lunes, 19 de febrero de 2007

parís y la literatura

¿Habrá una ciudad más literaria que París? ¿Una ciudad que haya inspirado tantas obras literarias, que haya sido tanto el escenario como el tema de tantos relatos dentro o fuera del ámbito de la ficción, que ocupe un lugar tan importante en el imaginario literario y que sea tan estratégica en el mercado editorial?



Desde que empecé a leer literatura he venido llenándome la cabeza de imágenes de París: el primer París que me llegó fue el de la pensión Vauquer de Papá Goriot y luego vendrían el de los Pequeños poemas en prosa de Baudelaire, el de Rayuela —ese inolvidable momento en el que la luz de ceniza y olivo que flota sobre el Sena deja distinguir las formas de la Maga en el Pont des Arts—, el de Nana, el de Bel ami, el de París era una fiesta, el de Guía triste de París, el de Ampliación del campo de batalla y el de las anécdotas acerca de Wilde, del dadaísmo, del surrealismo, del círculo de Sylvia Beach en la librería Shakespeare & Company — Pound, Joyce, Beckett, Hemingway o Fitzgerald—, de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, de los escritores del boom latinoamericano que en algún momento se fueron a vivir allí —Cortázar, García Márquez o Vargas Llosa—, de Julio Ramón Rybeiro y de todos los que en algún momento decidieron irse allá para convertirse en escritores.


París y sus lugares comunes


El imaginario literario que se ha construido alrededor de París está lleno de lugares comunes, de los cuales tal vez el más importante es el de que para ser escritor hay que irse allí. Una vez en París, para seguir con los lugares comunes obligados hay que andar toda una tarde lluviosa por el barrio Latino, por el boulevard Saint-Germain o por Montmartre fumando Gitanes y, en medio del recorrido, sentarse a tomarse un café en el boulevard Saint-Michel —o en la Place des Vosges si se tiene un poco de dinero—. Cuando uno ha sido seducido por el encanto de ese París literario que es un mundo paralelo al París real, es inevitable no querer que la vida de todos los días se parezca a lo que cuentan en sus melancólicos relatos Baudelaire, Hemingway, Sartre, Henry Miller y Anaïs Nin, Cortázar, Rybeiro o Bryce Echenique.


Tal vez el aire melancólico, deprimente y desesperanzador es en lo que más se parecen el París literario y el París real. Sólo en las novelitas cursis hay parejas de enamorados que se despiertan una mañana soleada en una suite de hotel cuyo balcón da hacia la Place Vendôme, desayunan pain au chocolat con café en una panadería atendida por su anciano y jovial propietario, luego salen a caminar cogidos de la mano por el Sena en dirección hacia la Torre Eiffel y después almuerzan une soupe à l’oignon y une crêpe sucrée en una terraza bajo las arcadas de la Place des Vosges, donde los atiende un camarero de silueta esbelta y una mirada de esas que atraviesa la ropa.


La República de las letras


Por otro lado, París también es un gran centro editorial. Allí están importantes editoriales como Gallimard, Christian Bourgois, Fayard, Flammarion y Actes Sud que más que una simple vitrina para los escritores son una puerta fundamental hacia su consagración. Jorge Herralde, el editor de Anagrama, incluye en su libro titulado El observatorio editorial una entrevista que le hizo Dunia Gras Miravet en 1999 en la que afirma que “París sigue jugando un papel importante como faro, como promotor en todas las literaturas. Es decir, se da la paradoja de que así como la literatura francesa, salvo excepciones como Michel Houellebecq, está en retroceso desde hace décadas en el panorama internacional, París sigue siendo la capital de la reválida, del despegue, cosa que no tienen ni Londres ni Nueva York, porque casi no publican traducciones. Es decir, para los autores no anglosajones, París sigue siendo todavía absolutamente determinante. Ahora ha aparecido un amplio trabajo, muy interesante, en Francia, que se llama La République mondiale des Lettres, de Pascale Casanova, que nosotros vamos a publicar el año próximo, donde se hace precisamente este análisis sobre el papel central de París. Entonces, para la literatura latinoamericana fue importante pero, en muchos casos, no decisivo. Fue mucho más decisiva Barcelona, en general, o Buenos Aires para Gabo. En algunos casos, sí. El boom Borges empieza en París, en Les lettres nouvelles…”.

2 comentarios:

Camilo Hoyos G. dijo...

Excelente "entretien parisien". Comparto, si de algo sirve, un fragmento de una entrevista, aparecida en el documental de Tristan Bauer, titulado "Cortázar" (1994). No sé muy bien de donde fue tomada, pero creo que logra establecer categóricamente la importancia de París en Cortázar (la frase es proferida en francés por Cortázar, pero escribo la traducción del mismo documental):
"Cada vez que paseaba en el tiempo, cuando podía pasear por Buenos Aires, y cada vez que paseo aquí por París, solo, sobre todo de noche, sé muy bien que no soy el mismo que, durante el día, lleva una vida común y corriente. No quiero hacer romanticismo barato, no quiero hablar de estados alterados. Pero es evidente que ese hecho de ponerse a caminar por una ciudad como París o Buenos Aires durante la noche, que ese estado ambulatorio en el que en un momento dado dejamos de pertenecer al mundo ordinario, me sitúa con respecto a la ciudad y sitúa a la ciudad con respecto a mí en una relación que a los surrealistas les gustaba llamar 'privilegiada'. Es decir que, en ese preciso momento, se producen el pasaje, el puente, las ósmosis, los signos, los descubrimientos. Y todo esto es lo que generó, en gran parte, lo que yo he escrito en forma de novelas o de relatos. Caminar por París—y por eso califico a París como “ciudad mítica”— significa avanzar hacia mí. Pero es imposible decirlo con palabras. Es decir que, en ese estado, en el que avanzo como un poco perdido, como en una distracción que me hace observar los afiches, los carteles de los bares, la gente que pasa y establecer todo el tiempo relaciones que componen frases, fragmentos de pensamiento, de sentimientos, todo eso crea un sistema de constelaciones mentales, y sobre todo, de constelaciones sentimentales, que determinan un lenguaje que no puedo explicar con palabras. En ese momento aparecen, en París por ejemplo, lugares que siempre fueron privilegiados para mí. Puedo citar uno, el primero que me viene a la memoria. Allí, muy cerca de aquí, en el Pont Neuf, al lado de la estatua de Enrique IV hay un farol en el fondo, allí donde se baja para tomar el Bateau-Mouche. A la noche, a medianoche, cuando no hay nadie, ese rincón solitario es para mí, definitivamente, un cuadro de Paul Delvaux. Tiene esa sensación de misterio que tienen los cuadros de Paul Delvaux, esa inminencia de una cosa que puede aparecer, que puede manifestarse y que a uno lo coloca en una situación que ya no tiene nada que ver con las categorías lógicas y los acontecimientos ordinarios. También podría hablar del metro, en París. El metro siempre fue para mí un lugar de pasaje. Me basta con bajar al metro para entrar en una categoría lógica totalmente diferente o en categorías lógicas… donde la sensación del tiempo cambia. Por otra parte, en el relato “El perseguidor” hay un hombre que descubre que el tiempo es completamente diferente cuando uno está en el metro que cuando se está en la superficie. E inclusive, lo puede probar lógicamente. Esa es una sensación, una experiencia que yo tengo, por lo menos, cada quince días. Es decir, descubrir bruscamente que, en ciertos estados de distracción, en el metro, se tiene la impresión de que se puede habitar un tiempo que no tiene nada que ver con el tiempo que existe en la superficie, una vez que salimos a la calle. Y también están las galerías cubiertas: la Galerie Vivienne… Están todos esos lugares de París que la gente recorre para ir en busca de una tienda y que, sin embargo, eran los lugares inquietantes de Lautréamont, en el barrio de la Bolsa. Todas esas galerías cubiertas que hacen un París absolutamente mágico, misterioso, y eso es lo que yo llamo “mítico”." (50:36)

Fernando Visbal Uricoechea dijo...

Excelentes comentarios los de este Blog. Toda ciudad puede en últimas decirnos mucho sobre la percepción del tiempo; no hay duda de lo mítico de París. Pero la escitura no pertenece a ningún territorio geofráfico sino mental...Los detectives Salvajes de Roberto Bolaño, no se detuvieron en París.