sábado, 7 de julio de 2007

lecturas de fin de semana [ 30 ] / 'del canon al clon'

La semana pasada el suplemento cultural del diario ABC publicó un artículo titulado ‘Del canon al clon’, cuyo autor hace una crítica a la baja calidad del best seller contemporáneo por contraposición al de otras épocas —que incluye clásicos como La isla del tesoro y El Padrino—. Aunque por ciertos comentarios me parece que el punto de vista del autor es un tanto conservador —tal vez por eso mismo escribe en ABC—, encuentro muy acertadas sus anotaciones sobre la influencia de la posmodernidad en el rumbo que tomó la novela y sobre las necesidades tanto de los lectores como de la industria editorial en un momento determinado.


Del canon al clon

Por Andrés Ibáñez.


Tesis primera. En su obra Manual de literatura para caníbales, Rafael Reig describe una guerra imaginaria entre dos ejércitos de escritores liderados por dos novelistas apellidados “Marías”, Javier y Fernando. El primero sería el representante de esa literatura exigente que no pretende hacer concesiones y el segundo el defensor de la “narración” y de las historias que realmente interesan a los lectores. Lo curioso es que, de ambos escritores, el más popular y el que más lectores tiene en la realidad es, sin duda, Javier Marías. Y no creo que Fernando se haya sentido muy cómodo con esa adscripción a una forma de entender la escritura que desprecia el cuidado de la palabra. De modo que la divertida sátira de Reig describe una guerra que sucede, más bien, en el interior de la mente de ciertos críticos y estudiosos: la que enfrenta al bien contra el mal, a la verdadera literatura, que es difícil y “exigente”, con la literatura de entretenimiento, que es fácil y “complaciente”. Ya que en la realidad las cosas son infinitamente más complejas. La literatura de Marías (Javier) no es en absoluto “difícil”. Y la de Marías (Fernando) está escrita con verdadera ambición literaria. Los que creen en la existencia de dos “bandos” en la literatura, se encuentran con dificultades insalvables y contradicciones infinitas a la hora de definir en qué consisten ambos bandos y quién pertenece a ellos.


Tesis segunda. Cada vez se escribe peor, con menos inspiración y con menos voluntad artística. La literatura comercial y de mero entretenimiento, cuya existencia no sólo es inevitable sino también absolutamente necesaria dentro del gran ecosistema que es la Literatura en general, está invadiendo todas las áreas del mundo editorial al tiempo que sufre un espectacular y al parecer imparable descenso de calidad y de rigor. En todas las épocas ha existido literatura de entretenimiento, que ha ido desde la basura deleznable hasta obras maestras como La isla del tesoro o La piedra lunar, pero la literatura de entretenimiento de nuestra época ha descendido, en general, hasta unos niveles de exigencia verdaderamente ínfimos. Porque comparados con los best sellers de hoy en día, los de los 60 o los 70 (obras como El padrino, de Mario Puzo, Tiburón, de Peter Benchley, o Misery, de Stephen King, dejando aparte a los grandes autores como Nabokov, Updike, Mailer o García Márquez que también resultaron best sellers) parecen, en verdad, alta literatura. De modo que el problema quizá no sea exactamente la literatura de consumo, sino su decadencia. No que haya tanta literatura de consumo, sino que la literatura de consumo sea tan mala.


Tesis tercera. La primera mitad del siglo XX fue llamada “la era de las dictaduras”. Hubo, en efecto, fascismo, nacionalsocialismo, comunismo, marxismo-leninismo, etc. Pero también hubo otras formas de dictadura: modernismo, vanguardismo, futurismo, dodecafonismo. Las poéticas del modernismo son, en su esencia, dictatoriales: son utopías dirigidas hacia el futuro (en el que todo “se entenderá” por fin y lo que hoy parece horrible resultará, por fin, hermoso), quieren romper radicalmente con el pasado y establecer un orden nuevo basado en una serie de normas y prohibiciones, intentan destruir o desacreditar por todos los medios a todos aquellos que no se atienen a sus dictados, etc. Observemos, por ejemplo, el comportamiento del grupo surrealista: cuando una obra teatral no les gustaba, reventaban las funciones agrediendo físicamente a los actores; cuando un escritor les parecía un “traidor”, le hacían un juicio sumarísimo y le condenaban (simbólicamente) a muerte; cuando un acto público les desagradaba, apaleaban (literalmente) a los que asistían a él. Los simpáticos surrealistas acabaron muchas veces en la comisaría acusados de asalto, agresión y vandalismo. Europa estaba llena en esa época de grupos similares que iban por las calles sembrando el terror, agrediendo a “traidores” diversos, repartiendo panfletos incendiarios e imaginando utopías y nuevos órdenes que mejorarían el mundo. El ideal del arte vanguardista, que tanto prestigio ha adquirido entre el mandarinato cultural, surge en realidad en el momento más triste de la historia de Europa.


Tesis cuarta. La célebre pregunta “¿Qué se puede escribir después de Auschwitz?” tiene una respuesta que quizá muchos no hayan sabido oír. La respuesta es ésta: “Quizá nos hayamos quedado sin "tema" para escribir, pero lo que sí podemos hacer es reflexionar sobre los códigos, sobre los códigos de nuestra cultura, sobre el código de nuestra propia forma de poetizar nuestra cultura”. El resultado será la literatura posmoderna, cuya cabeza visible es Jorge Luis Borges, y que se abre en tres ramas principales, la americana (de Nabokov y Pynchon a Foster Wallace y Gibson), la europea (con nombres como Perec, Calvino, Torrente Ballester, Espinosa, Palol) y la hispanoamericana (Borges, Cortázar, García Márquez, Bolaño).


La poética posmoderna pretendió una reflexión sobre los códigos de la literatura (la división en géneros, la distinción entre formas de arte “elevadas” y “populares”, las formas de representación), pero también sobre los códigos implícitos de la sociedad, de nuestra cultura e incluso de la propia realidad. Surgen así una serie de ficciones que reinterpretan la Historia o imaginan historias alternativas (los ejemplos son infinitos, del Diccionario de los Jázaros a Hijos de la medianoche, de Mason & Dixon a El hombre en el castillo) dentro de un programa que tiene como ambición última la deconstrucción, tomando este término en su sentido más intuitivo. La literatura posmoderna, desde Tlön, Uqbar, Orbius Tertius, de Borges, hasta La desaparición, de Perec, no ha cesado de investigar la idea gnóstica de que la realidad no es realmente “la realidad”, sino una construcción arbitraria o, quizá, intencionada, y que por esa misma razón debería ser posible descomponerla o incluso armarla (leerla) de otra forma diferente. La ciencia contemporánea no cesa de darnos ejemplos en la misma dirección. El proyecto genoma humano, por ejemplo, postula que no somos “personas”, sino una construcción de características genéticas, y que esas características podrían transformarse o combinarse de formas diversas.


Tesis quinta. Algo sucedió con la publicación de El nombre de la rosa, de Umberto Eco (que fue, recordémoslo, un gran best seller). La novela recoge todo el programa de la literatura posmoderna: es una obra de deconstrucción, una reflexión sobre nuestra propia cultura, una versión “alternativa” de la Historia, la historia de una conspiración (el gran tema de la posmodernidad) que se pierde en la seductora sombra de los siglos y, en fin, una especie de juego (otra palabra clave) que une la “alta literatura” y la erudición histórica (¡esos famosos pasajes en latín!) con el entretenimiento de una novela de detectives. Lo que sucede es que la calidad literaria de El nombre de la rosa no va más allá de la de una novela de Agatha Christie —aunque Agatha Christie es infinitamente más refinada que Eco en su uso del punto de vista y de la creación de personajes y ambientes—.

Las novelas de conspiraciones históricas que llenan los anaqueles de nuestras librerías y venden millones de ejemplares por todo el mundo son todas hijas de la literatura posmoderna. Son los ideales de la literatura posmoderna puestos al servicio de la literatura de esparcimiento. Muchas veces se ha especulado sobre el tipo de novela que hubiera escrito Borges de haberse decidido a hacerlo. La respuesta ya la tenemos: habría escrito El código Da Vinci, ya que esa novela recoge innumerables temas y obsesiones que son plenamente borgianos. El problema es que Dan Brown es un pésimo escritor.


La literatura posmoderna pretendió romper el castillo de Axel del modernismo y unir el arte elevado con las formas populares (novela negra, ciencia-ficción, fantasía, etc.), pero perdió la batalla. Esta es la teoría de David Foster Wallace en Algo supuestamente divertido?, que me parece, en líneas amplias, acertada. Perdió la batalla porque en vez de “redimir” a la cultura popular, fue devorada por ella.


Tesis sexta. Podemos gritar e indignarnos contra la invasión de “productos” literarios fabricados en serie, novelas históricas con clave espiritual, novelas de conspiraciones que atraviesan sin esfuerzo los siglos o los milenios, novelas donde se revelan las “claves secretas” de célebres obras de arte, novelas que reinterpretan el legado espiritual de Occidente desde Cristo a los cátaros, pasando por los alquimistas o los templarios. Pero el éxito de esta literatura sólo puede tener una explicación: que, por muy pobre que sea intelectual y artísticamente, responde a las necesidades de nuestra época y, de algún modo, la refleja. Los lectores no buscan esos libros porque sean bobos que se dejan embaucar por una serie de hábiles mercachifles. Ni los mercachifles son tan hábiles ni los lectores son tan bobos. Los lectores saben lo que quieren, y leen esos libros porque los temas de los que hablan les interesan y les preocupan.


Colofón. Las seis tesis no construyen una teoría. No son ni complementarias ni excluyentes. Juntas forman una hidra difícil de manejar, pero que puede ayudarnos a salir de la tosca dicotomía del Bien contra el Mal a que se ve muchas veces reducido el debate literario.

2 comentarios:

Raúl dijo...

Algunas de sus afirmaciones son ciertas. Stephen King y Dan Brown escriben bestsellers: pero no se puede comparar It con El código da Vinci.

En cuanto a la literatura posmoderna... nunca he entendido por qué se lee a Pynchon con tanta veneración; Calvino y Perec escriben juegos literarios, divertidos, pero sus obras no aguantan una segunda lectura.

No creo que pueda relacionarse, por otra parte, a a García Márquez con Pynchon y con K. Dick.

Lo cierto es que la "literatura posmoderna" me parece una etiqueta más para vender. Eso sí, cada vez que la leo en una contraportada intento evitar el libro.

martín gómez dijo...

Bueno, creo que eso de "literatura posmoderna" es uno de esos términos que acuñan los académicos engominados para poder presentar comunicaciones en sus congresos y publicar un par de refritos al año. De esta manera, al cabo de un rato podrán juntar todos los refritos en un libro para subir un poco en el escalafón y cobrar un poco más.

Y claro, una vez el término se populariza la industria editorial lo adopta y lo convierte, como tú bien lo dices, en una etiqueta más para vender.