El suplemento El Cultural, del diario El Mundo, les ha pedido a cinco reconocidos críticos literarios españoles que respondan a cuatro preguntas acerca de la naturaleza, de la razón de ser y de la ética de su oficio y ha reunido sus testimonios en un artículo titulado ‘Los venenos de la crítica’. Los cinco críticos —a quienes prefiero llamar comentaristas de libros— tocan una serie de cuestiones polémicas con respecto a esa institución conocida como ‘la crítica’, alrededor de las cuales en ciertos momentos se han abierto acalorados debates que aún están lejos de llegar a cerrarse: la independencia del crítico frente al medio para el que escribe, a las editoriales y a los autores; las competencias necesarias para ejercer la crítica; los criterios del crítico y la importancia de la capacidad de persuasión en el ejercicio del oficio.
Este artículo me parece interesante porque en muchos casos los comentaristas de libros son los ojos a través de los cuales los lectores ven la oferta que hay en el mercado editorial. En la medida en que al orientar a los lectores los comentaristas de libros ejercen un rol de prescriptores de opinión, basta con la aparición de un comentario sobre un libro para que los ojos del público se fijen en éste y para que a la primera oportunidad que tengan los lectores vayan a buscarlo a las librerías.
Los venenos de la crítica
Ricardo Senabre, Ignacio Echevarría, Jaime Siles, Darío Villanueva y Vicente Luis Mora denuncian, explican, defienden y cuestionan
Sainte-Beuve, el célebre crítico francés del XIX, dejó inédito Mis venenos, un diario secreto con sus más íntimos pensamientos sobre libros y autores que no se atrevió a publicar en vida, y que comenta hoy en nuestras páginas Germán Gullón. Pero además, El Cultural ha reunido a cinco de los críticos más solventes de nuestro panorama literario —Ricardo Senabre, Ignacio Echevarría, Jaime Siles, Darío Villanueva y Vicente Luis Mora—, para que nos descubran:
1. ¿Qué es lo que da credibilidad a un crítico?
2. ¿Cualquiera puede ser crítico? ¿Qué mínimos deben exigirse?
3. Si comparan la situación de la crítica española con la del resto del mundo, ¿en qué salimos ganando, y en qué perdiendo?
4. ¿Qué pasa con las acusaciones de excesivo academicismo; falta de conocimientos académicos, dependencia del mercado; amiguismo y compromisos; obediencia a consignas, falta de referencias para comprender la creación más joven?
Ricardo Senabre
1. La independencia —frente a editoriales y autores— y la sinceridad. También una competencia profesional sin la cual lo demás no serviría en absoluto, porque nadie apreciaría la independencia de un botarate. Lo que el lector espera del crítico son orientaciones razonadas, no elogios vacíos ni rechazos injustificados. El lector necesita saber si vale la pena leer esa obra y por qué, y eso hay que dejarlo claro.
2. En la práctica, y a juzgar por muchos ejemplos reales, se diría que cualquiera puede ser crítico. Pero lo cierto es que habría que exigir unos mínimos: un amplísimo caudal de lecturas —algo muy raro, por lo que se ve—, un buen conocimiento de la historia literaria y una estrecha familiaridad con los fundamentos teóricos y los métodos críticos. La verdad es que, en el amplísimo elenco de críticos españoles en ejercicio, muchos —demasiados— no llegan al aprobado en estas cuestiones.
3. Frente a otros países, ganamos en la atención a obras estrictamente literarias y de diversas literaturas. Perdemos en independencia: hay demasiada consideración con editoriales poderosas, por una parte, y, por otra, excesivo temor a reseñar negativamente obras de autores prestigiados —a veces producto de la mercadotecnia—, algunos de los cuales pueden reaccionar como si cada reparo puesto a su obra fuese una ofensa a su persona. En realidad, la lucha del crítico que no renuncia a su honradez se plantea contra el complejo mecanismo publicitario que desde hace medio siglo se ha ido apoderando de la creación literaria y artística, gracias al cual lo que se vende es lo que vale. ¡Qué aberración!
4. Creo que la falta de conocimientos del crítico y el amiguismo son acusaciones fundadísimas en múltiples casos. Hace años, en un suplemento literario de cuyo nombre no quiero acordarme, un crítico comenzaba su reseña confesando ser amigo del autor de quien se disponía a escribir. Naturalmente, la reseña era elogiosísima. ¿Qué crédito pueden merecer una crítica y un suplemento así?
Ignacio Echevarría
1. Una primera puntualización: hace ya tiempo que la crítica ha dejado de ser la piedra angular de los suplementos literarios, por las razones que más adelante doy. Así pues, hace ya tiempo, también, que ha dejado de hacerse cuestión de la independencia de la crítica, menos todavía de su credibilidad, no nos hagamos demasiadas ilusiones con eso. En un pasaje que suelo citar en ocasiones como ésta, Robert Musil, preguntándose en qué consiste el gran talento para la crítica, se responde a sí mismo: “¡La capacidad de tener razón!”. No es fácil dar una respuesta mucho más satisfactoria a la cuestión, sin duda peliaguda. Esa “capacidad de tener razón” obedece a una mezcla variable de talentos, algunos innatos y otros adquiridos, entre los cuales cabe mencionar el buen gusto, la posesión de un criterio articulado, la confianza en ese criterio, la voluntad de compartirlo y la capacidad de persuasión.
2. No cualquiera puede ser crítico, desde luego, ni falta que hace. La ausencia de alguno de esos talentos que acabo de mencionar basta para inhabilitar incluso al más voluntarioso y bienintencionado aspirante al oficio. El crítico genuino es un tipo muy particular de lector que al placer natural de la lectura añade el de indagar en los mecanismos que intervienen en ella. De esa especie de perversión deriva el crítico una función social: la de orientar a los otros lectores en la tarea de responderse responsablemente a la pregunta que justifica la existencia misma de la moderna crítica periodística: ¿qué leer? Importa mucho insistir en esto último, dado que la mayor parte de los suplementos literarios parecen haberse desentendido de esa pregunta, conformándose con incentivar la lectura. Por eso no existe apenas crítica en la actualidad: porque la consigna de leer (y de leer siempre los mismos libros, de la misma manera) ha desplazado a la pregunta de qué leer, que comporta siempre, para ser respondida cabalmente, un cierto compromiso ético y político, no sólo estético, y que presupone además, sin la obsesión de fomentarla, la afición a la lectura. En cuanto a los mínimos exigibles para un crítico, obedecen antes a cuestiones de temperamento que a grados de cultura. El crítico hace siempre un uso estratégico de su cultura. En su caso, mucho más que los conocimientos acumulados, a menudo inservibles, importa el punto de vista que los ordena. Lo que caracteriza al crítico (y me estoy refiriendo exclusivamente al crítico reseñista) es una determinada escala de preferencias y una decidida voluntad de intervención. De otro modo, estaríamos hablando de simples comentaristas, o directamente de publicistas, que es lo que más abunda. En cuanto al estilo, es la única herramienta de que dispone el crítico para persuadir. Si resulta mediocre o incompetente en este aspecto, su eficacia será nula.
3. Me cuesta responder a esta pregunta, ya que apenas alcanzo a imaginarme qué pueda entenderse por crítica española, toda vez que —hechas las excepciones de rigor— sus más conspicuos representantes gastan sus menguados recursos en mantener un esforzado equilibrio entre la mansedumbre y la inanidad. Comparada con la del resto del mundo, la situación de la crítica española es, por decirlo buenamente, poco comprometedora: sencillamente, pasa desapercibida. Lo cual no acaba de constituir una ventaja, o no exactamente, dado que en casi todo el mundo la crítica ha sido condenada a la inexistencia. Sus espacios, si algunos le quedan, son residuales, marginales, periféricos a lo sumo, cuando no puramente simbólicos. Exageraciones y dramatismos aparte, la crítica española es, en cualquier caso, fiel reflejo de la prensa que la ampara: una prensa degradada, hipócrita, inepta, carente de todo proyecto cultural y por lo tanto de toda iniciativa en este campo, como no sean aquéllas a que le impulsan sus intereses particulares.
4. –Excesivo academicismo. De este reproche deberán responder los críticos de procedencia académica, abundantes en un oficio que, es verdad, suelen ejercer con cierta predisposición al eclecticismo y la taxonomía, y grandes dosis de aburrimiento.
–Falta de conocimientos académicos. De este reproche deberán defenderse los críticos de varia especie, periodistas y escritores en su mayoría, que lo reciben insistentemente de parte de sus colegas los críticos academicistas.
–Dependencia del mercado. ¿Y cómo soslayarla? El mercado es el medio en el que la crítica interviene, contra el que actúa. Es la corriente que tiende a arrastrarla y a la que ella debe resistirse. El problema, entonces, no es tanto la dependencia como el sometimiento al mercado, es decir, la sumisión, la interiorización de sus consignas.
–Amiguismo y compromisos. Ésta es una lacra endémica en el oficio. Por lo demás, hay una sola vacuna para curarse de ella: tomar partido. Buena parte de la mejor crítica moderna está impulsada por la complicidad de grupo, de tendencia: es crítica amistosa y comprometida, en el mejor sentido. Pero es cierto que, por estos lares, a menudo se queda sólo en crítica amigable y convenida.
–Obediencia a las consignas de la Casa (periódico, grupo). Carentes de todo proyecto cultural, como ya he dicho, los grupos de comunicación y los periódicos españoles no emiten consignas propiamente dichas a los críticos: se limitan a establecer un embrollado sistema de listas blancas y negras conforme a las cuales se hinchan o se omiten las novedades de colaboradores afines y no afines. En este punto, no vale la pena extremar la paranoia conspirativa: se trata de la más vulgar y mecánica miseria humana, con frecuencia incrementada hasta la caricatura por los intereses comerciales.
–Falta de referencias para comprender la creación más joven. Es éste un reproche grave, respecto al que todo crítico deberá mantener se alerta, y que plantea la conveniencia de buscar mecanismos de regeneración por parte de quienes regentan los espacios en que la crítica opera. La mayor virtud que puede adornar a un crítico es el olfato para lo nuevo, y no sólo para “lo bueno”; su mayor hazaña será la construcción de un lenguaje de acogida para la recepción de aquello que, por dilatar el campo de la sensibilidad establecida, carece todavía de un registro público. Con todo —y como no he dejado de decir en más de una ocasión—, una de las funciones menores de la crítica, puestos en lo peor, sería la de actuar como obstáculo, como frontón mediante el cual la sociedad y la época se defienden de las transgresoras innovaciones del joven artista. Éste se forjará, para bien y para mal, en la perseverancia y en la entereza que emplee ya en imponerse, ya en adaptarse a las convenciones con que la crítica de su tiempo lo juzga.
Jaime Siles
1. A un crítico la credibilidad se la da sobre todo su práctica, es decir, lo que ha hecho, el modo en que viene desempeñando su oficio. Otra cosa son los mandamientos que cada crítico tenga como suyos y para sí, porque eso no constituye un método sino una doctrina. Mi doctrina personal como crítico se ha regido por los siguientes principios: en primer lugar, intentar entender la obra tanto si me gusta como si no, tanto si satisface mis intereses como si se encuentra en los puntos opuestos de mi poética. Creo que el crítico es un mediador, alguien que conoce las propiedades, los elementos constitutivos de un producto, y que intenta hacerlo trasmisible desde su propio juicio a los demás. Un crítico debe ponerse en la piel del autor al que juzga y preguntarse si ha conseguido o no los objetivos que en esa obra se propone, y si los medios han sido los adecuados para ello. El juicio de valor no me interesa. Creo que la crítica además de estar bien escrita y digo esto porque soy un crítico sui generis, porque también soy creador, no un crítico estricto, sino un poeta y ensayista que hace crítica literaria, pero la crítica literaria es un género muy específico, como la poesía y dentro de ella, de la poesía que nos llega en traducción, lo que obliga no sólo a juzgar el texto del poeta traducido, sino también la textualidad de la traducción.
2. Sí, cualquiera que tenga formación adecuada para ello y los criterios de gusto suficientes y que fuese capaz de trasmitirlo podría ser crítico literario. De hecho, cualquier lector a su modo lo es. Ahora bien, como en todo hay unas exigencias mínimas: creo que un crítico literario debería tener una amplia formación intelectual y un profundo conocimiento de la historia y de la teoría literaria que le permitiera situar una obra en el horizonte no sólo de su género y de su propia lengua sino de su propia tradición. Es decir, debería dar su latitud y longitud.
3. A veces nos juzgamos en exceso, porque tenemos una serie de periódicos importantes que cuentan con su propio suplemento cultural, donde funciona el juzgado de primera instancia, porque aquí se da noticia de la existencia de libros mucho antes de que lleguen a las universidades y Academias. Si comparamos la situación de España con la de otros países, hay que destacar, a favor, que los suplementos culturales españoles dedican una especial atención a la crítica de la poesía, que está abandonada a su suerte en muchos países. La novela es el género al que más atendemos aunque hay otros dos géneros importantes, el teatro y el ensayo, que sufren una especial desatención. En cambio, esos dos géneros tienen mucha más importancia en países como Alemania, especialmente el teatro.
4. En general, creo que las acusaciones contra la crítica que aquí se mencionan lo que denuncian son todos los riesgos, pero la respuesta más clara la da Cicerón cuando, animado por su amigo Ático a dedicarse a la historiografía, le expone las dificultades y problemas que encontrará. El problema no es la independencia literaria o no, o la falta de referencias, o los compromisos o los academicismos, sino que lo único que debería importar en la crítica literaria es la independencia de criterio, de manera que la forma de luchar contra estos vicios sería acuñar un método y un modo para defender y mantener dicha independencia de criterio.
Darío Villanueva
1. La credibilidad de un crítico radica en la autoridad que posea por sí mismo. La crítica se compadece mal con cualquier ejercicio de ventriloquia. En última instancia se trata de un arreglo entre lectores: entre ellos se le reconoce a uno en concreto voz propia, autorizada, para hablar de literatura. Es una obviedad: el fundamento de la crítica es la lectura y la impresión que deja en el que la lee. En esto, todos los lectores, críticos o no, somos iguales. Más aún: el crítico que no reacciona ante la obra como un lector genuino se parecerá más a un burócrata. Tampoco veo su papel como el de un dómine con palmeta. La crítica en cuanto juicio y valoración no debe tener un fundamento normativo y doctrinal, sino rigurosamente fenomenológico. El mejor crítico sería el que transmitiera su enjuiciamiento como la consecuencia implícita en el análisis de los porqués de su impresión. Y para ello, es inexcusable la forma de la obra. Si todavía existe el arte de la literatura, no consiste en otra cosa que en lo que Coleridge definía como las mejores palabras en el orden mejor.
2. Cualquier lector puede, efectivamente, ser crítico. Y de hecho, por lo general, lo es: si lee atentamente y es capaz de desgranar los entresijos de su propia lectura e investigar en las causas de sus impresiones como lector. Claro que luego, si quiere ejercer, no podría ser ágrafo: deberá comunicar su experiencia mediante la escritura. De todos modos, la lectura atenta, que se puede ejercitar y perfeccionarse, debe ir amparada por ciertos saberes. Me resulta difícil concebir un ejercicio crítico cabal sin el apoyo de la historia literaria, de los fundamentos generales de una poética y sin el comparatismo, que permite trascender las fronteras lingüísticas de una sola literatura.
3. No dispongo de suficiente información como para tanto. Admiro la crítica anglosajona a través del “Times Literary Supplement”, pero me resulta muy difícil extender mis apreciaciones a la de otras lenguas. De todos modos, leyendo los libros de los críticos extranjeros que se expresan también en la prensa, los suplementos y las revistas literarias, no acabo ni con complejo de superioridad ni con baja autoestima.
4.–Excesivo academicismo: Admito que a la crítica académica (donde milito) se le vea debajo de la puerta la patita del academicismo, pero no a la crítica profesional o “militante” (“crítica pública” la llamaba N. Frye), o la crítica, con frecuencia tan interesante, ejercida por los propios escritores sobre las creaciones de sus pares.
–Falta de conocimientos académicos: Admito que a la crítica no académica se le pueda achacar semejante cosa, pero a lo mejor maldita la falta que les hacen tantos conocimientos académicos si sus lecturas son atinadas y competentes.
–Dependencia del mercado: Ése es el gran problema, probablemente sin solución, al menos por el momento. Raymond Federman, hace ya un cuarto de siglo, advertía que la responsabilidad de la crítica era entonces “hacer la distinción, marcar la diferencia entre libros y no-libros”. Pero para cumplir semejante compromiso hay que estar pendiente del mercado: para desenmascarar a los segundos, por muy best sellers que sean, y para que no pasen desapercibidos los primeros.
–Amiguismo y compromisos: Es verdad que a veces, ante determinadas críticas de obras previamente leídas por mí cuya euforia no atino a comprender, acabo reparando en que le coeur a des raisons que la raison ne connait pas.
–Obediencia a las consignas de la Casa (periódico, grupo): Hice mis pinitos en la crítica hacia 1973, recién licenciado, de la mano de Pepe Batlló, director de Camp de l’arpa. Desde entonces hasta hoy, en que ya peino canas, nunca jamás nadie me transmitió ninguna consigna, ni en Barcelona, ni en Madrid, ni en la American Book Review, ¡qué quieren que les diga!. Como decía aquel personaje de Billy Wilder en Some like it hot, “nadie es perfecto”.
–Falta de referencias para comprender la creación más joven: En todo caso, irá por parroquias. Habrá críticos con las tupidas anteojeras del establishment y otros con mayor curiosidad; de hecho, los hay. A título de ejemplo, puede valer el que en 2006 un título como Nocilla Dream de Agustín Fernández Mallo haya obtenido el eco que sin duda merecía.
Vicente Luis Mora
1. En mi blog, hace unos meses, pregunté por “la crítica que queremos”, y multitud de escritores y críticos llegamos a unas conclusiones que intento respetar a rajatabla. Resumidas: lectura completa, comprensiva y sistemática del libro, conocimientos culturales amplios y profundos de literatura (española y de otras tradiciones), estudio complementario sobre el autor cuya obra puntualmente se analiza, ver el libro como un todo, dedicarle tiempo de reflexión, obviar sus valores de mercado, tener conciencia de la crítica como ejercicio artístico, valoración no descriptiva, reducir al mínimo la inevitable parte subjetiva, y constituirse en una crítica democrática e independiente, que no repita los errores de la institucional, mediática u oficialista.
2. En un ensayo que saco ahora, y fijándome en los ejemplos mejores, como Conolly, el Dr. Johnson, Bloom, Sainte-Beuve o Eliot, entre otros (¿qué otros modelos imitar, sino los mejores?), propongo un mínimo algo radical, disculpen: el crítico debería ser tanto o más culto que el escritor más culto de su tiempo. Si el libro plantea epistemes que uno desconoce (medicina en Martín Santos, tecnología en Gibson o Pynchon, filosofía en Musil, estética oriental en Valente, Maillard o Aguado), el crítico tiene dos opciones: callarse o adquirir un mínimo saber antes de emitir juicio al respecto. Añádale un mínimo conocimiento de teoría de la literatura. Además, hay que saber leer. Eso es lo más difícil: no puede estudiarse.
3. Sería insincero si dijera que conozco la del resto del mundo; leo crítica literaria occidental, y eso en sí mismo es una reducción drástica. Desde luego le digo: casi cualquier profesor universitario norteamericano tiene, no sé si más conocimientos, pero desde luego menos prejuicios y un modo más global de entender el hecho estético que sus homólogos españoles. Salvo excepciones, los mejores críticos patrios —véanse los ejemplos de Masoliver, J.J. Heffernan, M. Casado, Fernández Porta, Cuesta Abad, entre otros—, tienen una importante formación en el extranjero, por lo común anglosajona.
4. Excesivo academicismo. Y tanto. Dentro de la universidad española hay joyas, que nunca son las que vemos. La crítica que más me interesa hoy suele estar extramuros de la universidad.
–Falta de conocimientos académicos. Interesante denuncia: sugiere que en España la crítica académica puede desconocer o usar mal hasta los rudimentos filológicos.
–Dependencia del mercado. Inapelable. Hasta una mala crítica con foto puede volverse comercial. Vénganse a Internet, es casi gratis.
–Amiguismo y compromisos. La buena crítica debería superar la amistad y la animadversión. Eso sí: los compromisos son pútridos en todo caso.
–Obediencia a las consignas. Si pudiera contar la mitad de lo que sé… Vénganse a Internet, no hay casas, el grupo es uno mismo.
–Falta de referencias para comprender la creación más joven. Cierto también. Un crítico de un suplemento, en un gesto que le honra, se hizo la autocrítica recientemente en este sentido.
Germán GULLÓN