martes, 5 de agosto de 2008

vocación editorial

Hace unos años cuando me preguntaban qué quería ser cuando grande, decía cosas que les había oído decir a otros o simplemente no sabía qué responder. Nadie que me haya conocido antes de los 18 años —ni yo mismo— se habría imaginado que yo viviría rodeado de libros, que en el futuro mi trabajo consistiría en leer, intervenir y escribir textos o que haciendo estas tres cosas experimentaría una de las sensaciones más parecidas a la felicidad que conocería.


Durante mi infancia y mi adolescencia no tenía ningún hobby, era poco curioso y pasaba muchísimas horas viendo en la tele novelas mexicanas y venezolanas o series gringas, haciendo vandalismo, jugando Nintendo, fútbol o a las escondidas, montando en bicicleta o no haciendo nada.


***


En el colegio los curas nos hablaban a menudo de eso que llaman “la vocación” —contaban, si mal no recuerdo, que San Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús, descubrió la suya a los 30 años mientras se recuperaba después de que una bala de cañón le impactara en las piernas durante algún combate en alguna guerra—. Teniendo en cuenta mis problemas de disciplina, mi mediocre rendimiento académico, mi carácter disperso y que no había nada que me interesara o apasionara intensamente, en mi adolescencia todo parecía indicar que lo mío sería dedicarme toda la vida a la vagancia y al vandalismo.


Si yo no sabía qué quería ser cuando grande, era justamente porque no sentía ninguna inclinación a una profesión o carrera —es decir, una vocación—. Estaba claro que tenía que ir a la universidad y sabía que debido a mi escasa destreza con las matemáticas no podría ser ingeniero ni hacer nada de ciencias puras, que por falta de interés no existía el menor riesgo de que me dedicara a las ciencias de la salud, que tenía que descartar cualquier actividad que requiriera demasiada capacidad física, que tanto mi falta de fe como mi gusto por la buena vida me inhabilitaban para el sacerdocio y que por mi torpeza con los movimientos finos no podría hacer nada que exigiera habilidades manuales —de haberlas tenido me habría gustado estudiar Arquitectura o Publicidad—.


En síntesis, por descarte no me quedaba más remedio que buscar algo que hacer en el campo de las ciencias sociales y las humanidades.


***



Después de sufrir durante los últimos años una sucesión de crisis vocacionales que empezó con el abandono de una breve y poco destacable carrera como politólogo, puedo decir que ahora tengo la fortuna de ganarme la vida leyendo, investigando, escribiendo y hablando sobre los temas que me gustan y participando en el desarrollo de proyectos editoriales —yo, que durante mi infancia y mi adolescencia no me leía un libro por nada del mundo—.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Martín...

Esta entrada podría ser mía, salvo que en vez de padres jesuitas, a mí me educaron hermanos anarquistas.

Durante años, mi ser poliédrico (es la única explicación que puedo darme) asistía azorado a las diferentes llamadas de la vocación. Varias veces cada día, decenas cada semana, cientos cada mes... Y como tu, traté mantenerme al margen, no sin esfuerzo, en la nada de la vida; algo de lo más difícil de conseguir, como sabes...

No sentí nunca inspiración divina hacia algún estado religioso, y sí te diría que la he errado varias veces; bien dedicándome a algo para lo cual no tenía disposición, o mostrar tenerla para otra cosa en que no me ejercitaba.

Pero lo bueno es que vivo de todo lo que me gusta con el caos que eso significa (también). ¿Se trata de triunfos incontestables de quienes no servíamos especialmente para nada, y hoy existimos de forma indefinida en un mundo indefinido?

Ese sería nuestro principal hallazgo: darnos cuenta de que la vida es incierta, y ser incierto en ella.

...En la edición, entorno a los libros y cachivaches para leer, la creación, la observancia y los contenidos... Toklaneand u ojofisgoneando.

Un abrazo desde Tökland.

martín gómez dijo...

¡Ay, Pablo, si te contara las cosas tan aburridas que he hecho para hacerme creer que había encontrado mi lugar o con una intención meramente alimentaria...!

Lo bonito es que eso hace que este momento sea aún más especial y que la sensación de felicidad y satisfacción sea mucho mayor.

De momento me entrego a mi vocación sin reservas y sin pensar hasta cuándo durará.

Dado el carácter incierto de nuestras vidas, lo importante es saber detectar el momento en el que la vocación se agota y no amilanarse mientras se encuentra (o no) alguna otra.

Un abrazo pa' ti y pa' los chicos del despacho.

bernardo munuera dijo...

[Blogger no ha podido atender tu petición. Con el comentario tan bonico que había hecho. Repito, pero con otras palabras.]

Martín, das pie a la confesión. También este post lo hago mío. Errante adolescencia. A mi me salvó tener una madre lectora. Mi padre no ha leído un libro en su vida. Qué desgracia, por Dios.
Me he visto retratado en este post. Demasiado. Me he asustado. Veo que a Pablo le ha sucedido algo similar.

Cercano a los 22 años. Casi asqueado de todo y de todos. A mi me salvo de la quema un libro que lo empecé una noche de julio del 91 después de cenar. Me acosté esa noche a las cinco de la madrugá. A ese libro, creo, le debo mi actual vocación lectora, escritora y por desparrame, mi futura vocación editora. El libro en cuestión fue El idiota de Dostoievski. Pero no olvido a Pombo; el mantuvo esa vocación, sin lugar a dudas.

Ahora sólo leo, sólo escribo y si el gobierno nos saca de la crisis, fundaré junto a tres compañeros de máster (en edición por el IUP) una editorial "golosa" el año que viene. Te mantendré informado, faltaría más.

Nada de esto me da para cervezas. Aún no pero si algo se aprende con el correr de los años es a esperar. Mientras, sólo me queda explotar mi vocación tardía, como la tuya, como la de tantos.

En fin, Padre Martín, no me arrepiento de nada pero como tú, como Pablo y otros cientos, soy feliz así.

[Copio el comentario, vayamos a...]

nihil11 dijo...

vocación felicidad y vocación.

acción felicidad acción.

¿cuál es la acción?

a veces te veo como el Anfitrión de la isla de la fantasía.

feliz de que estés feliz.

Un saludo en la distancia.

martín gómez dijo...

Sí, Luis Alejandro, es la vocación y me hace muy feliz haber dado con ella.

¿Cómo es eso del anfitrión de La isla de la fantasía?

Espero que te sigas pasando por aquí de vez en cuando.

Un abrazo.
Martín.

martín gómez dijo...

Bernard-Louis, pues me alegra que a tu manera te veas reflejado en experiencias como la de Pablo y la mía. Creo que esa identificación es una forma eficaz de sentirse menos solo.

Al final muchas veces el factor que desencadena el encuentro de una vocación no es más que un simple accidente. Como en tu caso o en el mío.

Te deseo la mejor de las suertes en la editorial que abrirás.

Gracias por confiarme tu confesión.

Seguimos...

Camilo Jiménez dijo...

En los blogs siempre he considerado un abuso que el comentario de un visitante sea más extenso que la entrada, pero esta tan bonita que has hecho, Martín, me ha inspirado un "examen de conciencia" algo extenso. Prometo no volverlo a hacer:

En el calor de Medellín, en los ochenta, mi padre construyó en su biblioteca (grandecita aunque llena de novelas históricas, sobre todo de la segunda guerra, y bestsellers) una chimenea, con el único fin de que una noche, mientras estuviera leyendo, cayera por allí un esqueleto. El hombre puede que leyera sólo novelitas, pero tenía mente creativa y algo malévola. Durante mis primeros años estuve por allí sapoteando libros, y él siempre me empujó a hacerlo sin ninguna cortapisa. Ni siquiera Henry Miller, ni siquiera el Marqués de Sade, ni siquiera Pierre Louys estaban vedados para ese niño de 8, 9 años que era yo. Además mi padre, puntual, todos los jueves me llevó el ejemplar semanal de "Kalimán" y todos los viernes el de "Arandú". Entre el Atari, los juegos en la calle, la biblioteca de mi casa y mis revistas pasaron mis primeros 15 años. Las historias del padre Brown leídas por un hermano jesuita acabaron de completar la tarea: ahí comenzó mi vocación lectora.

Ya luego la adolescencia me dio duro (conocí el alcohol, la yerba, las muchachas), y me volví vago. Después de vueltas traumáticas y de dejar también una carrera tuve que escoger un oficio, y me fui quedando en uno que se pareciera mucho al ocio, que casualmente era lo que más me gustó hacer siempre: ahora también leo, intervengo y evalúo libros. Así que: salud, colega. Muy bonito el comentario y en serio, no vuelvo a escribir tan largo.

martín gómez dijo...

¡Mierda, Camilo, cuántas personas con historias paralelas!

A pesar de haber errado tanto, al final todos parecemos haber llegado a lo mismo. Aunque el resultado es emocionante, en todos los casos el proceso parece haberlo sido todavía más.

Qué afortunados somos por poder divertirnos haciendo nuestro trabajo.

La extensión de los comentarios me tiene sin cuidado siempre y cuando éstos sean hechos con entusiasmo (así sean insultos).

Un abrazo pa' ti también.