miércoles, 20 de junio de 2007

¡al demonio con el autor!

Sólo esto nos faltaba: resulta que a Frédéric Beigbeder —quien además de ser el autor de algunas novelas bastante malitas como 13,99 euros y Windows on the World es la única figura capaz de disputarle a Michel Houellebecq el puesto de l’enfant terrible del panorama literario francés contemporáneo— ahora se le ocurrió hacer un documental sobre J. D. Salinger. Beigbeder cuenta en su columna de la edición de junio de la revista Lire que ha viajado hasta New Hampshire con el propósito de rodar un documental sobre un escritor que tras publicar unas cuantas novelas y algo más de una docena de cuentos, decidió retirarse de la vida pública en 1965.


Independientemente de las razones que hayan llevado a Salinger no sólo a no volver a publicar nada sino también a desaparecer por completo de la esfera pública o de las consecuencias que esta decisión haya tenido el crecimiento del mito y del culto en torno a su figura, lo único que me produce la idea de Beigbeder es un repeluz insoportable. Sobre todo cuando, tras revelar la dirección de la casa de Salinger, dice que mediante “Google Earth se puede divisar su granja oculta entre los árboles. La tecnología de vigilancia por satélite actual es tan eficaz, que ni siquiera Salinger puede escapar de ella”.


Beigbeder es una figura eminentemente mediática que se destaca más por su capacidad de armar escándalos con sus provocaciones que por la calidad literaria de su obra. Claramente durante su paso por la industria publicitaria y por la televisión Beigbeder aprendió a identificar temas vendedores y estrategias de comunicación efectistas. Eso explica por qué Beigbeder es un divo y por qué sólo le gusta comentar aquellos hechos de la escena literaria que puede elevar al status de espectáculo un juego que les viene a cuento a él, a Lire, a su editor, a los demás comentaristas de libros y al público ávido de escándalo.


Como lo dije en mi entrada de hace dos días, me tiene sin cuidado qué ha pasado en la vida del tipo que escribió lo que estoy leyendo. Si lo que escribe me gusta, ¿qué me importa a mí si se trata de un chico simpático, de una feminista recalcitrante o de un periodista que decidió tomarse un año sabático para darse la oportunidad de intentar escribir la novela de su vida? En un principio sólo me interesa saber el nombre del autor por esa manía mía de ponerles etiquetas a las cosas para catalogarlas. En caso de que el libro me guste, saber el nombre del autor eventualmente podría servirme para encontrar otros libros que estén en sintonía con mi gusto. Confieso que hay escritores hacia los que siento una especial afinidad pero que si unos me simpatizan más que otros, es porque su obra me ha tocado de una manera más especial. Al fin y al cabo lo que realmente me interesa es el mundo que los autores crean en sus libros y no lo que hagan con sus vidas —si no fuera así, tendría que hacer extensivo a dos o tres de mis libros favoritos el fastidio que me produce la figura de García Márquez—.


Cada cierto tiempo Anita cuenta la historia de su prima Luisa, que en el Festival de cine de La Habana se sentó a hablar un rato con un señor de lo más normal. Al cabo de un rato el señor se despidió y cuando se fue los amigos de Luisa se le abalanzaron encima para preguntarle qué le había dicho Almodóvar. Cuenta Anita que lo único que atinó a decir Luisa fue: “¿Cómo así, ese tipo era Almodóvar?”. Pues sí, sin saberlo Luisa había estado hablando de quién sabe qué con el director de Tacones lejanos y Todo sobre mi madre.


La primera vez que Anita contó la anécdota de su prima duré varios días rompiéndome la cabeza formulando las frases hechas que le diría a Almodóvar si un día me lo encontrara sentado en el murito de la salida de la universidad. A los pocos días encontré la respuesta más honesta y satisfactoria: si me encontrara a Pedro Almodóvar y tuviera la oportunidad de cruzar unas frases con él, me gustaría que habláramos de lo aburrido que es Bogotá cuando llueve tanto, recomendarle que se pegue una pasada por el Dominó de la 19 con 3ª para comerse unas empanadas deliciosas o intercambiar un par de comentarios sobre las piernas de una de esas niñas de primer semestre que se quedan de pie en un lugar discreto mientras esperan a sus compañeros para ir a almorzar después de salir de clase de diez.


Al fin y al cabo cualquier explicación que un artista pueda dar sobre su obra sobra porque todo comentario que se refiera a ella es externo a la obra misma y no va ni a corregir sus errores ni a empeorarla.

martes, 19 de junio de 2007

entrevista a pere sureda, director de la editorial belacqva / “queremos mirar a otras orillas y publicar a autores que vengan de culturas diferentes"

Con la transformación de su colección ‘La otra orilla’ en un sello editorial autónomo y con el lanzamiento de un sello de bolsillo en septiembre próximo, el Grupo Editorial Norma le da un giro importante a su rama editorial —a la cual pertenece Belacqva, al igual que Parramón y Granica—. La publicación de la obra completa de William Styron, de un par de novelas del nigeriano Ben Okri y de algunos libros de Rubem Fonseca que no se han editado en España son algunas de las sorpresas que tiene esta editorial que en año y medio se ha anotado en su cuenta varios éxitos al publicar algunos títulos de gran calidad literaria que han tenido un excelente rendimiento en ventas como Siete cuentos fronterizos, Primera nieve en el monte Fuji y Ciudades de sal.


Martín Gómez: ¿Cómo definiría usted Belacqva?


Pere Sureda: Belacqva es una empresa editorial que está ligada por lazos familiares con el Grupo Editorial Norma, cuya sede está en Cali (Colombia) y que desde hace dos años ha vivido un proceso de reorganización en sus líneas editoriales. Es una editorial pequeña que trabaja fundamentalmente en cuatro líneas con la voluntad de ofrecer a los lectores títulos con unos altos estándares de calidad tanto en la selección de los textos como en la edición de los libros —que es bastante cuidadosa—. En definitiva, la voluntad de Belacqva es hacer de intermediario entre el autor y el lector de la manera más eficaz y rentable para la editorial.


M.G.: ¿Cuándo se funda la editorial Belacqva y en qué momento es adquirida por el Grupo Editorial Norma?


P.S.: El Grupo Editorial Norma compra Belacqva en 2003 y la editorial se refunda en agosto de 2005. Por cuestiones de desacuerdos con la línea editorial, el anterior accionista se desvincula de Belacqva en mayo de 2005 y yo me incorporo en agosto de ese mismo año. La editorial se refunda de una manera más acorde con todas las líneas editoriales del Grupo Editorial Norma, tomando fundamentalmente cuatro de ellas: de novela histórica, de ensayo histórico, de ensayo ecléctico —que va desde lo literario hasta lo político— y, finalmente, la colección ‘La otra orilla’ que desde principios de junio se ha convertido en un sello editorial autónomo. ‘La otra orilla’ se desgaja como colección de Belacqva y empieza a ser un sello con identidad propia que funciona autónomamente de Belacqva y del Grupo Editorial Norma tanto en España como en América Latina, donde agrupa a autores de ficción tanto hispanos como extranjeros con voluntad de calidad literaria.


M.G.: ¿Cómo se definió el perfil de las distintas colecciones de Belacqva?


P.S.: A partir de las publicaciones que ya tenía el Grupo Editorial Norma, que trabaja desde hace más de cuarenta años en América Latina. Vimos el tipo de libros y de colecciones que Norma tenía allí para establecer cuáles de ellas no estaban implantadas en España. Hicimos un análisis del mercado español en términos de aspectos como autores, librerías, agentes literarios y suplementos. Al final llegamos a la conclusión de que las cuatro líneas importantes que valía la pena lanzar como nuevo proyecto editorial eran las que mencioné hace un momento.


M.G.: ¿Bajo cuáles criterios editoriales se eligen los libros que publica Belacqva?


P.S.: Bajo los criterios subjetivos de un lector impenitente. Llevo en el sector editorial 35 años, durante los que he trabajado en diferentes áreas al margen de las cuales siempre he sido un buen lector. Los libros se eligen bajo el criterio subjetivo de un lector que quiere aportar calidad al hacer de transmisor entre determinados autores y determinados lectores. Esto implica no sólo estar al tanto de las corrientes de los distintos mercados en los que nos movemos como el anglosajón, el árabe o el asiático, sino también saber qué corrientes literarias, historiadores o ensayistas están marcando la pauta en el mercado editorial a nivel mundial.


M.G.: ¿Hasta el momento cuál ha sido el resultado de la apuesta que ha hecho Belacqva al introducir al mercado español a autores latinoamericanos poco conocidos aquí como Tomás González y Guillermo Arriaga?


P.S.: El resultado de la introducción de estos autores ha sido una gran satisfacción para el editor porque los había leído y nunca los había visto publicados en España. A nivel de crítica estamos medianamente contentos pero todavía no tenemos el reconocimiento que nos gustaría tener. Como prácticamente sólo tenemos un año y medio de vida, debemos ganarnos la credibilidad y el crédito tanto de los lectores como de los críticos. Creo que en este campo aún nos queda mucho camino por andar, que todavía tenemos muchos libros más por vender y que deben seguir aflorando muchas más críticas que las que nos han dedicado hasta el momento. Vamos por el buen camino pero aún nos falta muchísimo.




M.G.: ¿De dónde surge el interés por autores de origen no occidental —como Huda Barakat, Chi Li, Yasunari Kawabata y Georges Moustaki—, algunos de los cuales tras formarse en Occidente han establecido un puente entre éste y su cultura natal?


P.S.: Miramos un poco el mercado y vemos que las editoriales a las cuales nos gustaría parecernos conceptualmente ponen mucho más énfasis en los autores anglosajones y occidentales en el sentido estricto de la palabra —sobre todo en los franceses e italianos—. Vemos que por diversos motivos que no conozco no han puesto tanto hincapié en autores que, al margen de la lengua en la que se expresen, vengan de culturas diferentes. Hay varios casos como el de Abderrahmán Munif con la pentalogía Ciudades de sal —que es un clásico de las letras árabes—, la libanesa Huda Barakat y la china Chi Li. Kawabata es distinto porque en este caso Belacqva no ha descubierto a nadie. Simplemente encontramos un manuscrito de un premio Nobel que curiosamente permanecía inédito en español porque su editor habitual no lo había publicado. Entonces lo trajimos a España. Pensamos que en lo que sería el área de traducciones es importante estar al tanto de la vanguardia pero también queremos mirar a otras orillas, trayendo a estos autores que en el pasado no han estado presentes en nuestro mercado y que me gustaría que en el futuro tuvieran una presencia mayor y más constante en él.


M.G.: ¿Hasta el momento cómo ha sido la acogida de la colección ‘Documentos’ en la que Belacqva ha publicado a autores como Sigmund Freud, Primo Levi, Stendhal y Nathaniel Hawthorne?


P.S.: Buena aunque hemos tenido un mejor apoyo de la crítica que de las ventas. Estamos sembrando y empezando a mostrar lo que será la arquitectura de un pequeño árbol. Tenemos la suerte de que en casi todas las colecciones hay uno o dos libros que han tenido el éxito suficiente para ir manteniendo el equilibrio. Todos estos libros han sido bien vistos por la crítica aunque quizás no tan vendidos y, en general, han tenido una muy buena recepción. Los libreros han hablado muy bien de ellos. Pero, por ejemplo, otro título de la misma colección que se llama Viaje por las mentiras de la Historia Universal —que es un libro de divulgación sobre las mentiras de la historia— ha tenido una crítica muy buena pero, además, ya va por la sexta edición y lleva más de 15000 ejemplares vendidos. Es un libro de más amplio espectro y más divulgativo. Ese tipo de libros que también es tan necesario nos permite arriesgarnos en apuestas un poco más difíciles como la de traducir ochocientas páginas de la biografía de Primo Levi. Nos parece esencial que esa biografía se traduzca y, por lo tanto, intentamos buscar el equilibrio.


M.G.: ¿Cree usted que Belacqva está llenando un hueco que han dejado en el mercado tanto los grandes grupos como las editoriales independientes que ya están posicionadas?


P.S.: Creo que más que llenar el hueco está contribuyendo a que el hueco de la calidad en el que están Belacqva y otras editoriales vaya teniendo más peso y vaya creciendo más en las librerías. Creo que más que cubrir un hueco estamos sumando al gran hueco de la calidad que hay actualmente en el mercado.


M.G.: ¿En qué consiste la estrategia tanto editorial como comercial de Belacqva para alcanzar y conservar una posición propia en el mercado?


P.S.: Esto es difícil en un mercado tan saturado como el que vemos hoy en día porque reflexionando un poco te das cuenta de que es cierto eso de que permanecer una semana en la mesa de novedades equivale casi a alcanzar la inmortalidad. Es un poco pretencioso decir que podemos diferenciarnos de nuestra competencia. Creo que es difícil que nos diferenciemos y realmente soy mucho más sincero en la medida en que más que diferenciarme, preferiría parecerme a otros sellos editoriales cuyos propietarios o editores en este momento ya tienen más de setenta años para poder tomar el relevo cuando éstos vendan o dejen la editorial. Yo quisiera que cuando fuéramos mayores pudiéramos tomar el relevo de determinados editores que a finales de los setenta y principios de los ochenta han cambiado el panorama tanto de la literatura como del ensayo de calidad en este país.


M.G.: ¿Qué distingue a Belacqva de otras editoriales independientes españolas?


P.S.: Que está apoyada por el Grupo Editorial Norma. Esto quiere decir que detrás suyo hay una cultura de cuarenta años de entender la edición en términos de calidad. Que tiene detrás a un grupo como Carvajal, que tiene paciencia, que es un proyecto que está planteado a mediano y largo plazo, que no vamos a variar el rumbo porque las cosas no nos vayan bien, que tenemos fe en que hacemos nuestro trabajo bien y con convicción y que pensamos que sembrando poco a poco al final terminaremos recogiendo una buena cosecha.


M.G.: ¿Cuál sería su balance de la experiencia de la editorial hasta ahora?


P.S.: El primer año fue muy complicado porque cambiamos el catálogo y creamos nuevas colecciones. Además, debimos convencer al mercado de que la marca Belacqva, que tenía unas connotaciones determinadas, tenía posibilidades de existir con un proyecto diferenciado del anterior y propio. 2006 fue un año muy duro. Pero también hemos tenido la suerte de que a principios de 2007 hemos publicado Siete cuentos fronterizos, de Georges Moustaki, cuya reimpresión nos ha ayudado a crear más confianza en los distribuidores, en los libreros, en la crítica y en los lectores. Esto hace que los libros permanezcan más tiempo en las librerías, con lo cual tienen más oportunidades de venta y los lectores van conociendo más este mundo nuestro. Por lo tanto, estoy gratamente sorprendido por este principio de año aunque ahí queda mucha tela que cortar para acabar el año. Esperamos acabar bien 2007 con algunos libros importantes que vamos a sacar de aquí a final del año. Creo que vamos por el buen camino pero queda mucho porque éste es un mercado muy complicado.


M.G.: ¿Podría adelantarnos algo con respecto a los libros que está preparando en este momento Belacqva?


P.S.: Acabamos de sacar una novela de un clásico contemporáneo que murió en noviembre del año pasado y que está inmerecidamente olvidado a pesar de ser un maestro de la literatura. Se trata de La decisión de Sophie, de William Styron. Con este libro retomaremos la obra de Styron y la publicaremos completa en España. En el sello La otra orilla también publicaremos la última novela del escritor nigeriano Ben Okri, cuyo título es Starbook. Además, de Ben Okri vamos a recuperar el Booker Prize titulado El camino hambriento y vamos a traducir su continuación, Songs of Enchantment. También seguiremos publicando a autores colombianos. Acabamos de firmar el contrato de la continuación de Ursúa, la primera novela de William Ospina, y vamos a publicar en España su libro de ensayos Las auroras de sangre y su poesía completa. Tenemos buenas sorpresas editoriales dentro de la modestia de una editorial que no publica más de cincuenta títulos al año.


En el mes de septiembre sacaremos una colección de bolsillo porque queremos entrar en este mercado. Produciremos libros con calidad teniendo en cuenta que el mercado de bolsillo tiene unas normas relacionadas con el precio y el formato. Trabajaremos con precios de entre cinco y doce euros en los formatos estándares de bolsillo pero haremos libros con solapas, con calidad y con la voluntad de llegar a las librerías y al público más amplio posible. Nuestra colección de bolsillo saldrá en septiembre con ocho títulos y con seis tanto en octubre como en noviembre —es decir, con veinte títulos en lo que queda del año para hacer un poco de despliegue y dar a conocer el nuevo sello editorial—.


También seguiremos publicando las otras líneas tradicionales de Belacqva —‘Novela histórica’, ‘El ojo de la historia’ y la colección ‘Documentos’— y tanto en España como en Latinoamérica le daremos más fuerza y más personalidad al sello La otra orilla.


M.G.: ¿Podría mencionarnos algunos autores y/o libros que le gustaría incluir en el catálogo de Belacqva?


P.S.: Bueno, la respuesta es muy obvia. Son los autores con los que he crecido. Acabamos de contratar ¡Absalón, Absalón!, de William Faulkner, y la publicaremos el año que viene. Me gustaría seguir publicando a Dickens, a Mark Twain, a Jack London, a Stevenson, a Joyce, a Kerouac, a Capote y a muchos otros autores con los que me he criado. La mayoría de ellos ya están publicados. Pero si no los puedo publicar a ellos, me gustaría por lo menos publicar a sus hijos y a sus nietos. Es decir, a Faulkner, a Thomas Wolfe, a Hemingway y a muchos otros que han dejado huella en España, en América Latina y en el resto del mundo.


Me encantaría publicar a Coetzee, lo cual hoy es inviable aunque no lo sabemos si lo será dentro de diez años. Me gustaría publicar a Kapuściński, que ha muerto. Quizás aún haya un manuscrito suyo inédito y yo tenga la suerte de encontrarlo. Quiero publicar libros que tengan la virtud de aportar una nueva mirada tanto en ficción como en no ficción, de hacer reflexionar y de abrirle pequeñas ventanitas a la gente para que ésta tenga una nueva mirada sobre el mundo. En definitiva leer es viajar a otros mundos. Para mí es un placer ver a una persona que encuentra en una librería un libro de Belacqva o de la editorial que sea.

lunes, 18 de junio de 2007

mi doble interés por lo literario y por lo extraliterario

Hace unos años, cuando empecé a leer, quería conocer hasta el más mínimo detalle de la biografía de los autores que me gustaban, tener en mis manos todo texto que hubieran escrito o que se hubiera escrito sobre ellos, leer su obra de cabo rabo y encontrar en su vida elementos que me ayudaran a entenderla. Luego, cuando empecé a estudiar Literatura, mis profesoras me enseñaron que sólo importaban el texto en sí y la crítica y que, por lo tanto, en los estudios literarios todo lo demás no hacía más que desviar la atención. Hacia la mitad de la universidad la crítica literaria empezó a parecerme insoportable y mi fetichismo por la figura del autor una necedad. A partir de entonces la idea de los autores y las obras de culto me resulta absolutamente fastidiosa —aunque hay obras de culto que me gustan muchísimo como El guardián entre el centeno y La conjura de los necios—.


Confieso que el culto al autor que se deriva de la importancia que tienen para Occidente las nociones de 'individuo' y de 'genio' es una de las cosas que más me molesta del ámbito literario. Me choca muchísimo ver a los escritores comportándose como divas y a los medios dándoles cuerda para subir a costillas de ellos unos cuantos puntos de audiencia un jueguito que les viene muy a cuento a aquellos medios pertenecientes a grupos multimedia que también tienen negocios en el sector editorial—. En mis lecturas me tienen sin cuidado la educación sentimental o las tragedias personales del autor del libro que estoy leyendo. De la misma manera, dejé de entusiasmarme cuando me encontraba con entrevistas a los autores que me gustan porque me cansé de no encontrar opiniones que me interesaran verdaderamente. Y en cierto sentido no podría interesarme menos lo que digan los críticos sobre el autor o sobre su obra. Y digo que sólo en cierto sentido porque lo que sí que me interesa, y mucho, es el funcionamiento del mercado editorial —que, en últimas, fue y sigue siendo mi principal motivación para hacer la apuesta que representa para mí [ el ojo fisgón ]—.


En este sentido la literatura me interesa desde una doble perspectiva: por un lado, el contenido del libro y punto —es decir, lo literario—; y, por el otro, todo lo que se mueve alrededor del libro como mercancía simbólica que es puesta en circulación y que terminamos haciendo nuestra en la medida en que deja una huella en nosotros —algo bastante extraliterario—. Esta segunda fuente de interés me suscita, entre muchas otras, las siguientes preguntas: ¿Qué nos motiva a leer un libro? ¿Qué esperamos de él? ¿Cuáles son las razones por las que escogemos un libro entre todos los demás? ¿Quiénes orientan nuestra decisión de leer una cosa u otra? ¿Qué papel juega la lectura en nuestras vidas? ¿En qué momentos leemos? ¿Qué importancia tiene para nosotros comprar libros? ¿Dónde preferimos comprarlos? ¿Qué hay detrás de una biblioteca personal? ¿Qué espacios ofrecen las bibliotecas públicas y universitarias? ¿En qué medida les sacamos el jugo a la oferta que éstas hacen? ¿Cómo se conforman las tendencias del mercado editorial? ¿Quiénes y de qué manera instauran las modas literarias? ¿Cuáles son los factores que contribuyen al éxito de un libro? ¿Qué implicaciones tiene la concentración de la propiedad en el mercado editorial? ¿Cuáles son las estrategias que deben adoptar las editoriales independientes para ser viables como empresas y sobrevivir?


Ahora creo que ese hastío del culto al autor me permitió empezar a leer de una manera más desprevenida y ser más ecuánime en mis opiniones. Tal vez esa nueva actitud influyó en mi decisión de hacer mi trabajo de grado sobre tendencias y hábitos de lectura de narrativa contemporánea en lugar de escoger una obra y desarrollar un análisis de texto alrededor suyo.


Este fin de semana encontré en las Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro dos textos que considero que con un jab de derecha resuelven mejor de lo que yo podría hacerlo mi inquietud con respecto a las cuestiones del autor y de la crítica:


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“La crítica no se opone necesariamente a la creación y son conocidos los casos de creadores que fueron excelentes críticos y viceversa. Pero generalmente ambas actividades no se dan juntas, pues lo que las separa es una manera diferente de operar sobre la realidad. Ahora que he leído las actas de un coloquio sobre Flaubert he quedado asombrado por el saber, la inteligencia, la penetración, la sutileza y hasta la elegancia de los ponentes, pero al mismo tiempo me decía: ‘A estos hombres que han demostrado tan lúcidamente la obra de Flaubert nadie los leerá dentro de cinco o diez años. Un solo párrafo de Flaubert, qué digo yo, una sola de sus metáforas, tiene más cargas de duración que estos laboriosos trabajos’. ¿Por qué? Sólo puedo aventurar una explicación: los críticos trabajan con conceptos, mientras que los creadores con formas. Los conceptos pasan, las formas permanecen”.



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“Uno escribe dos o tres libros y luego se pasa la vida respondiendo a preguntas y dando explicaciones sobre estos libros. Lo que prueba que a la gente le interesa tanto o más las opiniones del autor sobre sus libros que sus propios libros. Y en gran parte a causa de ello no escribe nuevos libros o sólo libros sobre sus libros. Para contrarrestar este peligro, tener presente que una buena obra no tiene explicación, una mala obra no tiene excusa y una obra mediocre carece de todo interés. En consecuencia los comentarios sobran”.

domingo, 17 de junio de 2007

lecturas de fin de semana [ 25 ] / 'feria del libro de madrid'


Rafael Reig escribió en el número del pasado 13 de junio de El Cultural una crítica a la Feria del Libro de Madrid que plantea una reflexión que termina cuestionando no sólo el sentido que tiene que las librerías vendan en sus stands lo mismo que en sus locales, sino también lo efímero que es actualmente el ciclo de vida de los libros en éstos.


Feria del Libro de Madrid
por Rafael Reig


Han sido vistas las diligencias seguidas contra la Feria del Libro de Madrid y ha sido probado y así se declara como:

Hechos probados

1.- Que entre el 25 de mayo y el 10 de junio hemos padecido en Madrid la 66 Feria del Libro. Ítem más: que el número de casetas de dicha Feria sobrepasa ya las 340. En el año 1963, por ejemplo, eran sólo 120. Ítem plus: que también se desarrollaron en estas fechas más de 300 actos culturales. Ítem: para visitarla hay que recorrer varios kilómetros.

2.-Que en la Feria del Libro de Madrid, si no llueve a cántaros, el ciego sol se estrella en las duras aristas de los libros, llaga de luz la piel de los lectores y flamea en las puntas de los abanicos. Ítem plus: cuando se empieza a estar a gusto, a eso de las nueve y media, cierran las casetas sin misericordia.

3.-Que de las dichas 340 casetas (con 362 expositores): 114 son de librerías. Y de esas 114 sólo 56 son de librerías especializadas. Las otras 58 son librerías generales y en casi todas ellas sólo hay los mismos veinte libros de más venta.

4.-Que el número de firmas de autores en dicha Feria se cuenta por miles e incluye desde Cocinar con Thermomix a Las caras de Bélmez.

Fundamentos de derecho

Los hechos probados son constitutivos de un delito de ensañamiento mercantil con la agravante de alevosía horaria. La Feria del Libro es una inmejorable oportunidad para acceder al fondo de muchas editoriales, ya que lo habitual es que no se encuentre en las librerías. El ciclo de vida de un libro es de una duración semejante al del mosquito o al de la lombriz. Muchas novedades son devueltas al editor sin haber llegado siquiera a abrir las cajas. Otros libros resisten unos cuantos días en la mesa, antes de “enseñar el lomo” en la estantería, señal agónica que precede a la inmediata devolución. La inmensa mayoría, sin embargo, desaparece a las tres semanas y el espacio en las librerías y grandes superficies se dedica siempre por entero a los mismos veinte libros más vendidos (y más promocionados, por supuesto). ¿Qué sentido tiene, por tanto, exponer en múltiples casetas los mismos veinte libros que están en todos lados y obligar así al lector a gastar suela de zapatos bajo el sol o la lluvia? ¿No sería más sensato limitar la Feria a librerías especializadas, instituciones y editoriales? Resulta evidente el dolo y malicioso ánimo de lucro con el que las librerías y grandes superficies infligen al visitante de la Feria varios kilómetros de más para obligarle a adquirir allí los mismos volúmenes que puede comprar cualquier otro día del año en todos los grandes almacenes y centros comerciales. Un libro de los años ochenta, en cambio, es difícil de encontrar; un mapa del Instituto Cartográfico también, igual que una obra editada por un organismo oficial. Para eso debería estar la Feria del Libro, aunque el ánimo de lucro la haya reducido a simple herramienta para multiplicar más aún las ventas de los mismos veinte “libros más vendidos”. Otrosí: las firmas de libros son una gran ocasión para ver en persona a los autores y que éstos conozcan a sus lectores. Sin embargo, ¿es de verdad tan indispensable firmar cualquier libro, desde un manual de sintaxis guaraní hasta unos comentarios al Código Penal? Otrosí: ¿por qué no es posible, cuando empieza a refrescar, tomar una tortilla de patata en un merendero, con una cerveza helada, y seguir comprando libros bajo la luna propicia? Sólo el malicioso propósito de hacer sufrir al lector las inclemencias meteorológicas explica el estrambótico horario de la Feria y la inexistencia de al menos un fin de semana en que estuvieran abiertas las casetas hasta la medianoche, incluso aunque como compensación cerraran todos los martes.

Acuerdo
Que debo condenar y condeno a la Feria del Libro de Madrid, como autora de un delito de ensañamiento comercial, a la pena de reducir el número de casetas en su próxima edición, eliminando las de las librerías generales y grandes superficies. Otrosí: deberá abrir hasta las doce la noche al menos dos sábados, con farolillos de verbena y con instalación de merenderos a precios razonables.

Así lo pronuncio, mando y firmo.

sábado, 16 de junio de 2007

lecturas de fin de semana [ 24 ] / 'lost in un-translation'


Es bien sabido que al mercado editorial norteamericano se le reprocha el hecho de que dentro de lo que se publica el porcentaje de las obras traducidas de otras lenguas sea tan bajo. A raíz del éxito que han tenido las obras de Roberto Bolaño recientemente publicadas allí, varios expertos en distintos ámbitos proponen a través de The New York Times algunos libros que valdría la pena traducir al inglés.


Lost in Un-Translation


Everyone’s gaga for Roberto Bolaño this summer. But what else is crying out to be translated into English? We asked some experts.

* By Rebecca Milzoff


INDIA
The book: Manzoor Ahtesham’s Dastan-e Lapata (The Tale of the Missing Person).
Why we should be able to read it: “This story of a sick Muslim man, whose disease is both unspecified and seemingly undiagnosable, is quite a postmodernist feat for Hindi literature, where social realism has been the dominant mode for quite some time.” —Jason Grunebaum, lecturer in Hindi, University of Chicago


FRANCE
The book: Stéphane Fière’s La Promesse de Shanghai.
Why we should be able to read it: “Written from the point of view of a migrant worker, it points out the reality behind the Chinese boom.” —Raphaëlle Rérolle, Le Monde


MEXICO
The book: Daniel Sada’s Porque Parece Mentira la Verdad Nunca Se Sabe (Because You Never Know What’s True, Everything Seems Like a Lie).
Why we should be able to read it: “He was the contemporary Mexican novelist Roberto Bolaño most admired. A great political novel without a political agenda.” —Francisco Goldman, novelist


EGYPT
The book: Albert Cossery’s Les Couleurs de l’Infamie (The Colors of Infamy), which I’m translating.
Why we should be able to read it: “He writes in a French that belongs entirely to him about a Cairo that exists in his memory and imagination— he left Egypt decades ago. Personally, I don’t believe in national literatures.” —Alyson Waters, professor of French studies, Yale


ARGENTINA
The book: Marcelo Cohen’s El Fin de lo Mismo (The End of the Same).
Why we should be able to read it: “Cohen’s arguably Argentina’s most established novelist at the moment. His books read like Kafka on the brink of turning into science fiction.” —Martin Gambarrota, Buenos Aires Herald


CUBA
The book: Ena Lucía Portela’s Cien Botellas en una Pared (A Hundred Bottles on the Wall).
Why we should be able to read it: “It’s a brilliant, scathing Havana fever dream about a lost, overweight girl in love with an abusive, bearded older man—so brilliant that the allegorical aspect of the book doesn’t strike you until after you’ve closed it.” —Esther Allen, executive director of the Center for Literary Translation, Columbia


ISRAEL
The book: Gabriela Avigur-Rotem’s Adom Atik (Ancient Red).
Why we should be able to read it: Mixing fictional modern-day Israeli characters with historical figures from the time of the first aliyah, it “challenges readers’ minds and might also break their hearts.” —Viva Press, Jerusalem Post


ROMANIA
The book: Gabriela Adamesteanu’s Provizoriu (Provisional).
Why we should be able to read it: “It focuses on the way suspicion and betrayal in a police state infiltrate the most private areas of daily life.” —Norman Manea, professor of literature, Bard


SOUTH KOREA
The book: Jo Kyung Ran’s “Looking for the Elephant” (part of a short-story collection).
Why we should be able to read it: “I was reminded of Haruki Murakami’s best work by the way she examines painful situations profoundly with a refreshing absence of bathos.” —Samantha Schnee, editor, Words Without Borders


NORWAY
The book: Johan Harstad’s Buzz Aldrin, Hvor Ble Det av Deg i Alt Mylderet? (Buzz Aldrin, What Happened to You in All the Confusion?).
Why we should be able to read it: “Like Jonathan Safran Foer, Harstad combines formal play and linguistic ferocity with a searing emotional directness.” —Dedi Felman, editor, Simon & Schuster


GERMANY
The book: Ernst Augustin’s Der Amerikanische Traum (The American Dream).
Why we should be able to read it: “Of the ‘Gruppe 47’ (Günter Grass, etc.) generation, but the poète maudit among them, Augustin has been compared to Kurt Vonnegut and Italo Calvino. The novel is about a German boy who is shot in 1944 by an American plane and, dying, invents himself to be an American detective who prosecutes the three pilots around the USA.” —Dorothea Dieckmann, Die Zeitn

viernes, 15 de junio de 2007

de libros y gurús

A las 4.16 p.m. de ayer recibí en mi correo una notificación de que un tal Carlos me había dejado un comentario en mi entrada ‘el autor como marca y las putas tristes de gabo’. Cuando abrí la notificación, me encontré con el siguiente comentario:


Muy buen blog, le felicito. Tal vez le interese EL ARTE DE LA VENTAJA, libro virtual para descargar en

http://www.personal.able.es/cm.perez/Extracto_de_EL_ARTE_DE_LA_VENTAJA.pdf

Manual práctico para sobrevivir con astucia en el mundo. Lo que te han contado no es suficiente para triunfar: los conocimientos de este libro se aplican de forma inmediata con resultados excelentes.

Mas libros en
http://www.personal.able.es/cm.perez/

Un saludo


El tono impersonal del comentario y la intención de utilizar este espacio con fines promocionales me parecieron sospechosos —sobre todo porque tiendo a desconfiar de todo aquel que tenga ínfulas de gurú—. Como la vez que recibí el comentario del famoso Biby Cletus del que hablé hace más o menos un mes, metí un fragmento del texto en Google y me encontré con que el tal Carlos había dejado variaciones del mismo comentario en varios blogs. Furioso, rechacé el comentario y me puse a seguirle el rastro al autor de éste para terminar descubriendo que:


- Se llama Carlos Martín Pérez

- Es un gurú de la estrategia, la astucia, el éxito y el amor propio

- Tiene una página Web llamada El Arte de la Estrategia, en la que promociona sus múltiples libros —El Arte de la Ventaja, Estrategia y Mente. El Código del Gran Juego, 36 estrategias chinas y El Gran Juego, entre otros—

- Tiene un blog llamado El Arte de la Estrategia, en el que expone sus estupendas ideas de salvación a partir del testimonio de célebres personajes como Homer Simpson

- Tiene un blog en Windows Live Spaces que lleva el enigmático nombre de Estrategia y Mente. Abre tus ojos —en el que hay entradas con títulos como ‘Qué guay es ser solidario’ y ‘Resultados, conclusiones y corolarios con un vaso de agua y hielo’—.



El hecho de que Carlos Martín Pérez intentara hacerse el astuto dejándome un comentario en [ el ojo fisgón ] para promocionar lo que él mismo llama su ‘manual práctico para sobrevivir con astucia en el mundo’ me dio una rabia que al final cedió ante la sensación de ser un privilegiado por tener la oportunidad de poder contar que recibí la insólita invitación a triunfar, aplicando de forma inmediata y con resultados excelentes los conocimientos de El Arte de la Ventaja.


Para terminar quiero decir que, por lo menos en parte, Carlos logró lo que quería porque comentando su comentario estoy ayudándole un poquito a generar ruido alrededor de su obra.



jueves, 14 de junio de 2007

el autor como marca y las putas tristes de gabo

Podríamos decir que hoy en día un autor es una marca que, por lo menos en esencia, tiene los mismos atributos que cualquier otra: tiene una identidad que lo distingue de los demás, puede sacar bajo su nombre varios productos que cubren distintos segmentos del mercado, puede ser gestionado por un brand manager —su agente literario o, en su defecto, su editor—, es promocionado a través de distintas estrategias de marketing, sus ventas dependen en gran parte del boca a oreja y su ubicación en el punto de venta puede llegar a ser un factor clave para el desempeño comercial de sus productos —por lo cual las tiendas cobran un dineral por colocarlos en un lugar concurrido y visible—.


Como sucede con cualquier otra marca, el prestigio de un autor es el mejor argumento de venta para vender sus productos. Debido a lo anterior un autor bien posicionado vende el libro que sea independientemente de la calidad de éste. Basta con ver las ventas que tiene hoy en día cualquier libro que saquen figuras como Gabriel García Márquez, Stephen King, José Saramago, Dan Brown, Paul Auster, John Grisham, Michel Houellebecq, Mary Higgins Clark, Paulo Coelho, Antonio Tabucchi, Danielle Steele, Isabel Allende, Susanna Tamaro o Arturo Pérez-Reverte.


Es más, cuando un autor triunfa con su tercer o su quinto libro el prestigio que éste le da sirve para jalonar las ventas tanto de sus libros anteriores como de los que escriba en el futuro. Para poner un ejemplo reciente, justamente esto es lo que sucedió con las novelas de Dan Brown anteriores a El código Da Vinci: Ángeles y demonios, La fortaleza digital y La conspiración —como lo destaqué hace un mes en mi entrada titulada ‘la esquiva fórmula del best seller’—. Acciones de este tipo, entre muchas otras, justifican lo que las editoriales llaman “una política de autor”.


Se me viene a la cabeza otro par de casos interesantes: a raíz del éxito de Tokyo Blues y Kafka en la otra orilla, dos novelas del japonés Haruki Murakami publicadas por Tusquets, hace poco Anagrama sacó de sus bodegas la novela La caza del carnero salvaje, de este mismo autor, que había publicado en 1992. Por otro lado, el nuevo sello La otra orilla —perteneciente al Grupo editorial Norma— aprovechó que el escritor colombiano Evelio Rosero se había ganado a principios de este año la segunda versión del Premio Tusquets con su novela Los ejércitos para publicar hace un par de semanas en España una novela del mismo autor llamada En el lejero, que su casa matriz había publicado en Colombia en 2003.


He hecho todo este preámbulo sólo para decir que hace dos días empecé a leer Memorias de mis putas tristes, de Gabriel García Márquez, y para confesar que aunque no esperaba mayor cosa, esta novela me ha producido una decepción que supera con creces mis expectativas iniciales. El estilo sobrecargado y lagrimón de la última novela de García Márquez, que raya en la cursilería, me ha parecido desconcertante. No sé si con los años al hijo del telegrafista de Aracataca —como él mismo se define— le ha entrado un sentimentalismo que se apodera de su pluma. Lo que sí sé es que aunque soy consciente de que la escritura de un autor debe evolucionar con el paso del tiempo, me cuesta trabajo asimilar que el mismo autor de Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tiene quien le escriba o El amor en los tiempos del cólera haya escrito frases como “descubrí, en fin, que el amor no es un estado del alma sino un signo del zodíaco” o “la sangre circulaba por sus venas con la fluidez de una canción que se ramificaba hasta los ámbitos más recónditos de su cuerpo y volvía al corazón purificada por el amor”.


Los libros de García Márquez se siguen vendiendo con un ritmo superior al de muchos otros long sellers. Incluso la edición conmemorativa de Cien años de soledad ocupa esta semana el segundo lugar en la lista de los libros de ficción más vendidos en España. Sin duda alguna el rendimiento en ventas del Nobel colombiano explica la puja que hubo en su momento por los derechos tanto de sus memorias como de su última novela.


Aunque actualmente las ventas de sus libros sean magníficas —y seguramente en el mediano plazo seguirán siéndolo—, considero que Memorias de mis putas tristes es una mancha en el conjunto de la obra de García Márquez que puede influir de manera negativa sobre la valoración que se haga de ésta en la posteridad.

miércoles, 13 de junio de 2007

el caso salamandra y harry potter

Mientras se mudaba hace unas semanas, Camilo Hoyos encontró en su casa un par de fólderes con material de un master en edición que había hecho un amigo suyo que ya regresó a Colombia. Ayer mientras ojeaba lo que había en ellos encontré un reportaje titulado ‘Editar, un oficio de riesgo’, publicado por la Revista Dominial de La Vanguardia el 15 de febrero de 2004. Tras una breve introducción, el reportaje recoge el testimonio de varios editores independientes con respecto a su experiencia: Sigrid Kraus, de Salamandra; Jaume Vallcorba, de Acantilado; José Huertas, de Lengua de Trapo; Encarni Sánchez y Juan Casamayor, de Páginas de espuma; Marta Tey y Menchu Solís, de ElCobre Ediciones; y Juan Luis González Caballero y Rafael Díaz Santander, de Valdemar.


El perfil de las editoriales, su trayectoria, sus estrategias tanto editoriales como comerciales y el balance de su experiencia son bastante distintos. Entre todos los testimonios, me llamaron particularmente la atención el de Sigrid Kraus, el de Jaume Vallcorba y el de José Huertas.


Con respecto a la compra de los derechos de Harry Potter, que fue el gran hit que cambió el destino de Salamandra pero no el único que ha tenido esta editorial, cuenta Sigrid Kraus:


'Yo era amiga del agente literario de J.K. Rowling, Christopher Little, entonces un representante muy pequeño, casi insignificante. Estaba moviendo el manuscrito en Inglaterra y me ofreció echarle un vistazo. Nosotros no teníamos una colección infantil específica y le dije que no; incluso le recomendé que lo mandara a otras editoriales españolas más especializadas… ¡Imagínese!'.


Después de que Little encargara un informe de lectura del original, el veredicto del lector que lo evaluó fue el siguiente: 'aburrido, demasiado largo, de estilo anticuado; no interesa al niño actual'. Kraus añade que


'Mi marido compara este informe con el telegrama que recibió el Santos, el equipo de fútbol brasileño, cuando mandó a espiar a un joven Pelé. El mensaje decía: ‘No interesa’. Creo que lo tienen enmarcado en la sala de trofeos'.


Al parece cuando Kraus se enteró de que la editorial Bloomsbury había comprado los derechos de Harry Potter sintió una cierta curiosidad y decidió leer el manuscrito para evaluarlo ella misma.


'La leí en el avión de regreso a Barcelona, y me encantó. Intenté comprarla inmediatamente. Me pidieron una cantidad [se rumorea que unos 10000 dólares] que hoy me parece ridícula, pero que entonces representaba muchísimo para una editorial que estaba empezando. Tras meditarlo, mi marido me convención y decidimos arriesgar'.


Ante los discretos resultados en ventas de Harry Potter en su fase inicial Kraus dice que


'Nos tranquilizaban asegurándonos que era un libro que funcionaba con el boca a oreja, que debía cumplir un camino antes de de explotar. Con el tercer y cuarto llegó el gran salto. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que estábamos ante un fenómeno editorial de dimensiones nunca vistas en el mercado hispano'.


La experiencia de Salamandra a raíz de la publicación de la saga de Harry Potter me suscita algunas preguntas: ¿hasta dónde llega el olfato de un editor avezado para saber que un manuscrito del que no tiene ninguna referencia puede ser un gran éxito? ¿cuánto del acierto que hay detrás de la publicación de un gran éxito depende de la capacidad del editor de interpretar lo que se conoce como ‘señales débiles’, como lo hizo Kraus al enterarse de que Bloomsbury había comprado los derechos de Harry Potter —el mismo libro de que su evaluador había dicho que era aburrido, demasiado largo y de estilo anticuado—? ¿cómo hace una editorial naciente a la cual un éxito inesperado como el de Harry Potter le ha cambiado el rumbo para adaptarse a las nuevas circunstancias sin que el hoyo negro que genera dicho éxito se la trague? ¿cuál estrategia editorial y comercial debe seguir esta misma editorial para evitar que se la identifique únicamente con su gran éxito y, de esta manera, desmarcarse del estigma que éste hace caer encima suyo?


Es inevitable plantearse una última pregunta sin respuesta: ¿cuál habría sido la suerte de Salamandra si no hubiera publicado Harry Potter?