dime qué lees
Cada vez que en el metro, en la calle o en un café veo a alguien con un libro en la mano me da curiosidad saber qué esta leyendo. Echándole un vistazo por encimita a la persona puedo saber rápidamente si lleva un libro de bolsillo o de cuál editorial es el título que tiene en las manos. Con un poco de práctica he llegado incluso a deducir de qué libro se trata a partir de un par de detalles de la carátula que percibo a lo lejos. Sin lugar a dudas hacer esto es particularmente fácil cuando se trata de best sellers como cualquier novela de Dan Brown, La catedral del mar o La sombra del viento.
Sobre todo en el metro no hay mayor reto para mí que descubrir qué está leyendo alguien que carga su libro con un ángulo de inclinación bastante pequeño, de manera que no alcanzo a ver la carátula. Incluso en estos casos es relativamente fácil identificar la editorial que ha publicado el libro y la colección a la que éste pertenece. Como la curiosidad empieza a tornarse insoportable, si la persona no inclina el libro un poco más recurro a todo tipo de artimañas para poder ver el lomo o la carátula —me empino, me cambio de lugar y me agacho fingiendo que voy a recoger algo del suelo o que voy a amarrarme los cordones—. Si no logro identificar el libro de esta manera, empiezo a rogar desesperadamente que la persona cambie de posición en cualquier momento para revelarme ella misma el misterio.
Lo más satisfactorio es descubrir finalmente el título del libro. Así mismo, no hay mayor frustración que no haber conseguido hacerlo cuando alguno de los dos llega a la estación donde debe bajarse.
Supongo que esta costumbre enfermiza tiene que ver con el hecho de que estoy convencido de que el tipo de libros que leemos —así como nuestra manera de vestirnos, la música que oímos, la posición en la que dormimos y la comida que más nos gusta— dice mucho acerca de nosotros. En ese sentido saber qué está leyendo alguien me hace preguntarme qué lo motiva a leer ese libro y no cualquier otro, cómo llegó a éste y qué reacciones suscita en él su lectura. Creo que nuestras lecturas son un reflejo tanto de nuestra sensibilidad como de nuestras necesidades y expectativas.
Ver a una persona leyendo me hace sentirme conectado con ella porque me sugiere que tenemos un rasgo compartido que yo definiría como la búsqueda de un espacio íntimo que nos permite abstraernos del mundo durante un momento para intentar comprenderlo mejor y, de paso, para buscar elementos que nos ayuden a comprendernos mejor a nosotros mismos.
Desde hace varias semanas quería empezar a llevar un registro de los libros que iba viendo que la gente leía porque me parece que hacer este ejercicio de manera sistemática puede ayudarme a formarme una idea de ciertos rasgos del espíritu de nuestra época que de alguna manera podrían servir para explicar algunas tendencias del mercado editorial. Sin embargo, nunca me había decidido a hacerlo. Esta semana aproveché que me fui a la oficina en metro para hacer una prueba que ha resultado siendo bastante divertida.
6 comentarios:
Sana costumbre la de espiar los gustos literarios de los vecinos de acera, vagón o sala de espera. A mí me encanta, (aunque me siento un poco voyeur).
El problema es que la mayoría de las veces el libro en cuestión es El código da Vinci o uno de sus clones.
Cuando resulta que el libro es Literatura, más de una vez he estado tentado de acercarme y saludar al lector, o lectora.
Pero siempre me da vergüenza.
Éste es un ejercicio claramente voyerista que me da pistas con respecto a la sensibilidad, a los intereses y a las inquietudes de las personas, así que al final poco me importa lo que estén leyendo.
Claro que no dejo de emocionarme cuando veo a alguien leyendo un libro que tiene un valor especial para mí. Pero en esos casos creo que la mejor forma de conservar un buen recuerdo de ese momento es no plantearme siquiera la posibilidad de establecer ningún tipo de contacto.
Comparto aficiones. ¿Y qué medices de la gente que tapa la portada del libro con papel de periódico o papel de regalo?
Esta gente semerece un sopapo.
saludos.
¡Ay, sí! Justamente anoche en el metro había una anciana leyendo un libro cuya carátula a cierta distancia parecía tener un diseño lo más de interesante. Sin embargo, mis ilusiones se fueron al traste cuando me di cuenta de que el libro estaba forrado con unas páginas de publicidad tipo años cincuenta de un tabloide.
Buen finde.
Martín.
no joda mártin, te descubrí, eres un fetichista del fetichismo del otro, una suerte de fetichista elevado a la ene potencia, por eso armas tanta barahúnda con las tendencias de consumo literario y del mercado editorial. Saludito compadre, yo hago lo mismo, he llegado a interrumpir la lectura del otro para averiguar qué está leyendo.
¿Tendríamos que decir entonces que en mi caso se trata de un metafetichismo?
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