lunes, 31 de marzo de 2008

donde pongo el ojo... [ 28 ]


Mi recomendado de la semana


Los periodistas literarios, de varios autores (selección y prólogo de Norman Sims)

El Áncora editores

Bogotá, 1996


Mis libros favoritos


Luna caliente, de Mempo Giardinelli

Alianza editorial

Madrid, 2000


Me llama la atención


Editorial Caballo de Troya

Barcelona

viernes, 28 de marzo de 2008

entrevista a daniel solana, fundador y director creativo de la agencia de publicidad interactiva doubleyou / "la goma del fragmento"


DoubleYou es la agencia pionera de la publicidad interactiva en España y Daniel Solana es su fundador y director creativo. En cerca de diez años DoubleYou se ha convertido en uno de los paradigmas de agencia interactiva independiente a nivel mundial. Entre sus clientes se destacan Nike, Audi, Coca-Cola, Gas Natural, Danone, el Ayuntamiento de Barcelona, Bimbo, Evax y ron Cacique.


El número de marzo de la revista colombiana P&M incluye una entrevista sobre publicidad interactiva que le hice hace un tiempo a Daniel Solana, cuyas respuestas me parecen muy lúcidas porque dicen mucho acerca de la forma como las marcas deben comunicar en el ámbito de Internet. Quienes quieran leer la entrevista pueden descargarla haciendo clic aquí.




Al igual que el sector editorial, durante los últimos años la industria publicitaria se ha visto obligada a reinventarse debido a la emergencia de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. Por otro lado, se trata de una industria en la que también hay una fuerte tendencia hacia la concentración de la propiedad. Si bien existen algunas otras similitudes importantes entre ambas industrias, también existen algunos rasgos que las diferencian. Quien necesite argumentos sólo tiene que revisar los presupuestos y las tasas de rentabilidad que se manejan en una y otra.

jueves, 27 de marzo de 2008

el sector editorial y the long tail

¿Cómo abordar el sector editorial aplicando el modelo de la larga cola —en inglés “The Long Tail”—?


Ésta es una pregunta que me da vueltas en la cabeza desde hace un tiempo y que a finales de la semana pasada comenté superficialmente con Andreia Moroni, quien me envió unas citas interesantes de una intervención de Chris Anderson en Brasil. Algunos de mis bloggers favoritos como Francis Pisani y Enrique Dans han comentado en muchas ocasiones las implicaciones de la larga cola en una economía basada en los servicios y en Internet pero no recuerdo haber visto hasta el momento ninguna explicación detallada de la manera como este fenómeno repercute sobre el sector editorial —quienes sepan de alguna, por favor envíenme la referencia—.


La versión de Wikipedia en inglés define la larga cola de la siguiente manera:


‘The Long Tail (as a proper noun with capitalized letters) was first coined by Chris Anderson in an October 2004 Wired magazine article to describe the niche strategy of certain business such as Amazon.com or Netflix. The distribution and inventory costs of those businesses allow them to realize significant profit out of selling small volumes of hard-to-find items to many customers, instead of only selling large volumes of a reduced number of popular items. The group of persons that buy the hard-to-find or "non-hit" items is the customer demographic called the Long Tail’.



¿Será en parte gracias a la existencia de la larga cola que hoy en día las editoriales pequeñas y medianas encuentran su lugar en el mercado y consiguen mantenerse a flote a pesar de la creciente concentración de la propiedad en esta industria y del modelo económico de los grandes grupos? ¿La larga cola incentiva la coexistencia a largo plazo de estos dos modelos de empresa editorial? ¿Tienen los pequeños editores razones suficientes para ser optimistas en este momento?


Tiendo a creer que sí aunque no sé si tenga los argumentos necesarios para hacerlo. ¿Alguien los tiene? Supongo que el tema es más complejo de lo que parece pero el caso de algunas editoriales cuyo catálogo se dirige a nichos pequeños conformados por lectores con intereses muy específicos, que tienen una estructura pequeña, que publican entre 6 y 10 títulos al año y que tienen un buen distribuidor me da razones para creer que no estoy del todo perdido y equivocado.


Nota: las negrillas son mías

miércoles, 26 de marzo de 2008

mi barcelona

Leer el monográfico "barcelona|s" que publicó en su número 300 el suplemento cultura|s, del diario La Vanguardia, me ha hecho pensar muchísimo en las ideas que existen con respecto a Barcelona y en lo que esta ciudad representa para mí. Debido a mis intereses particulares, Barcelona me parece un lugar absolutamente estimulante porque tiene una dinámica bastante interesante en ámbitos como el arte digital, la publicidad, las artes gráficas, los medios audiovisuales y la música.


Además del cielo, del clima, de su ubicación sobre la costa, del ritmo de vida, de la oferta cultural, del ambiente de los bares que hay cada media calle, de lo manejables que son las distancias y de la comida, lo que más me seduce de Barcelona es el ámbito de la producción editorial. Me emociona poder entrar en contacto con quienes escriben, gestionan, traducen, maquetan, ilustran, corrigen y editan muchas de las obras que se exhibirán en las estanterías de las librerías después de pasar por los distintos pasos de la cadena de producción. Se trata de gente que está ahí, que es absolutamente accesible y a la que normalmente le gusta hablar de su trabajo.



Por otro lado, me gusta saber que si veo en la calle a una persona del mundo editorial a quien quiera conocer sólo tengo que acercarme y abordarla para entrar en contacto con ella. Como el despacho donde trabajaba hasta hace poco estaba muy cerca de su casa, dos o tres veces a la semana me cruzaba en Rambla Catalunya con Rodrigo Fresán y varias veces he visto en la calle a Jorge Herralde, a Quim Monzó y a Enrique Vila-Matas. Si no los he abordado a ellos es porque cuando los he visto no he tenido ninguna razón particular para hacerlo. Por el contrario, en el verano de 2006 mientras trabajaba como camarero en un restaurante de Sarrià tuve que atender al agente literario Guillermo Schavelzon y en ese momento no quise desaprovechar la oportunidad de pedirle que me diera la entrevista que unos meses más tarde publiqué en [ el ojo fisgón ].


Alguna vez le oí decir a Santiago Gamboa que cuando se dio cuenta de que quería ser escritor le pareció que lo mejor que podía hacer era irse a vivir a París como lo habían hecho muchos otros antes que él —al fin y al cabo en el imaginario del “mundo mundial” existe una asociación directa y estrecha entre París y el ámbito de lo literario—. En el mundo de habla española hay muchos autores que un día decidieron venirse a Barcelona a escribir. Y me refiero no solamente a figuras que cuando llegaron ya tenían una trayectoria en vía de consolidación —como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, José Donoso, R. H. Moreno Durán, Óscar Collazos, Roberto Bolaño o Rodrigo Fresán—, sino también a jóvenes que vienen a buscarse la vida y que como ese Gamboa que se fue a París seguramente intuyen que la mejor forma de convertirse en escritores es yendo a una ciudad que sea un referente literario.


Por poner un ejemplo cercano a mí, entre los autores colombianos jóvenes de hoy que en algún momento han pasado una temporada viviendo en Barcelona se encuentran Ricardo Silva Romero, Juan Gabriel Vásquez, Antonio Ungar, Carolina Sanín y Sergio Álvarez. No sé qué los trajo aquí y supongo que cada uno de ellos vino por motivos distintos pero estoy seguro de que en todos los casos una parte del tiempo que estuvieron en la ciudad lo dedicaron a escribir.


Siento que Barcelona atraviesa por un momento crítico y que las cosas que están pasando en la ciudad ponen en evidencia el agotamiento de eso que llamaron “el modelo barcelonés”. Lo veo en la vida cotidiana y lo percibo en la conversación del día a día. Después de la intensa movida que gestaron a nivel artístico y político los círculos de la resistencia contra la dictadura, de la prosperidad que trajo el milagro español y de la transformación que sufrió la ciudad a raíz de las Olimpiadas de 1992 Barcelona parece estar cayendo en un letargo, por lo cual esa idea de la metrópoli mediterránea que ofrece una calidad de vida inigualable empieza a desdibujarse y a ser un recuerdo cada vez más lejano para los nativos o para quienes llegaron antes de la inminencia del desastre.


La Barcelona de hoy es un parque temático con mucha cosmética que está en manos de los especuladores inmobiliarios y del turismo low cost. Mientras que el precio de los alquileres sigue subiendo desmesuradamente, los salarios apenas aumentan desde hace varios años. Hoy en día las primeras imágenes que se evocan en una conversación sobre la vida de la ciudad son el mobbing inmobiliario y el precio de los alquileres, los problemas de funcionamiento de los trenes de cercanías, la crisis del Barça, las políticas represivas del ayuntamiento o las hordas de borrachos ingleses que desembarcan cada víspera de fin de semana y que agotan el stock de cerveza en los alrededores de La Rambla siempre que su equipo viene a jugar al Camp Nou.


En el ámbito profesional sigo encontrando estimulante esa Barcelona llena de tensiones lingüísticas y políticas a pesar de la propagación de los establecimientos de diseño —restaurantes, tiendas y plazas de mercado—, de los nórdicos que en febrero se insolan en las terrazas del centro durante sus viajes de veraneo anticipado, del discurso de “la botiga més gran del món”, del precio de los alquileres, de las inglesas que entran en coma etílico durante la celebración de sus despedidas de soltera, de los dependientes malencarados de los comercios, de las cumbres de telefonía móvil que cada año colapsan la ciudad durante varios días, del despotismo de los Mossos d'Esquadra o del crecimiento de los ghettos que ponen en evidencia la incapacidad de la ciudad de asimilar la diversidad que trae consigo la inmigración.

martes, 25 de marzo de 2008

donde pongo el ojo... [ 27 ]




Lecturas en curso


La magnitud de la tragedia, de Quim Monzó

Anagrama

Barcelona, 2007


Mi recomendado de la semana


Manual de urbanidad y buenas maneras en la Red, de José Antonio Millán

Melusina

Barcelona, 2008


Mis libros favoritos


El Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson

Alianza editorial

Madrid, 2007


Me llama la atención


Editorial Eloísa Cartonera

Buenos Aires


miércoles, 19 de marzo de 2008

“en busca del lector diferente”

Éste es el título de mi artículo incluido en el monográfico "barcelona|s" que publica en su edición de hoy el suplemento cultura|s, del diario La Vanguardia, que dirige Sergio Vila-Sanjuán.





El artículo habla de la importancia que tiene Barcelona en mi formación como lector y de la diversificación de la oferta a la que podemos acceder los lectores gracias a la aparición de editoriales independientes tanto aquí como en otras ciudades de España.


Quienes quieran leer el artículo pueden descargarlo haciendo clic aquí.

martes, 18 de marzo de 2008

¿cómo gestionar una empresa editorial?
adquisiciones indiscriminadas, falta de experticia y fiascos

Con respecto a las razones de la destitución de los presidentes de Vivendi y Bertelsmann en 2002, dice Francisco García en el texto “¿El ocaso de los dioses?” incluido en Libros o velocidad:


‘Se ha puesto de manifiesto que el crecimiento y la diversificación indiscriminada de una gran corporación no aportan siempre los beneficios esperados ni mejoras apreciables debidas a las economías de escala. En muchos casos, ni siquiera se puede contar con una mejora en la gestión porque nadie garantiza que una empresa experta en infraestructuras básicas, y que tiene un gran éxito en esa actividad, sea la más adecuada para gestionar, por ejemplo, un grupo editorial o de comunicación. Al contrario, la creación de superestructuras costosas y superfluas entorpece el desarrollo de las unidades menores que integran ese conglomerado, y las decisiones de máximo nivel se convierten en juegos puramente financieros sin relación con la actividad real de la empresa’.


Libros o velocidad, pp. 44 - 47

Libros sobre libros y Fondo de Cultura Económica

México, 2005


Justamente en esta misma línea van algunas de las reflexiones que plantea André Schiffrin en La edición sin editores y que comenté aquí hace unas semanas.

lunes, 17 de marzo de 2008

donde pongo el ojo... [ 26 ]



Lecturas en curso


Diario de la galera, de Imre Kertész

Acantilado

Barcelona, 2004


Mi recomendado de la semana


El clima desde hace 15 años, de Wolf Haas

Roca editorial

Barcelona, 2008


Mis libros favoritos


La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares

Alianza editorial

Madrid, 2002


Me llama la atención

París, de Émile Zola

Cabaret Voltaire

Barcelona, 2008


domingo, 16 de marzo de 2008

lecturas de fin de semana [ 65 ] / entrevista a juan villoro

Juan Villoro siempre me ha parecido una figura súper atractiva debido a la versatilidad con la que se mueve en distintos géneros literarios, a la amplitud de temas que aborda en sus textos, a la riqueza de sus referentes y al estilo ameno de su escritura. El primer contacto que tuve con la escritura de Villoro fue a través de una crónica que hizo sobre un concierto de U2 en México. Antes de leer sus cuentos y novelas también me impresionó profundamente la agudeza que muestra Villoro en un texto sobre su paso por el Colegio Alemán de México, que fue decisivo en el despertar de su vocación de escritor porque para satisfacer la sed de exotismo de los alemanes tuvo que inventar una ‘patria exagerada, donde mis primos desayunaban tequila con pólvora y mis tías se encajaban espinas de agave para castigar sus malos pensamientos’.


Aquí les dejo esta entrevista a Juan Villoro, publicada en el suplemento adncultura, de La Nación.


"Soy un cronista de la ideas"

Por Leonardo Tarifeño


Ganó el premio Herralde por su novela, El testigo. Como periodista, cubrió tres mundiales de fútbol, el alzamiento chapatista en Chiapas y la visita secreta de Salman Rushdie al Distrito Federal. Tradujo a Georg Christoph Lichtenberg, Arthur Schintzler y Truman Capote, entre otros. Del cuento a la novela y del ensayo a la literatura infantil, el escritor mexicano domina todos los géneros y es una de las grandes figuras literarias del continente.

Sábado 15 de marzo de 2008


Alguien "grafiteó" la puerta de la casa del que muy probablemente sea el mayor escritor latinoamericano actual, y la pintura se ve tan fresca que cualquiera que ande por aquí podría figurar en la lista de acusados. El grafitino dice nada pero es bonito, y ya habrá quien advierta influencias de Keith Haring en este trazo. Pero para alguien como este reportero, nada experto en las conquistas del arte moderno y posmoderno, la única asociación imaginable es con la camiseta del Necaxa, el equipo de los electricistas mexicanos y, también, del dueño de esta casa, de quien ahora sospecho, mientras toco el timbre para anunciarme, que tal vez fue él mismo quien pintarrajeó la entrada con este bellísimo e insolente relámpago de aerosol. Después de todo, el hombre que habita del otro lado es un fanático del fútbol que cubrió tres mundiales, un ex delantero de las divisiones inferiores de Pumas (contemporáneo de los golazos que Hugo Sánchez hacía en ese mismo estadio) y, sobre todo, el fundamentalista número uno del club más querido en la calle de su infancia, un dudoso ejército futbolero que descendió dos veces, pasó 57 años sin salir campeón y que, contra viento y marea, para Juan Villoro (1956) es lo más parecido al hogar siempre soñado por el héroe. "Mis padres venían de tradiciones separatistas (ella de Yucatán, él de Cataluña) y no es de extrañar que se divorciaran bastante pronto. A modo de contraste decidí ser de mi calle", cuenta en su entrañable Dios es redondo. Por cierto, la calle evocada no es la misma en la que hoy vive nuestro hombre, esta hermosa Presidente Carranza que adoquín tras adoquín surca el siempre soleado corazón de Coyoacán. ¿Precisamente por eso el escritor metido a hooligan se habrá permitido un acto de reivindicación futbolística y barrial?


"Ah, ¿te gusta ese grafiti? ¿No es padrísimo?", dice Villoro cuando abre la puerta, y las sospechas de "hooliganismo" aumentan. Y así como en un momento crecen, de inmediato desaparecen tras un huracán de simpatía y cordialidad. En dos minutos, o menos, el escritor explica que le encanta cómo ha quedado el frente de su casa, ofrece un tequila, pregunta cómo está Buenos Aires, alaba la taquería de la esquina (se llama Taco n gusto, pero él le dice "Taco n woodstock") y arranca con apreciaciones varias sobre César Aira ("sus libros son una droga"), Juan José Saer (a quien le dedicó el extraordinario ensayo La víctima salvada, compilado en De eso se trata ) y César Luis Menotti, aventurero fracasado en su reciente paso por el banco de los Tecos de Guadalajara, el equipo de la universidad más conservadora de su país. En el prólogo de Bolaño por sí mismo, el libro de entrevistas escogidas con el autor de Los detectives salvajes que el año pasado publicó la chilena Universidad Diego Portales, Villoro recuerda: "Una noche, Roberto me comentó que aún no me encontraba acomodo en su Antología militar de la literatura latinoamericana. ´¿Qué regimiento te gusta?, preguntó con malicia. Le contesté que solo me veía yendo a la guerra como Bob Hope o Marilyn Monroe, en la sección de entretenimiento para las tropas". Es arriesgado suponer que Villoro pudiera ser tan divertido como Bob Hope, o que su presencia causara una euforia comparable a la que solo Marilyn podía desatar; lo seguro, y en esto no hay dudas, es que no le faltaría entusiasmo. Y es que si algo destaca a este escritor, tan parecido a su admirado Cortázar por barba y altura, es el luminoso brío con el que conversa, gesticula, ríe y, last but not least, piensa y escribe. Semejante derroche de inteligencia y energía termina por explicar las múltiples pasiones de este creador de tiempo completo novelista en El testigo (ganador del Premio Herralde en 2004), Materia dispuesta y El disparo de argón, cuentista en La casa pierde y Los culpables (Premio Antonin Artaud en México, del que Villoro donó 40 mil pesos —la mitad de la dotación, unos 4 mil dólares— a la creación de una biblioteca infantil en Oaxaca), ensayista en Efectos personales y De eso se trata, cronista en Palmeras de la brisa rápida (un viaje a Yucatán), Los once de la tribu, Safari accidental y Dios es redondo, guionista cinematográfico (Vivir mata) y radial ( El lado oscuro de la luna ), traductor de Georg Christoph Lichtenberg y Truman Capote, ex agregado cultural de la Embajada de México en Berlín y director, a mediados de los noventa, del suplemento cultural del diario mexicano La Jornada. Todo indica que a Villoro le cuesta quedarse quieto un rato, y en este encuentro queda claro cuando invita al periodista a una función de Muerte parcial, la obra con la que debuta como dramaturgo en un teatro universitario. "Dime si vamos y llamo a unos amigos", apura. En el escritorio donde trabaja hay libros de V. S. Naipaul, el húngaro Peter Nádas y El último lector, de Ricardo Piglia. Mientras espío la biblioteca, él habla por teléfono con gente que le ha pedido entradas y arma una cita en la puerta del teatro. Al colgar cuenta los boletos, y la felicidad de su sonrisa es la de un chico al que su mejor travesura acaba de salirle bien.



—Ha escrito, novelas, cuentos, crónicas, literatura infantil y ahora se inicia como dramaturgo. ¿Qué le ha dado y qué le ha quitado cada género?



—Mira, un amigo cubrió las guerras de Centroamérica durante años. En uno de sus regresos a México le pregunté cómo podía soportar tanto tiempo ahí. "Cuando ya no puedo más, cambio de país para cambiar de miedo", me dijo. La tensión era la misma pero la causa era otra. A nivel más pacífico, pasa lo mismo con los géneros literarios. Cada género implica una condición nerviosa distinta. El cuento te somete a la tensión de tener un final controlado y la novela, a la de perderte en una historia durante años. No puedes escribir un artículo sin saber de qué escribes, del mismo modo en que no puedes escribir una novela sabiendo todo de antemano. En mi opinión, hasta se escriben novelas para investigar lo que se puede decir.


—¿Y qué lo llevó a practicar géneros tan distintos?



—La verdad es que yo tengo un carácter disperso y con curiosidades simultáneas. Supongo que por eso necesito someterme a distintas reglas de juego.


—¿Las "reglas de juego" más restrictivas son las del teatro?



—Bueno, el teatro representa un gran desafío. Escribes en un planeta con una fuerza de gravedad distinta a la del planeta donde la obra se representa. Una frase que produce un efecto veloz en la lectura puede resultar lentísima en el foro. Ese traslado es fascinante. Por otra parte, en una novela los personajes pueden hablar en función de la conversación; en el teatro, el diálogo es una forma de la acción. En fin, son retos distintos y me gustaría pensar que al asumir cada género sirve de algo haber cultivado otros.


—Uno que usted cultivó hasta rejuvenecerlo es el de la crónica futbolística. Muchas de las mejores que ha escrito se compilan en Dios es redondo, "una exploración narrativa de las pasiones que suscita el fútbol". En tanto experto, ¿con qué figura de la cancha se queda de todas las que ha conocido?



—Suena oportunista decirlo para un medio argentino, pero para mí Maradona es la figura más singular del fútbol, no solo por sus logros individuales sino por la capacidad de levantar a todo un equipo. Diego generó la sensación de que cualquier equipo podía lograr algo inaudito con él en la cancha. Es posible pensar en un gran Real Madrid sin Di Stéfano o en un gran Santos sin Pelé, pero el Nápoles de fábula era Maradona. Por otra parte, su vida de héroe trágico y muchas veces operístico, sus caídas y sus redenciones, son incomparables. Lo vi en el Estadio Azteca en el 86, cuando ultimó a Inglaterra con el mejor gol legal y el mejor gol ilegal de la historia, y en el Estadio San Paolo en el 90, cuando los napolitanos guardaron respetuoso silencio y aceptaron ser victimados por su capitán, que había escenificado el histórico melodrama de convencer al graderío de que Argentina estaba más próxima de la Italia pobre, es decir, de Nápoles, que la arrogante Italia del norte. Es lo más cerca que el fútbol ha estado de tener a Espartaco en una cancha. O más aún: al Espartaco de Kubrick.


—Acerca del presunto auge de la crónica, y la también presunta decadencia de la ficción, Juan Forn señaló que "imponerle a alguien una historia inventada resulta cada vez más arbitrario, porque el poder alegórico y metafórico de la ficción ya no es comparable con el que tuvo en el XIX y hasta mediados del XX. Esa potencia de la literatura parece haberse trasladado a la no ficción". ¿Está de acuerdo?



—Pues mira, en la adolescencia yo leía la revista Duda, publicación esotérica sobre misterios mayas, extraterrestres o egipcios cuyo lema era "Lo increíble es la verdad". En una sociedad autoritaria como la mexicana, las causas políticas se parecían a los enigmas que esa revista descifraba en la tumba de Tutankamón. Crecer en un régimen de impunidad, que duró 71 años, creó una fuerte ansiedad por conocer verdades. En mi país, esto explicaría, en parte, la necesidad de la crónica. Pero hay razones más de fondo.


—¿Cuáles?


—La mayor es que la vigencia de la no ficción no deriva de un decaimiento de los mecanismos de la ficción, sino de la necesidad de crear sentido en la sociedad de la información. La marea de las noticias no explora ni agota el sentido de lo que pasó. La oposición más significativa no se da entre la verdad y la mentira, sino entre la información y la narración; por eso, la narración entra a la jugada para crear un problema, para investigar las causas privadas de los hechos, que muchas veces no tienen una solución definida. Se trata de convertir la respuesta del noticiero en una pregunta que le otorgue un sentido más amplio. Hemos llegado a una saturación en que los datos son omnipresentes y nos llegan sin que sepamos cómo. De pronto, nos enteramos de que Pamela Anderson desea nuevos implantes. ¿Por qué sabemos eso? La saturación mediática permite que los datos fácticos construyan un discurso delirante. ¿Cómo curarnos de la inconexa información? Con la narración, que admite la duda y la cordura de lo imaginario. Es ahí donde veo la relevancia contemporánea de la no ficción.


—Sobre los límites del cronista, en Safari accidental usted se pregunta: "¿Qué espacio puede tener la palabra llegada desde fuera para narrar el horror que solo se conoce desde dentro?". En esa duda suya, ¿no se podría ver la imposibilidad del periodismo —y tal vez, de todo arte— para representar y restituir "el intento de darles voz a los demás", que usted mismo menciona como la meta principal del periodismo narrativo?



—Digamos que hay límites claros para toda forma expresiva. El "testigo absoluto", como dice Giorgio Agamben, es el que vive la experiencia hasta el final. En muchos casos queda destruido por lo que sucedió. Acerca de la fotografía de guerra, Robert Capa dijo: "Si no funciona es que no estás suficientemente cerca". Fiel a su condición de testigo extremo, murió en acción en Vietnam. ¿Hasta dónde podemos acercarnos a los hechos? La única forma de resolver el desafío es aclarar la perspectiva desde la que escribes.


—¿Cómo se lograría eso?


—Una manera posible es tener claro que la ética de la crónica depende de transmitir sus condiciones de ejercicio. A lo largo del texto se crea un pacto de credibilidad con el lector, esa es la única autoridad que puede reclamar la narración. Me parece válido narrar desde el desconocimiento o incluso desde la incomprensión, siempre y cuando así lo aclares. Ser un testigo que no entiende también es una forma de la elocuencia. De manera sutil, las grandes crónicas incluyen su making of, y con eso sabes qué tan cerca o qué tan lejos está el testigo.


—¿Cuál sería un ejemplo?



—A su manera, Relato de un náufrago, de Gabriel García Márquez, que ofrece un caso límite: el narrador se borra para que hable el protagonista, no hay una voz externa que comente los sucesos, pero el texto no es posible sin el cronista. El náufrago sabía que se había jodido en el mar, pero solo supo que era un personaje cuando leyó la crónica. En este caso el making of son las preguntas que no leemos, pero que están implícitas en lo que responde el personaje.


—¿Cuál ha sido la crónica que más le gustó hacer?



—Por razones de idolatría, la que hice sobre Ángel Fernández, el Víctor Hugo Morales mexicano, un locutor de fútbol que marcó a mi generación y me reveló que la palabra era un placer en sí mismo, ajeno a todo sentido utilitario. Lo visité en su casa y atrás de mí venía un jardinero, que cargaba una guadaña para segar el pasto. "¡Ahí viene Excálibur!", exclamó el cronista ante el jardinero armado. Ángel estaba invadido por la narración, no podía decir nada de modo simple, solo hablaba con parábolas y metáforas. Después de esa crónica nos hicimos amigos y años después me invitó a un homenaje que le hacían. Para contar su vida en un documental había escogido mi crónica.


—¿Y en cuál se ha sentido menos a gusto?



—La más desagradable ocurrió a bordo de un helicóptero. Tenía que narrar la ciudad de México desde las alturas y solo vi azoteas, muerto de miedo. Creo que, más que una crónica, escribí un electrocardiograma.


—Durante un buen tiempo dirigió La Jornada Semanal, el suplemento cultural del diario mexicano La Jornada. ¿Qué enseñanzas le dejó esa experiencia?



—Mi mayor aprendizaje fue que no tengo madera de editor. Prefiero colaborar antes que administrar el talento ajeno. De cualquier forma, trabajar en una redacción me permitió atestiguar psicodramas muy variados. Eso fue antes de que existiera Internet, cuando los autores llevaban sus textos a la redacción y te los daban como quien te confía su destino y hasta su posteridad. Había tertulias y trifulcas épicas. Fue como estar en un bombardero en misión de combate: las turbulencias eran buena señal, pues demostraban que seguías vivo.


—Consultado sobre la escasez de lectores en Hispanoamérica, Carlos Fuentes precisó que "lo llamativo es que al mismo tiempo que se reduce la cantidad de lectores, aumenta el número de escritores. En América latina hay como cien escritores interesantes. En cada país hay diez o doce. No sé si acabaremos por leernos los unos a los otros". ¿Coincide?



—Tiene toda la razón. En el fútbol mexicano, el verdadero espectáculo está en el público. En nuestra literatura es al revés: las proezas ocurren en secreto. El problema es social y educativo, no depende de la calidad de nuestra prosa.


—Todos los cuentos de Los culpables están narrados en primera persona. ¿Se trata de una apuesta como la del colombiano Fernando Vallejo, quien opina que toda literatura de veras creíble debe estar escrita en primera persona?



—Quería hacer una reflexión sobre la voz hablada, pero en modo alguno pienso que solo se pueda escribir en primera persona. Me interesaba contar historias que parecieran creadas por accidente. Buscaba una expresividad no codificada, como cuando oyes una conversación en la que alguien cuenta una historia sin saber que eso es literario, dejándose llevar por un mecanismo que en cierta forma le es ajeno. Obviamente, la naturalidad es un artificio; no trataba de calcar el habla coloquial sino de inventar siete espontaneidades, una por cada relato.


—¿Por qué el título? ¿Con qué culpa cargan estos personajes?



—El principio religioso de la confesión lleva a decir algo para expiar culpas. En la narración ocurre al revés: los personajes se comprometen por lo que dicen. Al creer que hablan de una cosa, los narradores de Los culpables revelan otra. La dinámica del relato los lleva a confesar algo inesperado, que el lector entiende antes que ellos. A veces se delatan y denuncian una culpa real; a veces se sienten culpables solo por ser testigos. Un periodista serbio que estuvo en la guerra de Yugoslavia me dijo: "La principal diferencia entre Milosevic y yo es que él se cree inocente de lo que hizo y yo me siento culpable de lo que no he hecho". Un sociópata sigue adelante sin cargos morales; en cambio, la empatía del testigo lo responsabiliza por lo que ve.


—¿Cómo le gustaría que el lector saliera de Los culpables?


—No aspiro a mejorar al lector al grado de hacerlo adoptar un hijo en Ruanda. Me basta con que perciba un resplandor imaginario al terminar el libro.


—¿Qué lo inspira? ¿Cuándo y por qué siente que debe contar una cierta historia?



—Todo llega como una fotografía: dos o tres personajes reunidos en una situación que me intriga. ¿Qué pasó antes, qué pasará después? Entre la foto y el revelado pueden pasar días o años.


—¿Cuál es el personaje de sus libros que más lo atrae, y por qué?



—El profesor Zíper, personaje de dos novelas mías para niños. Es un desaforado que fue niño en los años sesenta y se comunica muy bien con los niños actuales. Será porque no les dice lo que deben escuchar, sino solo aquello que él quiere contarles. En esencia es un inmaduro con currículum.


—¿Cómo es usted en el momento de la escritura? ¿Qué hábitos o cábalas ha desarrollado para la famosa lucha contra la página/pantalla en blanco?



—La principal cábala es la misma que la de la atracción erótica: hay que estar en el lugar de los hechos para que ocurra, y lejos del escritorio las ideas me sirven de poco. Aparte de tener un horario de trabajo bastante rígido, juego mucho con mis llaves. No puedo escribir si no agito un llavero. Esto desvía las ideas en forma imprevista. Leí que el zen utiliza técnicas parecidas, pero lo mío es menos trascendente: la meditación de un cerrajero.


—Es un intelectual de activa participación en la política de su país. ¿Cómo se vive, en su opinión, el "compromiso" político del escritor en pleno siglo XXI?



—Es un asunto de ética individual, que pertenece a lo que un escritor hace como ciudadano. Las novelas que quieren mejorar la vida de los sindicatos suelen ser pésimas, pero resulta provechoso aclarar y debatir temas desde la prensa. Participo en los debates como lo que soy, un cronista de las ideas que trata de aclararse temas. Más que intervenir en la coyuntura, el cronista interviene en las lecturas por venir: busca que la sinrazón del presente se convierta en el sentido común del futuro. Vivo de la escritura en un país con pocos lectores y millones de analfabetos. Es un privilegio y un enigma social que en ocasiones me lleva a tratar de acercar la discusión política a gente que no pasa por los libros.


—¿A qué autores vuelve una y otra vez, y por qué?



—Vladimir Nabokov, Anton Chejov, Jorge Luis Borges, Raymond Carver, Juan Carlos Onetti, Felisberto Hernández, Ramón López Velarde, Fernando Pessoa, Juan Rulfo, Franz Kafka. Es imposible resumir en unas palabras el influjo de estas eminencias. He tratado de acercarme a ellos en ensayos —y al poeta López Velarde en mi novela El testigo—. Al abordar esas pasiones siempre me acuerdo de otro favorito, un escritor vencido y entrañable, Francis Scott Fitzgerald: "Solo puedes hablar de lo que más te gusta con la autoridad del fracaso". Es la opinión de un romántico de la era del jazz, que nos autoriza a seguir improvisando.


En la entrada del teatro, Villoro saluda y reparte entradas a los amigos. Muchos llegan tarde, porque el agobiante tránsito del Distrito Federal hoy se engalana con el caos producido por la visita de Soda Stereo. En la obra, cuatro personajes conspiran para desaparecer de sus vidas habituales, e inician otra lejos de lo que hasta entonces creían que eran ellos mismos. La "muerte parcial" del título es la doble vida del corrupto, del marido infiel y, por qué no, la del escritor y sus creaciones. A la salida, el autor espera a sus invitados y, ante las felicitaciones, pide que se les avise a más amigos, siempre con la sonrisa de un chico al que su mejor travesura acaba de salirle bien.

viernes, 14 de marzo de 2008

philippe geluck: la cara amable del salon du livre de parís 2008


Menudo lío se armó en Francia cuando se anunció que Israel —que este año cumple sesenta años como Estado sería el invitado de honor a la edición de este año del Salon du Livre de París. No hay que olvidar que históricamente Francia ha tenido fuertes vínculos culturales, políticos y comerciales con el mundo árabe y que hoy en día un porcentaje importante de la población francesa es hijo de la inmigración del Maghreb que se produjo tras las guerras de descolonización. La reacción no se hizo esperar y algunas organizaciones árabes anunciaron un boicot contra el evento.



En fin, la cara amable del Salon du Livre 2008 la ha puesta la exposición “Le Chat fête ses 25 ans !” —“El gato celebra sus 25 años!”— dedicada al dibujante belga Philippe Geluck.



Quienes no estamos en París podemos conformarnos con echarle un vistazo al espacio que se le dedica a la exposición en la página Web del salón y, sobre todo, a la página oficial de Geluck. Vale la pena.




jueves, 13 de marzo de 2008

entrevista a maría moreno y viviana paletta, editoras de veintisiete letras / “hay que recuperar el interés por lo que se escribe en hispanoamérica"

Tras haber formado parte del equipo de trabajo inicial de La Esfera de los Libros, María Moreno y Viviana Paletta decidieron montar su propia editorial. Se trata de Veintisiete Letras, que con un marcado énfasis en la literatura hispanoamericana busca dar a conocer a través de sus tres colecciones de ensayo, narrativa y poesía autores y textos clásicos contemporáneos en lengua española que no han sido publicados en España o que no se han difundido como ellas creen que debería hacerse. Convencidas de que mucho de lo mejor que se ha escrito y se está escribiendo en nuestro idioma viene de Hispanoamérica, estas dos editoras que encuentran valiosísimo el tiempo que se invierte en leer un libro consideran que la atención personalizada al autor, al librero, al periodista y al prescriptor es una de las fortalezas de un proyecto que en seis meses de existencia ha publicado ocho títulos y que aspira a publicar entre doce y quince al año.


Martín Gómez: ¿Cómo definirían Veintisiete Letras?


María Moreno: Tal como consta en nuestra Web a modo de declaración de principios, Veintisiete Letras es una editorial literaria y de pensamiento cuya propuesta se asienta en tres colecciones: ‘Las eras imaginarias’ (narrativa), ‘In/mediaciones’ (pensamiento, historia, crítica, crónicas, etc.) y ‘Ajuar de frontera’ (poesía). Prestamos especial atención a las obras escritas en español —tanto en Hispanoamérica como en España— y a títulos no disponibles de la cultura universal que merecen formar parte de toda buena biblioteca de fondo.


M.G.: ¿Cuándo y por iniciativa de quién surge la idea de crear Veintisiete Letras?


M.M.: Hace unos años abandoné una carrera profesional vinculada al Derecho porque tenía claro que quería ganarme la vida “relacionándome” con los libros. Entonces no se trataba tanto de crear una editorial como de trabajar en el sector. Tuve la oportunidad de integrarme al equipo fundacional de La Esfera de los Libros y resultó muy estimulante participar en la puesta en marcha de ese proyecto. Después de unos años como responsable de comunicación de La Esfera de los Libros, tuve claro que lo que me interesaba era desarrollar ciertas propuestas editoriales y que la mejor vía para hacerlo era una editorial propia. Me marché de La Esfera de los Libros sin tener la idea completamente definida. Allí había coincidido con la brillante escritora y editora Viviana Paletta. Como Viviana dejó esta editorial unos meses después que yo, nos reencontramos y perfilamos el proyecto.


Viviana Paletta: Llevo muchos años en el mundo del libro. He realizado multitud de labores como free lance para diversas editoriales hasta que llegué a Akal y posteriormente al equipo de inicial editores de La Esfera de los Libros. Con María compartimos la pasión por la lectura, que fue el motivo que nos impulsó a trabajar juntas en un proyecto propio.



M.G.: ¿Cuáles son las motivaciones que condujeron a la creación de la editorial?


M.M.: Cuando se es un apasionado de la edición y de los libros, poner en marcha un proyecto propio de este tipo siempre es una tentación. En mi caso fueron determinantes para tomar la decisión la necesidad de dar ese paso profesional, el estímulo de participar en el proceso editorial completo, la posibilidad y la responsabilidad de lanzar al mercado voces literarias y obras de pensamiento que en nuestra opinión merecen el tiempo que se les pueda dedicar y una serie de motivaciones personales —las habituales: autogestión, flexibilidad, conciliación, etc.—.


V.P.: Para mí en la creación de una editorial debe primar sobre todo la idea de crear un proyecto intelectual. Veintisiete Letras supone la posibilidad de dar forma a una biblioteca “ideal” y a la medida de nuestras posibilidades para difundirla entre los lectores: casi una pasión secreta al compartir el mismo entusiasmo por la lectura, de manera que cada libro nos deleite por su imaginación o por su delicadeza y riesgo en el uso de su idioma. Que cada libro nos empuje a ser más creativos, más lúcidos.


M.G.: ¿Cómo se definió el perfil de las distintas colecciones de Veintisiete Letras?


M.M.: Nuestra idea inicial era empezar abordando sólo la no ficción que define la colección In/mediaciones’ —es decir, pensamiento, historia, crítica, crónicas, etc.— y la poesía. Salir con narrativa nos infundía un cierto temor porque es un género con el que es mucho más difícil hacerse ver entre tanta oferta. El ensayo o la historia tienen un público lector objetivo que es más fácil detectar y al que, por tanto, debería ser más sencillo llegar.




Sin embargo, pronto vimos la oportunidad y la conveniencia de dar a conocer la narrativa de ciertos escritores. Se trata sobre todo de autores hispanoamericanos de referencia en sus respectivos países y que cuentan con una obra muy consolidada que ha sido ampliamente respaldada por la crítica pero que no había sido difundida en España o, al menos, no con la relevancia que la calidad de los textos merecía. Es así como surge y se perfila la colección ‘Las eras imaginarias’. En definitiva, y aunque no renunciamos a las traducciones, publicamos fundamentalmente clásicos contemporáneos. Ésta es una apuesta por la literatura en español, sobre todo de Hispanoamérica —creemos que sin duda mucho de lo mejor que se ha escrito y se está escribiendo en nuestro idioma viene de allí—, de contrastada calidad y cuyos planteamientos y propuestas tienen una clara vocación universal.


Parámetros similares definen la colección de poesía ‘Ajuar de frontera’. De momento sólo hemos editado Sacrificiales, del poeta colombiano Rómulo Bustos. Pero en esta línea la colección estará integrada sobre todo por ediciones de poemarios unitarios de autores muy relevantes apenas difundidos en España. Los textos irán precedidos de presentaciones a cargo de otros poetas o especialistas que abordan la figura del creador, su contexto de creación, su poética y la relevancia de la obra.


Con la colección ‘In/mediaciones’ nos proponemos, por un lado, publicar textos clásicos inencontrables de pensamiento, historia o crítica —buscamos clásicos en un sentido amplio: obras canónicas en su materia o plenamente actuales y vigentes pese al tiempo transcurrido desde que fueron escritas—, así como a autores indiscutiblemente relevantes que es preciso reivindicar porque no han sido publicados en las mejores condiciones o porque permanecen en parte inéditos —como es el caso de Alejandro Sawa, cuyas crónicas periodísticas acaban de ver la luz—. También pretendemos difundir la obra ensayística de ciertos autores, especialmente aquella de los latinoamericanos que siguiendo la estela de Rubén Darío o de Borges tienen una clarísima vocación universal.


M.G.: ¿Bajo cuáles criterios editoriales se eligen los libros que publica Veintisiete Letras?


V.P.: Calidad de los textos, imaginación, riesgo, vigencia, belleza y sentido. Realizamos una cuidadosa lectura de autores que no han tenido difusión en España pero que merecen ser difundidos entre nosotros tanto por su obra ya consolidada como por la atención que han recibido de la crítica especializada.


M.G.: ¿Creen que Veintisiete Letras está llenando un hueco que han dejado en el mercado tanto los grandes grupos como las editoriales independientes que ya están posicionadas?


M.M.: La edición de los textos llamados clásicos “más evidentes” (estamos pensando en Trotsky o en Rougemont, en nuestro caso) es, reconozcámoslo, una tendencia que ha venido funcionando más o menos bien y a la que nos hemos sumado grandes y pequeños. Pero es que textos recuperables hay muchos y muy buenos. Lo interesante para nosotros es, además, intentar presentar clásicos desconocidos en España.


De todas formas quizás la apuesta por Hispanoamérica sea nuestro rasgo diferencial. A España sólo llegan unos cuantos nombres pero entre ellos no se encuentran muchos de los creadores esenciales del continente. En todo caso no se trata de volver a tomar el pulso a “una literatura” que no puede considerarse de manera uniforme, sino de presentar a los lectores españoles la obra individual de reconocidos autores latinoamericanos con clara vocación universal. Es una opción arriesgada porque hay que recuperar el interés por la literatura y el pensamiento escritos en Hispanoamérica. Después del boom y el post-boom —fenómenos que, por otro lado, dejaron fuera voces esenciales—, la tendencia lectora se ha consolidado a favor de las traducciones y de la literatura española. Si la literatura española interesa, no tiene mucho sentido la falta de curiosidad por aquella que se escribe en el mismo idioma y que, además, propone historias, lenguajes y mundos fascinantes que trascienden los elementos locales que les podamos presumir. Nos gustaría ser capaces de transmitir la universalidad de los asuntos que proponen y la brillantez con la que manejan el idioma.



M.G.: ¿En qué consiste la estrategia tanto editorial como comercial de Veintisiete Letras para alcanzar y conservar una posición propia en el mercado?


V.P.: Creemos que es básico mantener la calidad y coherencia del proyecto para que lectores, libreros y medios confíen en nuestro criterio. Nuestra idea es editar entre doce y quince títulos al año, cuidando contenido, forma, distribución y promoción. Confiamos en la atención muy personalizada al autor, al librero, al periodista y al prescriptor. Son posiblemente nuestras mejores bazas: el control sobre todo el proceso de producción y la cercanía y afinidad que podemos establecer con todas las personas implicadas en la cadena.


Esperamos llegar a ser lo suficientemente visibles. Desde luego, estamos convencidas de que existen los lectores suficientes para nuestros libros. Pero es preciso que nos encuentren. Y eso sólo es posible si los medios de comunicación y las librerías confían en nosotros y “nos muestran”.


M.G.: ¿Qué distingue a Veintisiete Letras de otras editoriales independientes españolas?


M.M.: En realidad nos gustaría parecernos a algunas de ellas. Han desarrollado una tarea brillante en el sector. Querríamos que se nos identificara como uno de esos proyectos pensados para lectores —no para “no lectores”—, que proponen obras que no son superfluas ni gratuitas, que trabajan por ofrecer un catálogo de calidad y que valoran sobre todas las cosas el tiempo que alguien invierte en leer un libro.


M.G.: ¿Cuál sería el balance de la experiencia de la editorial hasta ahora?


M.M.: Llevamos apenas seis meses en el mercado y sólo ocho títulos publicados. La respuesta de los medios de comunicación ha sido muy generosa. El encontrar nuestros libros en las librerías e incluso en algunas mesas de novedades nos ha resultado una experiencia casi irreal porque somos conscientes de la cotización del espacio. Estamos, desde luego, satisfechas, pero a la vez no dejamos de trabajar muy duro para dar a conocer nuestro proyecto con mayor amplitud.


M.G.: ¿Podrían adelantarnos algo con respecto a los libros que está preparando en este momento Veintisiete Letras?


V.P.: Estamos preparando la publicación de dos magníficos ensayistas, uno proveniente de Chile y el otro de México. En poesía pronto recalaremos en Brasil y en Nicaragua. Y también incursionaremos por primera vez en la traducción literaria con una nueva edición de Colette.


M.G.: ¿Podrían mencionarnos algunos autores y/o libros que le gustaría incluir en el catálogo de Veintisiete Letras?


V.P.: Por el momento nos resulta más sencillo enumerar títulos que ya no podremos publicar como El desierto y su semilla, de Barón Biza. También los ensayos de Juan José Saer. Además, hay unos cuantos nombres que ya están estupendamente editados por Galaxia Gutemberg.