El último número de la revista colombiana Arcadia incluye un reportaje y una columna de opinión sobre el reciente cierre de tres librerías independientes en Bogotá: Exopotamia, Verbalia y La Caja de Herramientas. Años atrás habían cerrado otras librerías como la Buchholz, la Aldina, la Contemporánea, El Aleph, El Carnero y alguna otra que seguramente se me escapa o que no conocí. Yo sólo espero que las tres o cinco librerías independientes que hoy en día sobreviven en la ciudad tengan una larga vida.
Me imagino que el cierre de una librería independiente tiene repercusiones directas sobre la diversidad de la oferta. No es estimulante ni que el grueso de la venta de libros quede en manos de grandes superficies como Carrefour y el Éxito —donde sólo se le suele prestar atención a los libros que pueden superar un umbral mínimo de ventas— ni que la Panamericana o la Librería Nacional se conviertan en la única alternativa a éstos.
Aprovecho para citar las palabras de Valeria Bergalli, la editora de minúscula, con respecto a la importancia que tiene para proyectos como el suyo la existencia de una red de librerías independientes. Dice Valeria:
‘(…) en el fondo para editoriales como minúscula —desde el punto de vista del tamaño y de la cantidad de títulos que publicamos al año— lo fundamental es que haya una red de librerías independientes que esté en buena salud, que sea fuerte y que tenga una presencia amplia. En definitiva, librerías que trabajen de manera similar a la nuestra: intentando ofrecer a los lectores cosas que no son las propuestas mayoritarias o las que buscan sobre todo el rendimiento comercial’.
A continuación presento cito algunos apartes del reportaje y de la columna publicados en Arcadia —las negrillas y los subrayados son míos—:
- “¿Llegó el fin?”, de María Alejandra Pautassi
‘A finales de los años 70, muchas desaparecieron en las grandes ciudades de Estados Unidos. Lo mismo ocurrió en ciudades de Francia, España y Alemania, países con una importante tradición lectora. El lugar de las grandes librerías lo ocuparon las grandes cadenas. La razón, según Jason Epstein (mítico editor del New York Review of Books, creador de los libros de bolsillo y la Book Expresso Machine) era que la relación alquiler-stock no se correspondía: los altos costos de arriendo e impuestos en las grandes ciudades no hace inviable un producto de poca rotación como el libro. Una librería como La Caja de Herramientas, que no pasa de 60 m², tiene un lugar limitado para almacenar libros y, por lo tanto, también lo son sus ventas. Además, para que un libro se venda, llame la atención de un cliente, debe estar expuesto. Bien sea en una mesa de novedades o recomendados, o en una estantería. Pero el tiempo que un libro está en una estantería cuesta y puede ser demasiado en comparación con su precio al público’.
‘Alba Inés Arias, librera desde hace 12 años en la Lerner norte, una de las librerías independientes más grandes en el país y con 40 años de tradición, está de acuerdo. Los ingresos de la librería no dependen de las novedades. Los best sellers del momento, de hecho facturan un porcentaje pequeño de sus ventas del mes. Su negocio está en los clientes que compran muchos títulos de un mismo tema: investigadores, profesores universitarios y periodistas’.
‘(…) Las editoriales, sin embargo, no pueden pagar más. En editorial Planeta, por ejemplo, casi un 10% del costo de un libro va para los autores, el 20% está destinado a la impresión, el 10% al transporte y el 3% en comisiones para las personas que venden a las librerías. Si le sumas el 40% de comisión a distribuidores y librerías, queda un 17% para los costos de sostenimiento de editorial (facturación, publicidad, prensa, mercadeo, salarios). En este sentido, Gabriel Iriarte, director editorial de Norma, dice que “si el problema está en el descuento (el porcentaje que ganan las librerías) lo que se pone en duda es la viabilidad del mismo negocio editorial. Si a los libreros se les diera más descuento, no habría que cerrar las librerías, sino las editoriales”’.
‘Mientras en Argentina hay unas 1.700 librerías y en México 1.900, en Colombia solo se tiene noticia de 150 (y ahora menos). En promedio un colombiano compra alrededor de seis libros al año (incluidos textos escolares) y lee menos: en promedio 1,6. Y si Colombia se está peleando con Argentina el cuarto puesto en producción de libros de la región se debe a que imprimir en Colombia, desde hace unos años, es muy barato. No porque haya una gran demanda’.
‘“La sobreoferta no le sirve a nadie. Pero es lo que el mercado manda. El público busca novedades”, admite Alberto Sánchez, gerente comercial de Planeta. Y continúa: “El problema de las pequeñas librerías es que el mercado ha cambiado. El librero tiene que cambiar y adaptarse a lo que está ocurriendo en el mercado colombiano”’.
‘Según Robert Max Steenkist, coordinador de la Red de Librerías del Cerlalc, el cuello de botella está en que “mientras las editoriales funcionan como negocios, con puntos de equilibrio y con el objetivo de generar unas ganancias, la venta de libros está regida por otros principios. La razón social de las editoriales es distinta a la de las librerías, cuya función es llegar a un nicho de lectores ofreciéndoles una diversidad de opciones y de títulos” (…) Como ha pasado en Argentina, México y Chile, las pequeñas librerías deben ampliar su catálogo de servicios (intentar acercar al lector a los autores, hacer eventos y ofrecer distintos servicios culturales —dice Steenkist y concluye—: Se trata siempre de vender libros. Pero hacerlo de otra manera”’.
- “La sociedad de las librerías muertas”, de Nicolás Morales
‘Con la certeza de lo irreparable, finalmente ocurrió: las librerías independientes naufragaron. La especulación inmobiliaria, los remates de saldos editoriales y la rotación excesiva de títulos, dicen los libreros, se llevaron del mapa del norte y centro de Bogotá la historia, trayectoria y clientela de un puñado de muy buenas librerías: Verbalia, Caja de Herramientas y Exopotamia cierran sus puertas (…) Sus casos confirmarán aquí una tendencia mundial: la desaparición de las librerías de barrio, aplastadas por los mega malls de libros’.
‘Serán Panamericana, la Librería Nacional, Lerner y el Fondo de Cultura Económica quienes se queden con un pastel que solo compartirán con Carrefour y el Éxito mientras Paulo Coelho siga haciendo sonar sus registradoras. Sin demasiada fe albergo la esperanza de que Biblos, Alejandría y Arteletra, tres librerías independientes importantes del norte y centro de la ciudad, consigan sobrevivir como pequeños oasis de criterio y humanidad en un entorno en el que los libros y las palabras terminaron carcomidos por los best sellers y los porcentajes de utilidad a los que solo les sacan jugo quienes lograron acaparar toda la cadena alimenticia del libro. Podríamos debatir sobre las verdaderas razones de la debacle. A las ya mencionadas se sumarían el desorden administrativo, los robos, la compra directa de las instituciones a las editoriales, la piratería, el precio de los libros importados y una cierta falta de tacto de los distribuidores con los pequeños libreros’.
(…) es triste darse cuenta de que lo poco que hay, o hubo en Bogotá, está desapareciendo. Esta ha sido, es y será una ciudad sin librerías. No hay librerías en el sur de la ciudad, salvo tres Panamericanas en Plaza de las Américas, Venecia y el Restrepo; no hay librerías en el occidente, salvo una Panamericana en Salitre’.
Hay mucho por comentar pero no sé por dónde empezar. ¿Alguien se atreve a proponer un punto de partida?