miércoles, 12 de marzo de 2008

javier marías y el ciclo de vida de los libros

Este fin de semana apareció en el suplemento adncultura del diario argentino La Nación una columna en la que el escritor Javier Marías aborda desde una perspectiva bastante interesante la reflexión con respecto a la sobreproducción y a la saturación del mercado editorial. Se titula “El vértigo de las novedades” y me llama la atención el planteamiento que allí se hace con respecto al contraste existente entre el paso lento y reposado que caracteriza el trabajo del escritor y el ritmo de producción desenfrenado de la gran industria editorial, que se ve reflejado en el alto índice de rotación en la mesas de novedades y en las estanterías de las librerías.


En conclusión, incluso los títulos que no son de actualidad porque su vigencia tiende a ser menos vulnerable al paso del tiempo terminan convirtiéndose en bienes efímeros cuya fecha de caducidad es cercana a la de un yogurt. El ciclo de vida de cualquier título publicado por primera vez o reeditado —sea una nueva edición de La montaña mágica o Nocilla Experience (la segunda parte de Nocilla dream)— empieza a ser el mismo que el de esos montones de libros de actualidad tan característicos de nuestra época que cuando salen de la imprenta ya han dejado de estar al día.


No diré más. Mejor lean ustedes mismos lo que dice Marías.


El vértigo de las novedades


El mundo acelera y todo, incluso los libros, perece o se consume cada vez más rápido. Solo vale lo que está por llegar

Sábado 8 de marzo de 2008

Por Javier Marías

Hace ya unas cuantas semanas que mi amigo el librero Antonio Méndez, agobiado por el aluvión de novedades editoriales que le llegan a diario, y que convierten su profesión en un perpetuo abrir cajas y sacar y colocar y devolver libros "más que en leerlos, recomendarlos y venderlos", me dijo, refiriéndose a mi última novela, aparecida el 24 de septiembre: "Un libro que salió hace mes y medio ya es prehistoria". Esa novela ( Veneno y sombra y adiós ), como quizá sepan algunos de ustedes, tiene 700 páginas, es el tercer volumen de una obra que en total suma casi 1600 y que empezó a publicarse cinco años atrás, en 2002. He tardado en escribirla entre siete y ocho años, y casi tres el volumen final. A buen seguro en el comentario de Méndez influía su propia percepción y su deformación profesional: quien recibe un montón de novedades a diario es lógico que vea ya como antigua la que le llegó hace mes y medio.




Da la impresión de que a mucha gente le aterra asomarse a lo que no es rabiosamente novedoso, como si temieran "vivir a destiempo". Ocurre con todo: con las noticias, los acontecimientos, las películas, la música, los libros y los negocios. Como dije en un artículo que cuenta ya varios años, flotamos por una época en la que, paradójicamente, solo parece ser presente lo que no lo es todavía sino que se anuncia como inminente, y en cambio lo verdaderamente presente, por el mero hecho de existir o haber llegado, se convierte en pasado al instante. Se sabe que jamás una película —salvo rarísima excepción, salvo algún éxito que nace "tapado", imprevisto— recauda tanto como en su primer fin de semana de exhibición, lo cual significa una de dos: o que el boca a oreja cuenta ya poco porque no hay tiempo para que se produzca, o bien que se produce tan rápidamente, a través de los móviles y sus SMS, que la suerte queda echada el primer día. "Salgo de ver la última de Harry Potter", dice un mensaje instantáneo enviado a diez personas. "No vale un pimiento". Y, dado que las películas "esperadas" se estrenan a la vez en ochenta salas y duran por tanto en cartel pocas semanas, para en seguida ser sustituidas por otras más nuevas, el inicial y nada elaborado veredicto atraerá o ahuyentará a miles de espectadores. Los atraídos irán a ver inmediatamente ese Harry Potter. Los ahuyentados, mientras quizá se lo piensan, se encontrarán con que la cinta ya no se exhibe y a lo sumo esperarán a que salga en DVD o la ofrezcan las televisiones. Cuando realmente existió esa película fue mientras aún no existía, esto es, mientras aún no podía verse.



Nos encontramos así, en cierto sentido, con la aplicación literal de lo que en efecto hace el tiempo: minuto o segundo que llegan, minuto o segundo que ya han transcurrido, y que en tan breve espacio de tiempo han pasado de ser futuro a ser pasado, de no haber llegado a haberse ido. El hombre siempre ha combatido eso —o se ha engañado al respecto—, porque vivir de ese modo no es posible, o por lo menos resulta oprimente y angustioso. De forma que, a través de la memoria y de lo que se ha llamado "proyección de futuro", tradicionalmente se ha creado un falso presente que abarcaba lo pasado reciente y lo futuro cercano o "atisbable", para evitarnos la sensación de vértigo y lograr hacernos a la idea de vivir instalados en algo relativamente estable, es decir que no borra y olvida ipso facto lo ocurrido el día antes y que cuenta con el mañana. Hemos necesitado siempre una impresión de falsa estabilidad, como la de los aviones: si a cada segundo sintiéramos, a bordo de ellos, la velocidad a la que el aparato se mueve y avanza, lo más probable es que nadie se atreviera a montarse.



Quizá porque nací a mediados del pasado siglo (que ya fue bastante veloz y revolucionario), a veces me pregunto cómo soportamos esta vida tan fugitiva, de aparente aceleración continua y creciente a la que no se vislumbra límite. Puede que las generaciones más jóvenes hayan nacido ya semiacostumbradas, y que ni siquiera su tiempo de infancia —el que transcurre más lento— haya sido pausado ni haya tenido un "presente" razonablemente duradero y sosegado. Lo raro es que en esta época aún haya personas que, al hacer una película o escribir un libro, sigamos creándolos, en esencia, como lo hacían los artistas del siglo XVI, por decir alguno: con la misma lentitud, artesanía, paciencia y pausa. Esa gran contradicción es un misterio: ¿Cómo es posible que a veces lleve años "producir" lo que el destinatario no solo va a "consumir" en un par de horas —una película— o en una semana —una novela larga—, sino que además lo va a relegar en el acto a la fagocitadora bolsa de lo "ya antiguo"? O tal vez las preguntas serían: ¿Por qué todavía hay demanda de esas obras así creadas? ¿Y por qué las hacemos?


4 comentarios:

Anónimo dijo...

sALUDOS, MUY BACANO TU BLOG. Lo he enlazado al mío en el tiempo.com

martín gómez dijo...

Hombre, muchas gracias por el comentario.

Seguimos en contacto.

Anónimo dijo...

Brillante como siempre Javier Marías, que heredó la delicadeza de don Julián y la prosa sin errores de su mamá. Leo siempre el ojo fisgón, por recomendación del gran Robert, y lo celebro. Gracias Martín.

J. E. Constaín

martín gómez dijo...

Hombre, Juan Esteban, gracias por el comentario. Me alegra mucho que leas [ el ojo fisgón ]. Además de Roberto, algunas otras personas cercanas en cuyo criterio confío me han hablado muy bien de tu trabajo.

Espero tener pronto la ocasión de leer lo que estás haciendo.

Seguimos en contacto.
Martín.