martes, 26 de junio de 2007

lector de pruebas

Casi siempre que le cuento a alguien que trabajo evaluando manuscritos para una editorial, recibo un comentario entusiasta del tipo ‘¡qué envidia que le paguen por leer!’. Mucha gente cree que leer manuscritos equivale a devorarse todos los libros que uno siempre se quiso leer. Y no es así. De hecho, puedo durar muchos meses sin tocar un solo libro al que le tenga ganas.


Cobrar por leer manuscritos puede llegar a ser lo mismo que cobrar por probar los platillos que hacen en su clase de las 8.00 p.m. los vecinos que se apuntaron al curso de cocina que organiza la viuda del tercer piso a la que la pensión de su marido ya no le alcanza para llegar a fin de mes o por leer lo que escriben los estudiantes de un curso de guión para principiantes de un cineasta fracasado.


No obstante, cada día al despertarme y antes de irme a dormir me siento afortunado por tener este trabajo. ¿Cómo explicar lo que significa para mí sentarme a leer un libro del que no tengo ninguna referencia para examinar su estructura de arriba abajo, detectar tanto sus aciertos como sus fallos y, finalmente, valorarlo desde un punto de vista literario y comercial?


Independientemente de que me toque leer una novelita romanticona, un thriller, una novela histórica, una saga familiar, una novela juvenil o una buena ficción literaria, la idea de estar enfrentándome a una sensibilidad y a una forma de entender el mundo particulares me produce por sí sola una emoción que me cuesta trabajo describir. Los libros que llegan a mis manos dan cuenta de las preocupaciones, de los intereses, de las necesidades vitales y de las expectativas de cierto tipo de autores y lectores del común de nuestro tiempo. Sin lugar a dudas cada uno de ellos puede resolver las preguntas fundamentales que alguien se planteó alguna vez, ser el dolor de cabeza del estudiante cuyo paso al siguiente curso depende de una comprobación de lectura, atenuar el tedio de un adolescente en la sala de espera del odontólogo, ayudarle a una ama de casa a conciliar el sueño o simplemente ofrecerle a su esposo la distracción que necesita para evitar pensar en la fila que tiene que hacer al día siguiente en el banco.


Mientras leo lo que me pasan en la editorial se me vienen a la cabeza preguntas como: ¿por qué ciertos lugares comunes son tan recurrentes en la mala literatura? ¿Qué hay detrás de estos clichés? ¿En qué tipo de lector estaba pensando el autor cuando escribió tal o cual cosa? ¿Cómo hace este autor para introducir los giros narrativos siempre en el momento preciso? ¿Por qué resolvió tal situación de esta manera y no de esta otra que parece ser más coherente con el planteamiento del argumento? ¿De qué artificios se valió el autor para articular una historia tan consistente? ¿Por qué si esta historia me atrapó desde el principio siento que hay algo en ella que no funciona? ¿Será que no habría descartado esta novela si el relato hubiera abordado mejor ese argumento tan bueno? ¿Qué me sugiere que esa novela que me gustó tanto no les provocaría mayor efecto a muchas otras personas?


Cada libro que me da la editora es un caso distinto y cada vez que me siento a leerme la primera página de una historia me da un miedo terrible porque sé que estoy ante la posibilidad de perderme en una selva de la que nunca nadie ha salido vivo. Pero de repente todo empieza a fluir y cuando voy en la tercera línea ya tengo varias primeras impresiones, unas cuantas preguntas y un par de hipótesis con respecto a la trama que me animan a seguir adelante. Y entonces sólo puedo parar cuando llego hasta el final.


Mi trabajo como lector de manuscritos me resulta satisfactorio porque de cierta manera siento que está hecho a mí medida. Para mí es secundario si muchos de los libros que me llegan son escritos tanto por aprendices o imitadores de Dan Brown, de John Grisham, de Paulo Coelho, de Maurice Druon o de Ken Follet como por autores cuyo modelo de calidad literaria obedece más a lo que proponen grandes escritores contemporáneos como Cormac McCarthy, Rubem Fonseca, John Banville o Martin Amis. Al fin y al cabo en cualquier caso el ejercicio que hago es el mismo y cada libro me da herramientas para entender un poco mejor el funcionamiento del mercado editorial a partir de la identificación de tendencias en los intereses de los agentes literarios, de las editoriales, de los autores y, por supuesto, de los lectores del común.

4 comentarios:

Raúl dijo...

A mí siempre me ha atraído el trabajo de lector de manuscritos.

Una curiosidad: ¿cómo consigue uno trabajar en ello?

martín gómez dijo...

Bueno, yo envié mi curriculum a varias editoriales y en él enfaticé tanto en las competencias como en las herramientas que me daba mi formación universitaria para hacer el trabajo.

Raúl dijo...

Muchas gracias.

Probaré suerte.

Anónimo dijo...

Las editoriales siempre buscan lectores y es bueno indicar los temas en los que se es fuerte y los idiomas que se lee. Si se lee en algún idioma poco frecuente mejor que mejor. Editoriales de grandes grupos que abren nuevas colecciones pueden buscar lectores, tanto de ficción como de no ficción o en bolsillo.
Como a veces en el sector editorial puede costar un poco entrar, también recomiendo hacer algún curso como lector que puede permitir abrir puertas. Tanto en Madrid como en Barcelona hay algunos muy buenos. Ah y se paga poquitísimo ....