durante una semana me tuvo enganchado y con el estómago dañado de la angustia


- Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato: una obra monumental que explora a profundidad el lado oscuro de las personas y de sus relaciones


- El contrato social, de Jean-Jacques Rousseau: abortado en la introducción por aburrido —además, en mi tiempo libre sólo quería leer literatura—


- Aura, de Carlos Fuentes: una historia intensa que al final me hizo temblar de escalofrío


- Viaje a la semilla, de Alejo Carpentier: un vertiginoso viaje en reversa a través del tiempo


- El lobo estepario, de Herman Hesse: primer acercamiento a la locura y a la angustia existencial


- Aventuras de Arthur Gordon Pym, de Edgar Allan Poe: primer contacto con la literatura fantástica y de viajes


- Revista El malpensante, número 1: la expectativa de experimentar el placer de tener a la mano una miscelánea con autores de primera y un diseño atractivo


- Divertimento, de Julio Cortázar: un embrión de lo que más adelante sería Rayuela aunque con un aire puramente local, mucho más naïf y menos intelectual


- Peter Camenzind, de Herman Hesse: la experiencia mística de volver al paraíso



4 comentarios:

Unknown dijo...

sin remedio...

después de leer esa novela de Caballero (por las mismas razones que expones del autor... su prosa interesante e inteligente de columnas), quedé con la sensación que me quedo con el Caballero articulista, caricaturista y de Soho.

Kundera inmortalidad y lentitud... great!... los he leído un par de veces... pero decidí que la angustia por una constante despedida que aparece tanto en sus historias no valía la pena seguir.

Madamme B... lo leí, creo, con la misma edad y la verdad que creo que fue el libro que me dijo "uicchhh pero leer libros "clásicos" no es tan difícil como yo pensaba"... a partir de ahí... victor hugo, wilde... en fin

Para reflexionar sobre estos temas, quiero compartir este comentario de Hector Abad en su blog de Soho. http://www.soho.com.co/wf_InfoBlog.aspx?IdBlg=3
Ver: "Lo que se desvanece"

martín gómez dijo...

Óscar, con cada comentario tuyo descubro que tenemos más afinidades de las que había pensado.

Ja en parlarem.

Gracias por el link al artículo de Héctor Abad. Lo miro ya mismo.

Un abrazo.
Martín.

Anónimo dijo...

Coincido contigo en que Madame Bovary no me gustó, más bien me decepcionó y más que tediosa la considero redundante. Aborrecí a la protagonista hasta la saciedad.

Me sorprende que con 18 años te zambulleras en lecturas del estilo Crimen y castigo o El lobo estepario. Son pocos los jovenes que se atreven con esos huesos.

martín gómez dijo...

Garvin, la verdad es que aunque Madame Bovary me gustó como novela fue su ritmo narrativo lo que me aburrió.

En cuanto a Crimen y castigo y a El lobo estepario los leí a los 18 años sólo porque estaban en mi casa. Y ambos fueron una sorpresa gratísima.

Un saludo y gracias por tu comentario.

Martín.